jueves, 2 de abril de 2020

Paseo al fin de la noche

Aquí va el primer relato de los pertenecientes a mi desafío, reto u objetivo personal en esta edición del OrigiReto2020. Este consiste en enlazar un relato sin limitación de caracteres ni palabras al relato de alguien que haya recomendado alguno mio. Y esta vez va enlazado y se inspira en el relato de enero de @GemaSeelie.

La mayor dificultad que he tenido ha sido la de documentarme sobre la época para poder cuadrar la idea primera que tuve (es lo primero que pensé, la palabra con la que finaliza este relato) y que a priori, no sabía si podría unir los cabos de alguna manera. Al final, gracias a la labor de documentación, pude tirar de varios hilos para hacer los nudos y he tenido que echar el freno para dejarlo en 3622 Palabras.

Sin más preambulos y sin pretensiones, os dejo con el relato.


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«Evitemos decir que la muerte es lo opuesto a la vida; la criatura viviente es simplemente una especie de criatura muerta, y de un tipo muy raro.»
Friedrich Nietzsche




  La velada estaba siendo deliciosa y agotadora. Ambas sensaciones provenían de la mezcla indisoluble de un baile tras otro en compañía de lord Eldric. Pero el cuerpo humano necesita reposar de vez en cuando, sobre todo cuando no está acostumbrado a cierto nivel de actividad física y social. Y ciertamente el baile, y mucho menos con la cadencia vertiginosa de algunos valses, no había formado parte en las rutinas habituales de Meredith. Aunque se le daba bien. Podría decirse que había nacido con el ritmo en el cuerpo, aunque también había nacido en el estrato social de la servidumbre. Su experiencia en baile, paradójicamente, se había limitado a enseñar a moverse a su señorita, lady Sarah.

  Lord Eldric accedió a que se tomaran un descanso y, como el buen caballero que era y que estaba demostrando ser desde que había tomado la mano de la supuesta Marcella para solicitarle el ya lejano primer baile, la acompañó a una salita contigua al invernadero donde las damas de mayor edad y rango habían establecido una atalaya para observar y chismorrear. Como Meredith no las tenia todas consigo de que el plan de lady Sarah se viniera abajo en cualquier momento por un imprudente comentario o una vieja inquisidora, de las que les miraron de arriba a abajo, alguna elevando sus lentes con ansia de novedades, ambos convinieron entre susurros y caras de circunstancia que sería mejor buscar otro lugar más tranquilo. Saludaron gravemente, gesto que fue correspondido por todas aquellas espectadoras, y continuaron caminando por la galería contigua en dirección al hall principal. lord Eldric recordaba que, hacia el otro lado, los criados iban colocando los abrigos y ropajes en un cuarto que lady Riesman había dispuesto como ropero, y creía que junto a este, una pequeña terraza acristalada sobre la balaustrada lateral de la escalera de entrada sería lo suficientemente expuesto para evitar murmuraciones, pero pequeño para que no hubiera lugar a darse otra congregación de estiradas fisgonas.

  La suposición de lord Elrdric era correcta. Una pequeña salita que no llamaba la atención y en la que, en ese momento, no había presencia alguna. Una mesa con dos sillones de mimbre y unos portamacetas de distintas alturas acogían azaleas o rododendros. Otra moda importada, como el vals.

  Lord Eldric apartó una silla invitando a tomar asiento a Meredith.

  —Querida, aquí creo que podremos reposar un tanto. Quizás le apetezca tomar algún refrigerio. A mi sí, desde luego. Espero que se acerque alguno de esos camareros por aquí.

  —Gracias —dijo Meredith al sentarse y añadió—, no sé. No tengo costumbre de tomar espirituosos o licores fuertes. Tome asiento, por favor, no me deje sola.

  —Con mucho gusto.

  El murmullo de una breve conversación entre una pareja junto a la puerta de la pequeña estancia precedió a la entrada en ella de un mujer en estado de buena esperanza. Bastante avanzado a juzgar por el volumen y los movimientos entre prudentes y cuidados para avanzar cuidando del propio equilibrio.

  —Buenas noches —saludó la embarazada—, ruego que me permitan apartarme a este rinconcito tan encantador, si no es molestia. Es demasiado ajetreo para mi.

  Antes de que hubiera acabado o tan siquiera, lord Eldric demostró su saber estar de nuevo, levantándose aprisa para ayudar a la futura madre a ocupar su asiento. Meredith pensó que era de natural bueno, pues debido a sus orígenes, no toda aquella exquisita educación podría achacarse a algo aprendido.

  —Aquí, por favor. Usted tiene total derecho y necesidad, eso es así. Permítame —sentenció ofreciendo su brazo como apoyo a la recién llegada y sujetando la copa que esta traía—. Soy lord Eldric y esta es la señorita Marcella, recién llegada de Italia para visitar a una amiga común.

  —Charlotte, Charlotte Blake. Y a bordo —acariciándose el abultado vientre— el que será mi tercer hijo. Bueno, mio y de mi esposo, Abraham. Le he enviado a por un reconstituyente para mi, algo más suave que este Jerez que sin embargo está tan apetecible. —dijo resoplando y acomodando la curvatura de sus lumbares con un cojín—. Bah, hombres. Como encuentre a alguien con quien charlar de política, tardará.

  —Encantada de conocerla, señora Blake. —saludo Meredith.

  —Oh no, querida. Señora Stoker en todo caso. Blake es mi apellido de soltera. Mio y solo mio. Y seguiría usándolo con gusto, pero una ya no es señorita, claro.— Y volvió a hacer notar su estado entre leves palmeteos sobre ella y grandes carcajadas que contagiaron a sus interlocutores cierta alegría, sin llegar a la risotada.

  —Si quiere, yo podría ir a buscar a su marido mientras ustedes descansan —Lord Eldric se ofreció gentilmente—, ya que creo que se pueden hacer buena compañía —El guiño fue muy sutil pero dio a entender a Meredith, quien había abierto un tanto los ojos aunque tratara de disimular su azaramiento al contemplar la posibilidad de que Lord Eldric se alejara después de la maravillosa noche que habían tenido hasta ahora, que podía quedarse tranquila y lo aclaró aun más diciendo—; de todos modos, yo había prometido traerle un refrigerio a la señorita Marcella y, dado que usted está aquí, creo que la dejo en buenas manos. ¿Como reconoceré a su esposo, señora Stoker?

  —Oh. Pues es un caballero de cuarenta y siete primaveras ya, barbado, pelirrojo y elegante, la verdad. Aunque más le valdría usar sus profusas patillas para cubrirse un poco su frente, más despejada ya de lo que desearía yo —dijo con una expresión bastante cómica dibujada en sus labios que apenas tapó con la punta de sus dedos.

  —Muy bien, señora mía. No dude que lo encontraré. Las dejo a su aire mientras localizo al caballero.

  Y se despidió dejándo la copa de jerez en la mesa, con un ademán de saludo un poco exagerado y una sonrisa en su faz.

  —Vaya. Que caballerete tan encantador —sentenció la esposa del buscado.

  —Disculpe que le pregunte —preguntó curiosa Meredith—, pero ¿es usted irlandesa acaso?

  —Sí señorita, nacida en el condado de Sligo. Pero ahora vivimos al otro lado de la isla, en Clontarf, puesto que mi esposo es funcionario en la oficina del secretario principal en el Castillo Dublín.

—Oh, por supuesto. Le pido disculpas por el atrevimiento, pero el acento me pareció conocido.

  —Sí, debe serte tan conocido como el de Venecia, o más, ¿verdad?

  Meredith se sintió descubierta por su torpe pregunta, ruborizándose de inmediato. Una irlandesa reconoce a otra irlandesa.

  —Oh, vamos. No te azores. No me importa para nada si naciste en la santísima Roma o en la católica Galway. Solo necesito un poco de ayuda cristiana para levantarme de este endemoniado sillón. Creo que estaré mejor caminando un poco mientras el maldito Abraham se decide a aparecer.

  —Oh, claro, permítame. —Meredith ayudó a la señora Stoker a levantarse y y esta le tendió el brazo para que enganchara el suyo y así caminaran juntas alrededor de la mesita de la habitación.

  Durante el limitado y circular paseo, la señora Stoker se descubrió como una conversadora nata. Dejó en el aire las circunstancias por las que Marcella no era Marcella, si no una irlandesa de pura cepa como ella misma y no trató de sonsacarla sobre ello.

  Habló del interés de su marido en la política entre los diferentes territorios del Reino Unido, explicando que en el Reino de Irlanda se estaba padeciendo la peor hambruna conocida mientras la Corona hacia poco o nada, y que mucha culpa de ello la tenían buena parte de terratenientes ingleses, que siendo propietarios de vastas tierras se desentendían de su labor y, como mucho, aparecían por allí alguna vez para organizar cacerías, impidiendo que los pequeños agricultores y jornaleros irlandeses pudieran acceder a esos terrenos, ni trabajarlos para el propietario o para ellos mismos, debiéndose conformar con las peores y más pequeñas parcelas, prácticamente improductivas.

  Meredith no entendía mucho de política, ni de los problemas agrarios que soportaba la tierra que la vio nacer, pero le agrado en cierta manera poder aunque fuera meramente escuchar una conversación a esos niveles, tan alejados de lo que se chismorreaba entre el personal de servicio.

  Le sorprendió lo atrevido de algunas opiniones de la señora Stoker, cuando le habló sobre el derecho al voto, cuando le dijo que —...incluso esos defensores del Cartismo que dicen tener el bienestar social como último fin solo piensan en masculino. Y no digo que sus reivindicaciones sean malas, al contrario, considero que para votar no hace falta tener propiedades. Pero las decisiones de los políticos nos afectan a todos los ciudadanos bajo la administración de la Corona y el Parlamento, por tanto, todos los ciudadanos deberían poder decidir sobre nuestros políticos. Y cuando digo todos, incluye a cualquiera mayor de veintiún años, sea hombre, mujer o sacerdote, salvo que padezcan algún impedimento penal o mental, desde luego.

  Algo en lo que nunca se había parado a pensar. La señora Stoker defendía con bastante vehemencia, no ya una ampliación del derecho a voto que incluyera a los no propietarios, si no que incluso abogaba por que las mujeres como ella pudieran decidir y expresarse por medio del voto.

  También le agrado conocer algunas escenas de la vida de aquella familia, sobre todo respecto al cuidado de su prole que iba a ampliarse en breve. Observó como las circunstancias de nacimiento, diferentes de una persona a otra, podían determinar el futuro de cada cual. Reflexionó sobre ello al comparar las pocas oportunidades, por no decir ninguna, de acceder a la cultura que le habían podido ofrecer sus padres. De hecho, mientras ella apenas sabia leer y conocía los rudimentos de las cuatro reglas, la vida sería muy diferente de haber nacido en el seno de una familia como la de los Stoker.

  —Precisamente sigo con gran interés desde hace casi dos años una serie de publicaciones de terror de a penique. Quizás las conozca —Obviamente, no las conocía ya que ni siquiera había más que ojeado alguna vez un ejemplar de The Times que hubiera recogido de la mesita de lectura del padre de lady Sarah—, tienen por nombre Varney el vampiro o el festín de la sangre. Aunque diríase que el tal Rymer, el autor, está agotando su imaginación, pues ya he detectado varios fallos en la trama, que aunque no han afectado en demasía mi interés, sí que me hacen plantearme el dejar de adquirir tales folletines, pero siempre me digo que deben de estar pronto a acabar la serie, y teniendo todos los números desde el inicio, pues me da lástima no completarla.

  »Tenemos gran afición a las obras teatrales— continuó relatando Charlotte, a quien la barriga no le pesaba en la lengua—, pero ni podemos ni debemos acudir tanto como quisiéramos. No cuando la población de nuestra querida irlanda sufre semejante hambruna. A mis retoños, procuro leerles pequeñas obras, cuentos e historias. Ya que padecemos dificultades en el cultivo de la patata, al menos cultivaremos mentes.

  Esa frase le impacto sobremanera. Cultivar mentes en vez de patatas. Ojalá hubieran labrado su mente en buena hora, si bien las lecciones que les estaba dando la señora Stoker empezaban a despertar algunos brotes verdes en el campo hasta ahora casi yermo de su raciocinio.

  »Esperemos que este gobierno en minoría consiga que el parlamento derogue esas malditas leyes del cereal que no son más que las uñas en la garra de arpía de Inglaterra, pues aunque sin duda Dios envió la plaga, son los ingleses quienes provocan la hambruna.

  »Ahora dicen que preparan un gran plan de obra pública con el que prometen dar de comer a medio millón de irlandeses. Habrá que ver eso. Si ponen a tantos desgraciados malnutridos a cavar hoyos y romper caminos para rehacerlos, me pregunto yo: ¿no pretenderán, más que el arreglo de las infraestructuras, el exterminio por agotamiento de esos pobres diablos? Gran Bretaña permite a los propietarios ingleses, y esto cuando simplemente no son absentistas, chupar la sangre misma de la que para ellos es nuestra miserable raza.

  De súbito, un alboroto lejano se fue acercando en forma de murmullos, y algún grito de señora asustada, que fueron saltando de invitado a invitado hasta llegar a la puerta del saloncito, donde el rostro de una vieja dama se asomó haciendo graves aspavientos. Parecía gravemente afectada por algún extraño terror.

  —¡Oh, qué horrible, pero qué horrible! —y expresiones similares que combinaban con la lividez de su cara, eran las que no paraba de repetir la afectada señora—. Creo que me voy a desmayar…

  Meredith, respondió a su impulso servil de modo automático y se lanzó a sostenerla. Su reacción fue la propia de una sirvienta acostumbrada a los excesos «dramáticos» de las ladies. Mientras la señora Stoker, no sin cierta dificultad, empapaba su pañuelo en el Jerez y se acercaba para aplicárselo a la atribulada dama, sin decidirse aún si a la frente o a las fosas nasales, quien se deslizaba de los brazos de Meredith sin que esta consiguiera colocarla en la silla con dignidad.

  Dado que aquella señora no hacia más que repetir sus quejidos, Meredith decidió dejarla en compañía de Charlotte y salió del cuartito para intentar despejar la incognita del tumulto que continuaba en el exterior hacia la entrada, donde empezaba a agolparse la gente. Logró salir y allí, desde los primeros peldaños de la escalera que había subido cuando llegaron a la propiedad, lo vio.

  La imagen era escalofriante.

  Varios caballeros trataban de sujetar a un individuo exaltado, con ojos desorbitados en los que las venillas rojas irrigaban de tal modo el globo ocular que estos parecían a punto de estallar, como un pobre caracol bajo la suela de un calzado invisible que estuviera pisando el caparazón del cráneo al que pertenecían. La baba, mucho más abundante y blanquecina que la de los gasterópodos, se tornaba sonrosada mientras se desprendía en espumarajos desde aquella boca que lanzaba sonoras dentelladas —¡Clak!— a diestro —¡Clak!— y siniestro —¡Clak!—.

  El pelo grisáceo, largo y expandido por alguna fuerza centrífuga desconocida sobre la cabeza como una tela de araña, enmarcaba un rostro a la vez salpicado y embebido en sangre. La cara del mismísimo diablo, se oyó que decía alguien, entre gritos que solicitaban con urgencia la presencia de algún médico al otro lado de la escena. Allí, a los pies de uno de los dilongs que custodiaban la escalera, una mujer yacía en el suelo en medio de un charco de sangre, mientras una criada trataba infructuosamente de levantarla a la vez que un hombre la asía por el cuello. Aquel hombre era quien gritaba clamando al sanitario, y entre sus dedos la sangre brotaba como si estuviera tratando de contener el contenido de una bota de vino tinto que hubiera sido apuñalada.

  Meredith reconoció el vestido de la dama caída y le turbó comprender que era la propia lady Riesman la que se desangraba y su marido quien fracasaba en contener la hemorragia. Apartó la mirada y al hacerlo, se encontró de bruces con la sonrisa petrificada de la estatua del dragón, mostrando una feroz hilera de dientes entre los que destacaban los colmillos, unos colmillos enormes que le parecieron desproporcionados, malévolos y fríos debido a un brillo que no debería tener aquella antigua y erosionada piedra granítica en la que estaban tallados, y desde los que se deslizaba lentamente parte de la sangre derramada por lady Riesman, formándose poco a poco una gota en la punta que titubeaba durante un breve instante antes de caer a los escalones ensangrentados.

  A Meredith, a quien la sangrienta sonrisa del dragón había reavivado la impronta de aquellas primeras palabras que escuchó en la voz de lord Eldric, ya si que apenas le llegaba el flujo de sangre con suficiente presión para mantener la entereza, sintió mareo, fatiga, sudor frio. Dio dos pasos hacía atrás y la vista se le nubló.

* * * * *

  —...dos días. Lo estaban buscando por todo el condado. Incluso creo que ayer se acercó uno de los guardabosques para desaconsejar la celebración. Un baile tan concurrido no era el mejor evento para llevar a cabo con ese loco suelto por ahí.

  Las voces le llegaban con sordina mientras permanecía con los ojos cerrados aún.

  —No, desde luego. Pero ¿quien iba a imaginarlo? Se presupone que el asilo de Renfields guarda a buen recaudo a sus lunáticos incurables, como al parecer es ese tipo…

  Le costó empezar a identificar. Esa parecía la voz de la señora Stoker.

  —Seee…, Seward, sí. El pobre desgraciado se llama Martin Seward.

  Y esa la de lord Eldric.

  —Estaba fuerte. Excesivamente fuerte para lo que aparentaba. Nos costó bastante reducirlo entre cinco, mientras gritaba esas cosas sobre el fluido vital que necesitaba y no sé que más.

  Esa voz no la reconoció. Era otro varón.

  —Afortunadamente, querido, estáis todos bien. Suerte de que aquel criado le diera un buen golpe y que trajera la cuerda.

  Volvió a reconocer a la señora Stoker, por lo que supuso que la otra voz pertenecía a su esposo, a quien no había conocido todavía.

  —Bueno, todos bien menos mi Berny. Porque es de natural bueno y se lanzó sin pensarlo. Pero no está en condiciones para batirse ni con el deán. El pobre se llevó el primer golpe incluso antes de acabar de llegar.

  Meredith se sobresaltó al escuchar por encima de su cabeza a lady Sarah y comprender que hablaba de lord Bernard.

  —Oh, lady Sarah —se lanzó a decir intentando levantarse—, ¿está bien lord Bernard?

  —Oh, tranquila Meredith —La sujetó su señora, llamándola por su verdadero nombre, lo que provocó que la falsa italiana se ruborizara y la mirara con extrañeza y más preocupación de la que hasta ahora sentía por el prometido de ella—. Está bien. Todo está bien, tranquila. Berny solo tiene un buen golpe en el labio y tal vez se le afloje un diente, al pobre. Le están atendiendo. Y no te preocupes por Marcella, estamos entre amigos. Todo bien.

  Meredith se acabó de incorporar con un poco de ayuda de su lady y vio que lord Eldric estaba sentado a los pies del diván donde la habían acomodado durante el desmayo. Tras él, el matrimonio Stoker, él de pie junto a su esposa, con las manos sobre el vientre y medio recostada en uno de los sillones de mimbre donde se habían conocido.

  —Hola, bienvenida al «club» de nuevo, señorita Marcella—dijo sonriente lord Bernard, guiñándole un ojo y cogiéndole gentilmente la mano para posar delicadamente sus labios sobre el dorso—. Estando como estamos, entre buena gente y dado lo sucedido, hemos puesto al corriente a los señores Stoker. No podía ser de otro modo.

  —Encantado, señorita Meredith. Me llamo Abraham. Ya me ha contado Charlotte que es usted una compatriota nuestra. Y me emociona saber que su señora la aprecie hasta el punto de orquestar esta artimaña. Por fortuna, y discúlpenme la expresión, no todos los ingleses son unos chupasangre… Oh, vaya. Lo siento, lo he dicho sin pensar en ese pobre loco. —Se lamentó el señor Stoker, que incluso en aquellos momentos tenía en su pensamiento al conflicto entre propietarios ingleses y campesinos irlandeses, sin caer en la cuenta de las circunstancias de esa noche.  —Lamentablemente, el baile no ha acabado como debería. Pero sin duda, al menos ha propiciado una bonita… amistad —pronunció la palabra silabeándola de determinada manera, como si quisiera dar a entender algo más—, sí, con el joven Eldric. Seguro que eso compensará en buena parte la desgraciada celebración.

  Meredith sonrió. Sonrió al señor Stoker, sonrió en general a todos los congregados en aquel cuarto y a lady Sarah, y sonrió particularmente a lord Eldric, correspondiéndole con la suya al reconfortante estrechamiento de su mano, que ya no la soltaba.

  —Bueno, ¿gracias? La verdad es que no sé que decir. No sé, en realidad, que ha pasado. Recuerdo… oh, recuerdo imágenes de horror. Sangre y…

  —No se altere de nuevo, querida niña —intervino la señora Stoker—. Es cierto. Todos hemos contemplado imágenes que ninguno olvidaremos en la vida. Creo que incluso al pobrecito Bram, pueden haberle causado semejante trauma, pues mis entrañas se retorcieron de angustia, que no sería raro que naciera enfermo, criaturita mía.

  La noche finalizó en petit comité mientras Meredith acababa de recuperarse, entre comentarios sotto voce de lo sucedido, paralelismos con la situación política entre las islas. Pero sobretodo, las jóvenes parejas ya tenían un mañana en el que pensar plagado de esperanzas; los Stoker con una boca y un cerebro más que alimentar, lady Sarah y lord Bernard con una boda en vistas, y Meredith con muchas reflexiones que madurar y un bondadoso lord Eldric que quizás pudiera compartirlas con ella.

* * * * *

EPÍLOGO

  El 8 de noviembre de 1847, «el negro 47» como se recuerda en Irlanda aquel año por ser el peor de los de la hambruna que azotó la isla, nació en Clontarf, Dublín, el tercer hijo del matrimonio formado por Abraham C. Stoker y Charlotte Mathilda Blake Thornley.

  Para diferenciarlo de su padre, su diminutivo y nombre por el que pasó a la historia fue Bram.

  Durante sus siete primeros años de vida padeció de ciertos males no aclarados, que lo postraron en cama.

  Su madre, además de educarle proporcionándole un destacable nivel cultural, para entretenerlo se dedicó a contarle historias góticas de fantasmas y misterio, mezcladas con sus propias vivencias como las que recordaba de su propia infancia durante la epidemia de cólera de 1832 que asoló el condado de Sligo, de donde ella era natural.

  Y, tal vez, aderezadas con lo sucedido durante aquella noche del baile comarcal en Wedlockshire poco tiempo antes de su nacimiento.

  Quizá todo ello influenciara en Bram para la creación, cincuenta años después, de una obra mítica; Drácula.


* * * FIN * * *

Reto personal 1/6


PD: Los señores que aparecen en la imagen, editada por mi, son los verdaderos padres de Bram Stoker;

- Charlotte Mathilda Blake Thornley. 1818-1901
- Abraham C. Stoker. 1799-1876




3 comentarios:

  1. Sublime.
    Ya me había gustado el relato de Gema, pero es que tu continuación me parece sencillamente impecable.
    El final completamente inesperado, y me alegro porque no acababa de entender porqué saltabas de una conversación política a una escena tan gore.
    Enhorabuena, el esfuerzo que has hecho a merecido la pena porque te ha quedado un relato redondo.
    Saludos y nos vamos leyendo.
    Por cierto, me has llegado a la patata con el tema de Irlanda que la tengo en mi corazoncito desde que pase un verano allí.

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  2. Ah, Irlanda. Tengo una espinita clavada con Irlanda. Estuve a punto de ir de prácticas a Galway (y de segunda opción a Inverness,Escocia ,justo donde el Loch Ness), cuando estudiaba acuicultura. Vinieron estudiantes de allí, buena gente y divertides, y tocaba ir como contraparte. Pero por un jefe de departamento inútil como él solo, se fastidió todo.

    La verdad, mucha de la documentación que manejé era sobre la política de la época, y como pensaba que iba a resultar un tostón, dejé a Charlotte dar algunas pinceladas aceleradas. Si no, hubieran salido 3000 palabras más hablando de los absentistas ingleses, la leyes del cereal, el gobierno en minoría que existía entonces fruto de unas recientes elecciones con los nuevos partidos que empezaban a aflorar tanto en Irlanda como en el resto de UK, ...etc. Pero tenía que acotarlo a la fecha concreta, como lo de la epidemia de cólera en Sligo en la infancia de la "abuela" de Drácula. Hay mucho que rascar ahí, pero se alejaba demasiado.

    En fin, que no me esperaba nada, ni comentarios si quiera cuanto menos una recomendación. Te lo agradezco infinito porque el trabajo "entre bambalinas" ha sido potente, aunque no me convenza mucho el resultado.

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  3. Buenas,
    Nada, parece que te has empeñado en que todos tus relatos sean mis favoritos este año :)
    Has cambiado tu estilo a la hora de escribir esto, más como al estilo de la época, las descripciones, los diálogos.
    Me ha gustado mucho volver a ver a Meredith y a lord Eldric, no les tenía pensada una continuación más al final de mi relato, y me ha gustado mucho cómo lo has escrito tú. Y de fondo, la señora Stoker. Es un personaje muy fuerte, su conversación con Meredith sobre Irlanda es muy interesante. Al final han aceptado a Meredith con su verdadero nombre, y yo encantada :)
    Y para rematar, Drácula. Si es que no me puede gustar más. Lo has metido de forma muy sutil pero realista. Igual al bebé Bram se le quedó el suceso de esa noche grabado, quién sabe.
    Sé que es un cambio en tu estilo y te felicito otra vez :)
    ¡Bravo!

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