domingo, 1 de marzo de 2020

Suspendidas en el tiempo



—Frida, ¿Recuerdas?
  La anciana continuaba con la cabeza gacha, oculta por la cortina de cabellos níveos que caían en cascada frente a un rostro que contaba el paso de las estaciones, los años y las décadas.
—¿Me recuerdas, Frida?
  La anciana emitió un sonido gutural, indistinguible de un suspiro o una queja.
—Vendrás conmigo, Frida. Te lo 
prometí.
  Un brillo asomaba reprimido a uno de los lacrimales de aquella joven que no se dejó abatir por la tristeza. Se aferró con fuerza, quizás rabia, a las empuñaduras de la silla de ruedas en la que la anciana permanecía ausente y empujó con decisión a través del pasillo.
  El doctor Wesser, responsable médico de la residencia, las siguió hasta el vestíbulo tratando de convencer a la joven de que lo mejor para la señora Pauli sería que permaneciera allí pues la enfermedad avanzaba sin solución.
—Doctor, con el tratamiento adecuado mejorará. Aquí solo le aguarda esperar el final, y por suerte o por desgracia, sin conciencia de nada. Ustedes hacen lo que pueden, les queda mucho por avanzar. No se avergüence, nada le hecho en cara. Pero me traicionaría a mi misma si no empleara todo mi conocimiento y experiencia en ayudarla. Nos traicionaría a ambas.
  Las puertas se cerraron y el transporte, con ambas pasajeras a bordo, se alejó a gran velocidad del edificio hasta que este se hizo diminuto para desaparecer, en la lejanía, junto a toda la ciudad.

* * * * *

—Frida, ¿Recuerdas?
  La anciana giró la cabeza hacia la joven. El arreglo del pelo, con las puntas recortadas y peinado hacia atrás, le daba un mejor aspecto dejando mostrar un rostro que, iluminado por la luz de un ventanal, parecía despojarse de algunas de las arrugas con las que el tiempo había registrado su paso.
—¿Me recuerdas, Frida?
  Los ojos de la anciana, turbios y extrañados, se fijaron en el rostro de la joven que le hablaba. Frunció el ceño, parpadeó y sus labios temblaron tratando de musitar alguna palabra.   Apenas logró verbalizar un balbuceo sin sentido.
Bba, baahba —dijo, formando su mirada una expresión de angustia que comunicaba mucho más que aquel sonido arrastrado.
  La joven sintió que aquella mirada la cubría de tristeza y melancolía. No pudo sostenerla con la suya por mucho tiempo y dirigió sus ojos hacia la blancura del suelo, viendo como una lágrima se alejaba desde su cara, haciéndose pequeña hasta estrellarse contra la punta de su pie derecho para estallar en brillantes microgotas, por un instante suspendidas en el tiempo y atravesadas por rayos de luz matinal.
  Sabía que el tratamiento sería largo, pero también estaba segura de su éxito. El tiempo no iba a suponerles ningún obstáculo.

* * * * *

—Frida, ¿Recuerdas?
  Frida se encontraba sentada en el banco de un jardín interior, absorta en la contemplación de unas flores de azul intenso que contrastaban de manera hermosa con el verde denso de sus hojas alargadas.
—¿Frida? —la joven volvió a llamarla tratando de captar su atención, mientras continuaba inmersa en la contemplación floral.
  De improviso, Frida adelantó una mano temblorosa hacia un grupo de aquellas flores. Pareció acariciarlas como a una suave mascota, ahuecando su mano tras ellas. Se detuvo un segundo en aquella posición.
  La joven también se detuvo, pues justo en aquel momento pensaba volver a llamarla tocándole el hombro. Su mano quedó detenida en el aire y su respiración se contuvo expectante.
  La escena pausada se reanudó por parte de Frida, al cerrar un poco más sus dedos sobre su palma, rodeando las flores azules en las que contrastaba el claro filo de sus pétalos y se las acercó a la vez que se inclinaba sobre ellas para olerlas.
Inspiró profundamente, captando cada matiz de aquella fragancia, estudiando cada nota de los aromas que la componían. Mantuvo el aire en su interior y los ojos cerrados durante largo tiempo, saboreando la bocanada que dejó salir despacio por su nariz quizás percibiendo nuevos detalles, y fue bajando su torso mientras desinflaba su pecho hasta exhalarlo todo. En ese momento, mientras iniciaba una nueva respiración a ritmo y profundidad normal, abrió los ojos contemplando de nuevo las flores, las cuales habían vuelto a quedar ante su rostro cobijadas en su mano.
—Jaj… jaaz —el intento de pronunciación sorprendió a la joven por la claridad de las sílabas, aun dentro del titubeo—. Jaa-ciin-to.
  Y allí estaba. La primera palabra coherente en mucho tiempo: Jacinto, el nombre de las flores. Aquellas flores cuyo perfume, sin duda, había logrado conectar las neuronas necesarias para activar un lejano recuerdo y luego identificar ese recuerdo olfativo con otro sonoro. Y además, reactivar las neuronas motoras que manejaban los músculos necesarios para poder pronunciar ese sonido, que resonaba desde las oscuridades de su memoria hasta salir a la luz del patio y volver a penetrar por su oídos. Los suyos y los de la joven que, agitada de emoción, lanzó su mano de nuevo para asir, temblorosa, el hombro de la anciana.
—¡Frida! ¡Los has recordado! Has recordado los jacintos azules.
  La anciana reaccionó al tacto cálido de aquella mano joven y al sonido de aquella voz dulce aunque entrecortada. Giró la cabeza y se quedó mirándole la cara.
—¿Me recuerdas, Frida?
  Pero la anciana, tras contemplarla unos segundos, le apartó la mano del hombro con el mismo brazo con el que se protegió la cara, encorvándose sobre sí misma y volviendo a gimotear.
  Apartándose, la joven alzó el rostro hacia el techo como quien lanza una plegaria al cielo, plegó sus brazos ante su pecho y cerró los puños a la altura de la barbilla en un gesto de rabiosa impotencia. Dos lágrimas se deslizaron por cada mejilla en dirección a su estirado cuello.

* * * * *

—Frida, ¿recuerdas el lago? —la joven preguntó susurrándoselo al oído, mientras ayudaba a la señora Pauli a acercarse al borde de una fuente circular y de mármol. El agua, agitada por los surtidores, les devolvía el abstracto reflejo de sus rostros.
  Frida Pauli sonrió cuando notó la húmeda tibieza de aquellas aguas, aleteo en ellas con la mano como lo haría una carpa koi, con curiosidad y lentitud. No prestó atención a su joven acompañante. No al menos a su persona, a pesar de asirla esta con ambos brazos para evitar una caída y de apartarle el cabello de la cara, pero sí prestaba atención al reflejo de ambas en la fuente.
  Tras un breve instante, los chorros cesaron de brotar, calmándose poco a poco la superficie acuática y cobrando definición los reflejos en ella.
—¿Me recuerdas, Frida?
  Una mano embadurnada en manchas y arrugas señaló hacia los reflejos. Los expresivos ojos de su propietaria se abrieron tanto que casi se volvieron cristalinos de nuevo, captando rasgos conocidos en los rostros del agua.
—Hola —murmuró despacio, con tono tímido e indagador—. Hola, tú… —la duda se hizo patente cuando parecía que iba a reconocer a su acompañante.
—Sí, Frida, sí. Yo —animaba la chica a la señora—. ¿Me recuerdas ya?
  Entonces, la mano que señalaba, debilitada por la carga de los años, se venció un poco para posarse en el borde de la fuente, los ojos perdieron brillo, las cejas se arquearon lastimosamente y el índice de la mano apoyada señaló hacia el otro reflejo. El reflejo de su propietaria.
  El llanto brotó de un rostro, ajado por el tiempo y atormentado por algo similar a la melancolía, que se deformó entre las ondas verdosas y oscuras provocadas por sus propias lágrimas, mientras su joven acompañante se unía a la llantina en un abrazo piadoso y mortificante.

* * * * *

  Entra en una estancia que le resulta familiar. Al fondo, toda una pared ocupada por estanterías muestra pinceladas de distintos tamaños y colores, unos brillantes como de oro o plástico, otros mate como de piel o cartón.
  Repasa maravillada todo el género que reposa en las baldas. Desliza sus dedos sobre escalonados lomos, acariciando sensaciones del pasado que jamás se olvidaron pero que, en algún momento, se arrinconaron cubiertas por las telarañas del desuso.
  Se fija en los caracteres que se dibujan sobre la superficie de lo que reconoce como libros y que, según le parece, deben estar escritos en alguna lengua desconocida. Uno de ellos le llama la atención y lo alcanza, sacándolo de su balda. Todo en él resulta extremadamente familiar, el peso ligero, los colores ocres, el tacto del papel, el olor entrecolado y sudoroso de páginas por las que pasaron muchas manos.
  Escucha unos pasos acercarse y se apresura a devolver el libro a su lugar de reposo, metiéndolo entre sus hermanos a la vez que oye la voz a su espalda.
—Frida, ¿Qué te parece? ¿Recuerdas la biblioteca del colegio?
—¿Colegio? —pregunta extrañada mientras se gira hacia su interlocutora—. Sí, esto es el colegio. ¿Es hora de ir a clase?
—No, Frida, cariño. Ya no. ¿Recuerdas las clases? —pregunta esperanzada al oírla pronunciar las palabras sin temblarle la voz.
—Me gusta la clase de ética —dice de seguido, convencida y con decisión—. ¿A ti no?
  Esa pregunta la coge por sorpresa, tan directa y clara que la hace sonreír y luego soltar una pequeña carcajada.
—Sí, te encantaba ética. Siempre entrabas a saco en los dilemas morales que el profe proponía.
—¿Estás en mi clase? —La mira escrutándola, tratando de establecer una clasificación burda; compañera o no.
—Sí, Frida. Fuimos juntas al cole. Hace mucho tiempo —Sujeta con ternura la cara de la mujer posando sus manos sobre las mejillas de esta—. ¿Te acuerdas?
  Pasa un instante así y entonces, las pupilas de la señora Pauli se dilatan, brillan con un destello de juventud y vivencia latente.
—Ag… —Duda, pero los enlaces sinápticos se restauran a velocidad exponencial a medida que los neurotransmisores artificiales reactivan áreas y conexiones—. ¿Agnetha? ¡Agnetha! ¡Eres tú!
  Agnetha lanza un suspiro de satisfacción.
—¡Me reconoces! Frida, al fin me reconoces.
—Te fuiste, Agnetha. Me dejaste y me prometiste que siempre seriamos amigas, siempre juntas. Pero te fuiste —Frida se atropella al hablar mientras recuerda.
—No me fui, me llevaron, ¿Recuerdas?
—¡Me dejaste! Siempre juntas y… —Frida Pauli llora desconsoladamente apartando las manos de Agnetha de su cara.
—No, por favor, Frida, cariño. Me llevaron ellos ¿No recuerdas? Nos llevaron a muchos, a su mundo. ¿Recuerdas los asteroides? —Agnetha habla casi gritando, tratando de acelerar un chispazo de memoria en su amiga que acelere la comprensión de lo que pasó. —¿Recuerdas que los llamaron la Marabunta porque parecían cientos de ratas corriendo hacia la Tierra?
  Frida atenúa su llanto. Parece revivir una escena.
—Lo ha dicho la tele —murmura entre sollozos—, la Marabunta iba a arrasar la Tierra y ellos lo evitaron.
—Eso es, cielo. Ellos los apartaron de nuestra órbita. Pero exigieron algo a cambio.
  Frida se vuelve hacia Agnetha.
—Los niños. Quieren llevarnos con ellos. Nos enseñaran.
—Sí, sí. Prometieron enseñarnos todo lo que sabían sobre el universo. «Mejorará vuestra especie como todas a las que hemos ayudado», dijeron.
—Veinte de cada ciudad, cinco de cada pueblo.
—Eso es. ¿Recuerdas que pasó, Frida?
—Te fuiste. Vinieron las luces cerca del lago. Sonaban como flautas. Fuisteis allí y las luces se elevaron. —Y entonces volvió el llanto—. ¡Y me dejaste!
—No, Frida, escucha —La sujeta por las muñecas—. Surgió una resistencia, formada por gente como tus padres que no querían dejarte marchar. Te escondieron. Escúchame, por favor. Prometí volver a por ti. La relatividad del viaje hizo que esperaras toda una vida, pero regresé a por ti y mira —le dice señalándole una pantalla que actúa de espejo—, míranos ahora.
  El reflejo es de dos jóvenes de edad similar, rubia una, pelirroja la otra.
  Frida se reconoce en esta última.
—La ciencia que nos enseñaron te ha curado y ha resincronizado nuestras edades. Y mira —señalando un ventanal—, estamos en su mundo; en H’amblin. —Y abrazándola, dijo: Lo prometí. Siempre juntas.
  Cinco años de viaje. Los mismos que de tratamiento restaurando un cerebro arrasado por el Alzheimer, rejuveneciendo un cuerpo, recuperando una vida que quedó atrás. Agnetha Giovanni y Frida Pauli se juraron amistad infinita. Hoy es el primer día del resto de sus vidas. De nuevo juntas.


* * * FIN * * *

Este relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes de marzo.
Objetivo primario: 04-Una historia de amistad infinita.
Primer objetivo secundario: J-El flautista de Hamelin.
Segundo objetivo secundario: VIII-Alienígenas
Objetos ocultos: 09-Las estaciones y 13-Nieve (en cabellos níveos)


Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/


2010        Palabras
11955       Caracteres (con espacios)
10018       Caracteres (sin espacios)
74          Párrafos
163         Oraciones