domingo, 26 de abril de 2020

Camino claro

ATENCIÓN
Este microrrelato es parte del objetivo personal en mi participación dentro del OrigiReto2020 y está enlazado al relato de la compañera Dani de marzo, por lo que es necesaria su lectura previa (ir al relato) para comprender en que se basa.

¿No lo habéis leído?

¡Que es justo y necesario, querides!

Anda. Id al relato y luego volveis. Se va por aquí. No os perdáis en los cruces.

¿Ya?

Vale, pues ahora sí. Os dejo mi microrrelato.





   Es una pareja joven, poco más que adolescentes. Visten ropas humildes y desgastadas pero algo, en su diseño y sus colores, les otorgan cierto tipo de elegancia o pose que llama la atención, cierta dignidad.
   Llegan caminando con lo puesto, portando cada uno un zurrón que no abulta demasiado. El de ella, tiene una mancha aceitosa en el cierre. Las botas polvorientas indican que han caminado en tiempo de lluvia por terrenos enfangados, y que han seguido caminando en tiempo soleado hasta que la costra de barro se ha ido endureciendo y desprendiéndose en trozos. Ya solo queda la mancha terrosa y los salpicones secos.
   Paran secándose el sudor y observando alrededor. Están en un cruce de caminos, sin indicaciones, sin marcas.
   Vienen del Este, pueden elegir continuar o ir a cualquiera de los otros puntos cardinales. Parece que dudan.
   El chico hurga en su bolsa, saca un objeto pequeño, musita unas palabras mientras lo observa y acaba por señalar una dirección. Es un camino como cualquier otro pero a sus ojos ahora parece brillar como si alguien hubiera esparcido la polvorienta arena de fuego del lejano desierto Chöl-Dai. La chica asiente con un gesto adusto que desfigura una media sonrisa y ambos retoman la marcha por la senda que saben certera.
   Van dejando atrás la encrucijada y el bosque, sus huellas y el cansancio. Sus fuerzas reviven porque adivinan la proximidad de la venganza.


* * * * * FIN * * * * *

Este microrrelato pertenece a mi objetivo personal dentro del #OrigiReto2020, la iniciativa organizada por Katty (ver blog) y Stiby (ver blog).

Las estadísticas según el contador de palabras oficial son;
235   Palabras
1392 Caracteres (con espacios)
1163 Caracteres (sin espacios)
6       Párrafos
15     Oraciones

domingo, 19 de abril de 2020

Cailleach

   


Baytal observa por el rabillo del ojo hasta donde la escafandra le permite para comprobar si Pasquale le da la señal. El sudor flota en el interior de su minúsculo hábitat en forma de traje pero se resiste a desprenderse de su cuerpo, formando una sustancia persistente sobre su piel que molesta y cosquillea. Lo contempla ajustando uno de los taladros en medio de una lluvia de confeti helado que centellea al contraluz de las luces de trabajo. Pasquale trabaja envuelto por su obra, una nebulosa en miniatura en el centro del propio universo formado por roca helada y vacío. Hasta parece poseer un aura iridiscente alrededor del cuerpo como si un arcoíris rotulara el contorno del Creador.

   A tres millas del asteroide, la piloto Mariluz Ruíz-Ponce mantiene en espera al remolcador MT-Alcotán-IV siguiendo la misma órbita que el pedazo de roca. Quedan doce minutos para que las novedades que radió lleguen al control de misión; el equipo de captura salió hace veintisiete minutos hacia el objetivo, Cailleach-1812.

   Las prospecciones con radar de la sonda Goya han dado resultados alentadores; el núcleo de coltán tiene un 23’64 % de tantalita de alta pureza con un 58 % de óxido de Tantalio. Casi cinco millones de gloyuanes vale la piedra.

   En la soledad de la nave, Mariluz se asegura de que los dos equipos de amarre, Gothelsson con Souza y Rajakumaran con Pasquale, siguen trabajando en la superficie y que la computadora mantiene fija la órbita de seguimiento, de persecución prefieren llamarla a bordo, acoplada al giro del asteroide sobre su eje de traslación. Al no trabajar en EVA, ella no lleva pañales y el mono de faena es suficiente.

   Evacuar, eso es lo que necesita y el baño se encuentra en el módulo polivalente, al final del túnel F, tras la cabina. Pulsa la radio.

   —Equipos de anclaje para Alcotán-IV. Dejo el puesto un momento.

   —Alcotán, aquí Gothelsson. Recibido.

   —Alcotán, Rajakumaran. Afirma.

   Continuarán trabajando en su ausencia extremando las precauciones. Durante unos minutos estarán solos ahí afuera.
Se suelta del puesto de pilotaje y se lanza con seguridad hacia el túnel, calcula bien y flota por él sin apenas rozar las paredes. Está acostumbrada a moverse en ingravidez y le tiene cogidas las medidas a la nave minera tras ocho meses de servicio en ella.

   De repente ve una pieza oscilante que se interpone en su camino. Trata de maniobrar, se encoge y estira tratando de girar para apartarse de la trayectoria, topa contra un armario, su cuerpo rebota descontrolado y la pieza le impacta en un ojo. Retorciéndose, como una sábana azotada por un viento inexistente o poseída por un fantasma improbable, con una mano trata de reconfortar el ojo dolorido, con la otra atrapa la pieza en fuga. Con el culo rebota hacia la pared de enfrente aunque consigue aminorar el impacto con los puños. Desprotege el ojo para agarrarse con esa mano y, cuando lo logra, mira lo que ha atrapado, el arma contusiva que nadie le lanzó, no ahora, no a ella, pero que allí estaba buscando sin buscar un cuerpo que detuviera su danza espacial.

   —¡Maldito Miguel! ¡Mira tu mierda-muñeco!

   Mariluz se refiere al anterior piloto, español como ella. Lo recuerda del relevo, demasiado retro para su gusto, demasiado flamenco. Seguro que ahora tiene un ojo morado por culpa del «carrofary» que su predecesor colgaba como indicador de gravedad. Lo único que ahora tendría cierta gravedad sería ese ojo, pero entonces una alarma suena en la consola de mando.

   —Tracking lost. Recalculating orbital synchronous…

   La voz de la computadora de vuelo informa que se ha perdido el «enganche» que mantenía sus posiciones fijas, a la vez que la voz de Rajakumaran entra con fuerza y preocupación.

   —Alcotán, Baytal. Algo passa. Alcotán, responde. Responde Marilús, no veo remolcador.

   La piloto reacciona, se impulsa veloz de vuelta al asiento.

   —Marilús, los amarres se arrastran. Estoy taratando de llegar al patín de...—la voz queda tapada por sonidos de respiración agitada y ruidos de vibraciones.

   Mariluz se incorpora al asiento atrapando los cascos en el aire, ese aire que silba por las conducciones de ventilación pero que se está haciendo denso, recalentado y viciado por momentos en vez de llegar renovado y fresco. Habla antes de acabar de colocárselos y de situarse a los mandos.

   —Rajakumaran, Alcotán a la escucha. Te copio, pero repite lo último.

   La radio solo son ruidos.

   —Rajakumaran, aquí Alcotán. Responde Baytal, soy Mariluz —la preocupación se evidencia en el tono de la piloto.
Sigue sin respuesta, continúan los ruidos.

   Mariluz teclea instrucciones a toda velocidad; cámaras haciendo zoom al asteroide, ordenador a calcular trayectoria de acercamiento, datos en pantalla.

   El asteroide no está donde debería, por lo que la imagen que se muestra tarda unos instantes en centrarse, mientras las cámaras lo rastrean para fijarlo en objetivo. El cinturón de asteroides recibe suficiente luz para obtener visión directa de un cuerpo solitario pero poca para localizarlos rápido dada la ausencia de referencias espaciales. Cuando queda centrada Cailleach-1812 parece un tiovivo girando en al menos dos ejes. En el infrarrojo se ve que está expulsando gases como una maldita olla a presión y parece acelerarse más y más.

   —Target locked, on route —anuncia la añeja voz sintética.

   —Command; localizar: patines, estibadores. Go! —lanza la orden vocal a la computadora para ahorrar tiempo y vuelve a emplear la radio para llamarles—. ¿Alcotán para Gothelsson? ¿Rajakumaran? ¿Souza, Pasquale? Alcotán para estibadores —Silencio humano y ruido de fondo—. ¿¡Me escucha alguien!?

   —Located stevedore Rajakumaran —es un anuncio frío que constata un hecho, pero lo dicho por la computadora de a bordo no dejan de ser buenas noticias. Espera que lo sean.

   Pulsa un botón y la pantalla principal muestra lo que aparenta ser un pequeño amanecer cuando un objeto brillante aparece por detrás del asteroide, elevándose sobre su superficie. Es un cuerpo o al menos un traje de astronauta con la forma de un ser humano. Amplia la imagen y se horroriza. Falta un brazo, el cuerpo está girando, pasa un brazo, la espalda con la mochila de vuelo y… Ahora debería verse el otro brazo pero es el pecho, la escafandra brilla, y en seguida el brazo que ya había visto y se repite el ciclo. Le extraña no ver una gran mancha de sangre. Su cerebro está en shock y no cae en la cuenta de la rápida descompresión ni del inmediato congelamiento, solo imagina escenas de películas viejas, vampiros y desmembramientos. No, sabe que ese brazo ha sido amputado pero no piensa en que apenas ha habido tiempo para sangrar. Tampoco se fija en un segundo satélite humano que inicia su propio amanecer.

   —JjJjJuiii...tán? ¿Alcotán me escuchas? —la radio ha escupido la voz de Rajakumaran tras una chirriante y gangosa interferencia.

   —¡Baytal! —Mariluz comprende que el primer cuerpo era el de Pasquale —. ¡Estás vivo, Baytal!

   —¡Marilúss! De momento ssí. —El tono no termina de ser alegre.

   —Command; Approach. Go! —grita a la nave tocando la imagen en pantalla— Baytal, ¿Los demás?

   —No sé que ha passado. Souza gritó y la superficie vibró. Nadie contesta por radio. Y las cinchas empezaron a moverse, a arrastrarse rápido como cobras —habla acelerado, al borde de la hiperventilación.

   —Estoy llegando, Baytal. Tranquilizate. Cailleach está girando y tú con él. Informe de oxígeno —Mariluz le da la orden para que deje de pensar. Los protocolos no siempre sirven solo para lo que están diseñados. Espera que así se centre en una tarea concreta ya que lo nota agitado en exceso.
Baytal respira hondo y se fija en los indicadores. Estos, los únicos que indican vida, se replican en la consola del remolcador pero Mariluz ha sido astuta.

   —Oxigeno 84 %. No hay fugas. Presión OK. —Baytal va relatando diversos datos a la vez que su respiración se normaliza.

   —Baytal, ¿Puedes ver al Alcotán? Estamos a tus doce. Una milla.

   A diferencia de Pasquale, el estibador vivo tiene control de vuelo en su traje y no gira descontrolado. Se mantiene usando algunas referencias en la superficie del asteroide, al igual que hace la computadora de la nave de un modo más eficiente. Él debe rectificar continuamente para mantener la posición. Es un alivio que a su alrededor no haya ningún paisaje que ver; sería consciente de que todo el universo gira desbocado alrededor del asteroide y él. El vértigo sería insoportable y nadie quiere vomitar dentro de la escafandra.

   Maniobra para observar el vacío sobre su cabeza. Le cuesta un buen rato distinguir un tenue punto, diferente al de las lejanísimas estrellas. Pero allá, a lo lejos, ve aquel remolcador acercándose como la torre perdida de algún ajedrez desperdigado. Poco a poco, muy poco a poco, aquella torrecilla va aumentando su tamaño.

   Fragmentos de roca, gas helado y polvo de regolito atraviesan su visión. El astronauta deduce que la suciedad se está arremolinando alrededor del asteroide, que se fragmenta a medida que gira, en una escombrósfera.

   —Alcotán, voy a salir al encuentro. Esto se está poniendo peligorosso.

   Antes de acabar la frase incluso, Baytal se da impulso tomando como referencia y objetivo al remolcador que aún queda a más de media milla.

   —Copiado —La situación da la razón al compañero—. Afirmativo, no voy a poder acercarme mucho más. Demasiados cascotes.

   Las rocas más grandes colisionan desintegrándose en fragmentos pequeños, lanzados como metralla sideral hacia todos lados.

   —¡Lánzzame un cable!

   Mariluz comprende automáticamente la súplica. Ella no puede acercar el remolcador, un blanco demasiado grande para los desechos. Baytal no alcanzará demasiada aceleración y la distancia es aún demasiada. Deben acortar distancias y tiempo. Debe pescarlo, como a un salmón, en una maniobra extrema. Debe intentarlo, será su campanu, piensa. Activa una esclusa de la bodega de proa.

   —Command; Estacionario a Rajakumaran, Obviar distancia. Go!

   Deja a la computadora que se encargue de mantener la posición y se lanza hacia la bodega por los túneles de servicio con una sola cosa en mente; el arpón.

   Avanzando entre la bruma sucia que le acompañaba en su alejamiento del asteroide, Baytal solo piensa en otra cosa, diferente pero igual.

   «Vamos Ruiponche, vamos. Lánzale tu trenza al prinzzipe», se repite a sí mismo el viejo chiste con el que ha bromeado con Mariluz una y mil veces.

   Y entonces ve relampagueos, como las toberas correctoras de una nave, todavía lejos para discernir el objeto del que emanan. Cree adivinar lo que es, desea que sea lo que cree que es, pero no puede acelerar más.

   —Baytal, he disparado el arpón. El conector de aprovisionamiento va hacia ti. Tendrás que pillarlo al vuelo y agarrarte con todas tus fuerzas.

   —¡Roger! —Deja de dar impulso de avance, necesita salvaguardar todo el combustible posible para maniobrar. La cosa no va a ser sencilla.

   Usa los espejitos de las mangas para comprobar como va la cosa por los alrededores y detrás de él. La mayoría de los escombros grandes se están alejando, pero una especie de géiser va a apuntar en su dirección en cuanto Cailleach de un cuarto de vuelta más.

   «Vamoss, vamoss» Suplica. Ordena. Ruega.

   Como una escúter de grande, el enganche se acerca rápido y va a tener que «montarse en la moto en marcha». Como un portero de hockey sobre hielo trata de imaginar el pequeño rectángulo a defender. Pequeños toques, arriba, arriba, derecha, abajo, para parar el gol. Aquí llega, centrado, un disco gigante directo al pecho que le atropella.

   —¡Tira! ¡Tiiiraaa! —grita y el grito entra galopando en el remolcador a través de la radio.

   Mariluz recupera manguera «a toda hostia».

   Baytal ve como el chorro que estaba a punto de devorarlo deja de acercarse, aparentemente hasta se frena. Parece un muro de purpurina flotante que comienza a alejarse despacio.
A ido por los pelos pero está siendo pescado.

   —Ya está, Baytal. Estás a salvo. Si supieras que podría no haber llegado por culpa de El Fary.

   —Ssí, Ruiponche. Me salvaste, amiga. Pero... ¿Qué es «elfary»?

   Las lágrimas de Mariluz se mezclan con sus carcajadas.

   —Eso ahora no tiene importancia, compañero. Ninguna importancia.

* * * * * FIN * * * * *

Este relato participa en el OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Katty (ver blog) y Stiby (ver blog). En el sorteo, para el mes de abril me tocaron los siguientes;

Objetivo principal; (4) que suceda en el espacio.
Primer objetivo secundario; (B) Rapuntzel
Segundo objetivo secundario; (VII) Vampiros/licántropos
Objetos ocultos; (14) Un personaje conocido y (03) el arcoíris.

Las estadísticas según el contadordepalabras oficial.


1999     Palabras
12185   Caracteres (con espacios)
10066  Caracteres (sin espacios)
125       Párrafos
172       Oraciones


sábado, 11 de abril de 2020

El lugar del nombre


 https://www.pexels.com/@lorenzo-esteban-463094



 «Sería hermoso» pensó al borde de la inconsciencia.

  Aquel paleovalle por donde alguna vez fluyó un río aún no tenía nombre. Iba a morir allí y sería un bonito detalle que le dieran el suyo: Luxia Caro.

  ¡Cuanto honor! No denominaban un paraje del planeta rojo con el nombre de cualquiera.

  Se lo podría haber ahorrado pero, como dicen en Tierra, la curiosidad mató al gato. A la gata, en su caso.

  Iba a morir allí, sola y dolorida. 

  Aquel paisaje le recordaba al de su niñez. Quizás aquel extinto río fue rojo, como el de su infancia donde aquellos guiris estudiaban la microfauna. Estudiar bacterias para viajar a Marte. La idea la cautivó y decidió su profesión; bióloga y astronauta.

  Por eso se alejó tanto; quería asomarse al cañón del cauce.
Y eso fue todo. Aun con la atenuada gravedad marciana la caída le hizo daño. Tanto que iba a morir allí.

  Enmarcadas por su casco, empañado y salpicado de rojo, acabó por perder la conciencia fundiendo las vistas del seco cauce marciano y el Río Tinto de sus recuerdos. Marga caminaba hacia ella, desnuda.


* * * * *

  Despertó cuando el río ya solo era un recuerdo rojo que había bajado por su garganta en algún momento y las vistas se abrían al interior del módulo de retorno.

  —¡Bienvenida de vuelta! —No esperaba oír, ver, o incluso oler al doctor que flotaba ante ella—. Y digo de vuelta a la vida y, aunque queden seis meses, a la Tierra.

  —¿Qué..? —la sorpresa flotaba en el ambiente al contrario que ella, amarrada al saco.

  —Desapareciste de repente y tardamos dos horas en encontrarte, no dabas señal. Caíste por un barranco y te rompiste varios huesos —dijo señalando a la escafandra ensangrentada, sujeta al sucio y deteriorado traje—. Hemos tenido que acortar la misión. Volvemos a casa.

  Los analgésicos no habían borrado aquel recuerdo.

  —Marga, venía.

  —Sí, venía y viene. Los instructores os pusieron un buen mote pero, esta vez, “las palomas” os cruzaréis en vuelo. La misión de Marga llegará a Marte en dieciocho días.

  Luxia recordó. Contaba los días y hasta las horas hasta la llegada de la otra misión. Veinte días quedaban antes del accidente.

  —¿Llevo dos días..?

  El médico asintió.

  —Estabas inconsciente. Te he mantenido así mientras preparábamos el despegue y hasta ahora que las maniobras orbitales acabaron.

  —Íbamos a pasar veinte días juntas.

  —Lo siento, ya no conviviréis en Marte. Tendrás que esperar seis meses —Guiñó un ojo—. Créeme; necesitas soldar fuerte los huesos para aguantar el abrazo que os daréis entonces.

  Sonrió pensando en abrazarla tan fuerte.

  —¿Podremos hablar?

  —Negativo, cuestión de trayectorias. En unos días podremos enlazar a través del control.

  Marte se quedaría sin el Cañón Luxia Caro. Y deseó con todas sus fuerzas que tampoco figurara el nombre de Marga en nada, ni en Marte ni en Tierra. Salvo en el buzón de casa.


* * * FIN * * *




Este microrrelato participa en el #OrigiReto2020 ideado por Stiby2 y Katty. En sus blogs tenéis más información sobre el reto anual.
En este caso, se trata del evento de abril, donde debía escribir un microrrelato de entre 100 y 500 palabras (tiene 479 según el contador de palabras habitual) y que cumpliera tres características propuestas por otre participante. Todes proporcionamos tres condiciones, se sortearon y a mi me tocó cumplir con las propuestas de Marga, que eran:

1.- Que la protagonista fuera una mujer y/o una persona LGTBQ+.
2.- Que aparezca la naturaleza, por ejemplo, que se ambiente en un bosque/playa o que alguien mire un árbol en algún momento random, da igual.
3.- Que aparezca el color rojo.

1)Luxia Caro es la protagonista. Tiene una relación con otra astronauta, a la que he puesto el nombre de Marga, como homenaje.

2)La naturaleza está muy presente; la aridez marciana es naturaleza, alienígena, pero naturaleza. Luxia se crió en la zona de Río Tinto, Huelva (guiño para Marga, por cierto) que es Paisaje Protegido por la Junta de Andalucía y estudiado por la NASA para ver si hay organismos que podrían vivir en Marte (spoiler: los hay), cosa que inspira a Luxia para hacerse astronauta y bióloga.

3)El color rojo aparece tanto por Marte, el planeta rojo, por el paisaje marciano, por Río Tinto y sus aguas ricas en minerales piríticos, y por la sangre de las heridas causadas por el accidente. Tiene otro guiño a un poema de Marga; Las niñas guapas. Leedlo y comprenderéis que hay cierta relación.

Aparte, Katty, que es quien se inventa las normas, había determinado que además debía cumplir una de nuestras propias condiciones. Haciendo una combinación de las 3 propuestas más una propia, o dos de las propuestas y dos propias.

Las mías, las que yo propuse y que les tocaron a Cherry(¡suerte! Deseando leerte), fueron:

1.- Un río por escenario.
2.- Deben aparecer palomas.
3.- Una desaparición tendrá relevancia en la historia.

Bueno, pues de alguna manera, he metido las 3.

1)Luxia se cae por un barranco del lecho seco de un antiguo río marciano (hoy sabemos que hubo y que hay agua en Marte, y hay señales paleogeológicas de ríos, lagos, mares…). El escenario inicial. Río Tinto forma parte del mismo a partir de sus recuerdos. De hecho, su nombre, Luxia Caro, sale del propio Río Tinto (echadle un ojo a la wikipedia, anda).

2)Durante el periodo de formación como astronautas, les instructores bautizan a la pareja: “Las palomas”, por aquello de que van a volar ambas. En algunas misiones juntas en otras no. Luxia y Marga, probablemente, se conocieron y enamoraron durante aquellos tiempos.

3)Cuando Luxia cae, desaparece de repente tanto de la vista de los otros astronautas (sí, en esa misión hay más, no solo Luxia y el médico) como de los sistemas de posicionamiento. Al caer se daña el exterior del traje, incluida la mochila donde va la radio.

Y eso e…, eso e…, eso es todo , amigues.

jueves, 2 de abril de 2020

Paseo al fin de la noche

Aquí va el primer relato de los pertenecientes a mi desafío, reto u objetivo personal en esta edición del OrigiReto2020. Este consiste en enlazar un relato sin limitación de caracteres ni palabras al relato de alguien que haya recomendado alguno mio. Y esta vez va enlazado y se inspira en el relato de enero de @GemaSeelie.

La mayor dificultad que he tenido ha sido la de documentarme sobre la época para poder cuadrar la idea primera que tuve (es lo primero que pensé, la palabra con la que finaliza este relato) y que a priori, no sabía si podría unir los cabos de alguna manera. Al final, gracias a la labor de documentación, pude tirar de varios hilos para hacer los nudos y he tenido que echar el freno para dejarlo en 3622 Palabras.

Sin más preambulos y sin pretensiones, os dejo con el relato.


* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *


«Evitemos decir que la muerte es lo opuesto a la vida; la criatura viviente es simplemente una especie de criatura muerta, y de un tipo muy raro.»
Friedrich Nietzsche




  La velada estaba siendo deliciosa y agotadora. Ambas sensaciones provenían de la mezcla indisoluble de un baile tras otro en compañía de lord Eldric. Pero el cuerpo humano necesita reposar de vez en cuando, sobre todo cuando no está acostumbrado a cierto nivel de actividad física y social. Y ciertamente el baile, y mucho menos con la cadencia vertiginosa de algunos valses, no había formado parte en las rutinas habituales de Meredith. Aunque se le daba bien. Podría decirse que había nacido con el ritmo en el cuerpo, aunque también había nacido en el estrato social de la servidumbre. Su experiencia en baile, paradójicamente, se había limitado a enseñar a moverse a su señorita, lady Sarah.

  Lord Eldric accedió a que se tomaran un descanso y, como el buen caballero que era y que estaba demostrando ser desde que había tomado la mano de la supuesta Marcella para solicitarle el ya lejano primer baile, la acompañó a una salita contigua al invernadero donde las damas de mayor edad y rango habían establecido una atalaya para observar y chismorrear. Como Meredith no las tenia todas consigo de que el plan de lady Sarah se viniera abajo en cualquier momento por un imprudente comentario o una vieja inquisidora, de las que les miraron de arriba a abajo, alguna elevando sus lentes con ansia de novedades, ambos convinieron entre susurros y caras de circunstancia que sería mejor buscar otro lugar más tranquilo. Saludaron gravemente, gesto que fue correspondido por todas aquellas espectadoras, y continuaron caminando por la galería contigua en dirección al hall principal. lord Eldric recordaba que, hacia el otro lado, los criados iban colocando los abrigos y ropajes en un cuarto que lady Riesman había dispuesto como ropero, y creía que junto a este, una pequeña terraza acristalada sobre la balaustrada lateral de la escalera de entrada sería lo suficientemente expuesto para evitar murmuraciones, pero pequeño para que no hubiera lugar a darse otra congregación de estiradas fisgonas.

  La suposición de lord Elrdric era correcta. Una pequeña salita que no llamaba la atención y en la que, en ese momento, no había presencia alguna. Una mesa con dos sillones de mimbre y unos portamacetas de distintas alturas acogían azaleas o rododendros. Otra moda importada, como el vals.

  Lord Eldric apartó una silla invitando a tomar asiento a Meredith.

  —Querida, aquí creo que podremos reposar un tanto. Quizás le apetezca tomar algún refrigerio. A mi sí, desde luego. Espero que se acerque alguno de esos camareros por aquí.

  —Gracias —dijo Meredith al sentarse y añadió—, no sé. No tengo costumbre de tomar espirituosos o licores fuertes. Tome asiento, por favor, no me deje sola.

  —Con mucho gusto.

  El murmullo de una breve conversación entre una pareja junto a la puerta de la pequeña estancia precedió a la entrada en ella de un mujer en estado de buena esperanza. Bastante avanzado a juzgar por el volumen y los movimientos entre prudentes y cuidados para avanzar cuidando del propio equilibrio.

  —Buenas noches —saludó la embarazada—, ruego que me permitan apartarme a este rinconcito tan encantador, si no es molestia. Es demasiado ajetreo para mi.

  Antes de que hubiera acabado o tan siquiera, lord Eldric demostró su saber estar de nuevo, levantándose aprisa para ayudar a la futura madre a ocupar su asiento. Meredith pensó que era de natural bueno, pues debido a sus orígenes, no toda aquella exquisita educación podría achacarse a algo aprendido.

  —Aquí, por favor. Usted tiene total derecho y necesidad, eso es así. Permítame —sentenció ofreciendo su brazo como apoyo a la recién llegada y sujetando la copa que esta traía—. Soy lord Eldric y esta es la señorita Marcella, recién llegada de Italia para visitar a una amiga común.

  —Charlotte, Charlotte Blake. Y a bordo —acariciándose el abultado vientre— el que será mi tercer hijo. Bueno, mio y de mi esposo, Abraham. Le he enviado a por un reconstituyente para mi, algo más suave que este Jerez que sin embargo está tan apetecible. —dijo resoplando y acomodando la curvatura de sus lumbares con un cojín—. Bah, hombres. Como encuentre a alguien con quien charlar de política, tardará.

  —Encantada de conocerla, señora Blake. —saludo Meredith.

  —Oh no, querida. Señora Stoker en todo caso. Blake es mi apellido de soltera. Mio y solo mio. Y seguiría usándolo con gusto, pero una ya no es señorita, claro.— Y volvió a hacer notar su estado entre leves palmeteos sobre ella y grandes carcajadas que contagiaron a sus interlocutores cierta alegría, sin llegar a la risotada.

  —Si quiere, yo podría ir a buscar a su marido mientras ustedes descansan —Lord Eldric se ofreció gentilmente—, ya que creo que se pueden hacer buena compañía —El guiño fue muy sutil pero dio a entender a Meredith, quien había abierto un tanto los ojos aunque tratara de disimular su azaramiento al contemplar la posibilidad de que Lord Eldric se alejara después de la maravillosa noche que habían tenido hasta ahora, que podía quedarse tranquila y lo aclaró aun más diciendo—; de todos modos, yo había prometido traerle un refrigerio a la señorita Marcella y, dado que usted está aquí, creo que la dejo en buenas manos. ¿Como reconoceré a su esposo, señora Stoker?

  —Oh. Pues es un caballero de cuarenta y siete primaveras ya, barbado, pelirrojo y elegante, la verdad. Aunque más le valdría usar sus profusas patillas para cubrirse un poco su frente, más despejada ya de lo que desearía yo —dijo con una expresión bastante cómica dibujada en sus labios que apenas tapó con la punta de sus dedos.

  —Muy bien, señora mía. No dude que lo encontraré. Las dejo a su aire mientras localizo al caballero.

  Y se despidió dejándo la copa de jerez en la mesa, con un ademán de saludo un poco exagerado y una sonrisa en su faz.

  —Vaya. Que caballerete tan encantador —sentenció la esposa del buscado.

  —Disculpe que le pregunte —preguntó curiosa Meredith—, pero ¿es usted irlandesa acaso?

  —Sí señorita, nacida en el condado de Sligo. Pero ahora vivimos al otro lado de la isla, en Clontarf, puesto que mi esposo es funcionario en la oficina del secretario principal en el Castillo Dublín.

—Oh, por supuesto. Le pido disculpas por el atrevimiento, pero el acento me pareció conocido.

  —Sí, debe serte tan conocido como el de Venecia, o más, ¿verdad?

  Meredith se sintió descubierta por su torpe pregunta, ruborizándose de inmediato. Una irlandesa reconoce a otra irlandesa.

  —Oh, vamos. No te azores. No me importa para nada si naciste en la santísima Roma o en la católica Galway. Solo necesito un poco de ayuda cristiana para levantarme de este endemoniado sillón. Creo que estaré mejor caminando un poco mientras el maldito Abraham se decide a aparecer.

  —Oh, claro, permítame. —Meredith ayudó a la señora Stoker a levantarse y y esta le tendió el brazo para que enganchara el suyo y así caminaran juntas alrededor de la mesita de la habitación.

  Durante el limitado y circular paseo, la señora Stoker se descubrió como una conversadora nata. Dejó en el aire las circunstancias por las que Marcella no era Marcella, si no una irlandesa de pura cepa como ella misma y no trató de sonsacarla sobre ello.

  Habló del interés de su marido en la política entre los diferentes territorios del Reino Unido, explicando que en el Reino de Irlanda se estaba padeciendo la peor hambruna conocida mientras la Corona hacia poco o nada, y que mucha culpa de ello la tenían buena parte de terratenientes ingleses, que siendo propietarios de vastas tierras se desentendían de su labor y, como mucho, aparecían por allí alguna vez para organizar cacerías, impidiendo que los pequeños agricultores y jornaleros irlandeses pudieran acceder a esos terrenos, ni trabajarlos para el propietario o para ellos mismos, debiéndose conformar con las peores y más pequeñas parcelas, prácticamente improductivas.

  Meredith no entendía mucho de política, ni de los problemas agrarios que soportaba la tierra que la vio nacer, pero le agrado en cierta manera poder aunque fuera meramente escuchar una conversación a esos niveles, tan alejados de lo que se chismorreaba entre el personal de servicio.

  Le sorprendió lo atrevido de algunas opiniones de la señora Stoker, cuando le habló sobre el derecho al voto, cuando le dijo que —...incluso esos defensores del Cartismo que dicen tener el bienestar social como último fin solo piensan en masculino. Y no digo que sus reivindicaciones sean malas, al contrario, considero que para votar no hace falta tener propiedades. Pero las decisiones de los políticos nos afectan a todos los ciudadanos bajo la administración de la Corona y el Parlamento, por tanto, todos los ciudadanos deberían poder decidir sobre nuestros políticos. Y cuando digo todos, incluye a cualquiera mayor de veintiún años, sea hombre, mujer o sacerdote, salvo que padezcan algún impedimento penal o mental, desde luego.

  Algo en lo que nunca se había parado a pensar. La señora Stoker defendía con bastante vehemencia, no ya una ampliación del derecho a voto que incluyera a los no propietarios, si no que incluso abogaba por que las mujeres como ella pudieran decidir y expresarse por medio del voto.

  También le agrado conocer algunas escenas de la vida de aquella familia, sobre todo respecto al cuidado de su prole que iba a ampliarse en breve. Observó como las circunstancias de nacimiento, diferentes de una persona a otra, podían determinar el futuro de cada cual. Reflexionó sobre ello al comparar las pocas oportunidades, por no decir ninguna, de acceder a la cultura que le habían podido ofrecer sus padres. De hecho, mientras ella apenas sabia leer y conocía los rudimentos de las cuatro reglas, la vida sería muy diferente de haber nacido en el seno de una familia como la de los Stoker.

  —Precisamente sigo con gran interés desde hace casi dos años una serie de publicaciones de terror de a penique. Quizás las conozca —Obviamente, no las conocía ya que ni siquiera había más que ojeado alguna vez un ejemplar de The Times que hubiera recogido de la mesita de lectura del padre de lady Sarah—, tienen por nombre Varney el vampiro o el festín de la sangre. Aunque diríase que el tal Rymer, el autor, está agotando su imaginación, pues ya he detectado varios fallos en la trama, que aunque no han afectado en demasía mi interés, sí que me hacen plantearme el dejar de adquirir tales folletines, pero siempre me digo que deben de estar pronto a acabar la serie, y teniendo todos los números desde el inicio, pues me da lástima no completarla.

  »Tenemos gran afición a las obras teatrales— continuó relatando Charlotte, a quien la barriga no le pesaba en la lengua—, pero ni podemos ni debemos acudir tanto como quisiéramos. No cuando la población de nuestra querida irlanda sufre semejante hambruna. A mis retoños, procuro leerles pequeñas obras, cuentos e historias. Ya que padecemos dificultades en el cultivo de la patata, al menos cultivaremos mentes.

  Esa frase le impacto sobremanera. Cultivar mentes en vez de patatas. Ojalá hubieran labrado su mente en buena hora, si bien las lecciones que les estaba dando la señora Stoker empezaban a despertar algunos brotes verdes en el campo hasta ahora casi yermo de su raciocinio.

  »Esperemos que este gobierno en minoría consiga que el parlamento derogue esas malditas leyes del cereal que no son más que las uñas en la garra de arpía de Inglaterra, pues aunque sin duda Dios envió la plaga, son los ingleses quienes provocan la hambruna.

  »Ahora dicen que preparan un gran plan de obra pública con el que prometen dar de comer a medio millón de irlandeses. Habrá que ver eso. Si ponen a tantos desgraciados malnutridos a cavar hoyos y romper caminos para rehacerlos, me pregunto yo: ¿no pretenderán, más que el arreglo de las infraestructuras, el exterminio por agotamiento de esos pobres diablos? Gran Bretaña permite a los propietarios ingleses, y esto cuando simplemente no son absentistas, chupar la sangre misma de la que para ellos es nuestra miserable raza.

  De súbito, un alboroto lejano se fue acercando en forma de murmullos, y algún grito de señora asustada, que fueron saltando de invitado a invitado hasta llegar a la puerta del saloncito, donde el rostro de una vieja dama se asomó haciendo graves aspavientos. Parecía gravemente afectada por algún extraño terror.

  —¡Oh, qué horrible, pero qué horrible! —y expresiones similares que combinaban con la lividez de su cara, eran las que no paraba de repetir la afectada señora—. Creo que me voy a desmayar…

  Meredith, respondió a su impulso servil de modo automático y se lanzó a sostenerla. Su reacción fue la propia de una sirvienta acostumbrada a los excesos «dramáticos» de las ladies. Mientras la señora Stoker, no sin cierta dificultad, empapaba su pañuelo en el Jerez y se acercaba para aplicárselo a la atribulada dama, sin decidirse aún si a la frente o a las fosas nasales, quien se deslizaba de los brazos de Meredith sin que esta consiguiera colocarla en la silla con dignidad.

  Dado que aquella señora no hacia más que repetir sus quejidos, Meredith decidió dejarla en compañía de Charlotte y salió del cuartito para intentar despejar la incognita del tumulto que continuaba en el exterior hacia la entrada, donde empezaba a agolparse la gente. Logró salir y allí, desde los primeros peldaños de la escalera que había subido cuando llegaron a la propiedad, lo vio.

  La imagen era escalofriante.

  Varios caballeros trataban de sujetar a un individuo exaltado, con ojos desorbitados en los que las venillas rojas irrigaban de tal modo el globo ocular que estos parecían a punto de estallar, como un pobre caracol bajo la suela de un calzado invisible que estuviera pisando el caparazón del cráneo al que pertenecían. La baba, mucho más abundante y blanquecina que la de los gasterópodos, se tornaba sonrosada mientras se desprendía en espumarajos desde aquella boca que lanzaba sonoras dentelladas —¡Clak!— a diestro —¡Clak!— y siniestro —¡Clak!—.

  El pelo grisáceo, largo y expandido por alguna fuerza centrífuga desconocida sobre la cabeza como una tela de araña, enmarcaba un rostro a la vez salpicado y embebido en sangre. La cara del mismísimo diablo, se oyó que decía alguien, entre gritos que solicitaban con urgencia la presencia de algún médico al otro lado de la escena. Allí, a los pies de uno de los dilongs que custodiaban la escalera, una mujer yacía en el suelo en medio de un charco de sangre, mientras una criada trataba infructuosamente de levantarla a la vez que un hombre la asía por el cuello. Aquel hombre era quien gritaba clamando al sanitario, y entre sus dedos la sangre brotaba como si estuviera tratando de contener el contenido de una bota de vino tinto que hubiera sido apuñalada.

  Meredith reconoció el vestido de la dama caída y le turbó comprender que era la propia lady Riesman la que se desangraba y su marido quien fracasaba en contener la hemorragia. Apartó la mirada y al hacerlo, se encontró de bruces con la sonrisa petrificada de la estatua del dragón, mostrando una feroz hilera de dientes entre los que destacaban los colmillos, unos colmillos enormes que le parecieron desproporcionados, malévolos y fríos debido a un brillo que no debería tener aquella antigua y erosionada piedra granítica en la que estaban tallados, y desde los que se deslizaba lentamente parte de la sangre derramada por lady Riesman, formándose poco a poco una gota en la punta que titubeaba durante un breve instante antes de caer a los escalones ensangrentados.

  A Meredith, a quien la sangrienta sonrisa del dragón había reavivado la impronta de aquellas primeras palabras que escuchó en la voz de lord Eldric, ya si que apenas le llegaba el flujo de sangre con suficiente presión para mantener la entereza, sintió mareo, fatiga, sudor frio. Dio dos pasos hacía atrás y la vista se le nubló.

* * * * *

  —...dos días. Lo estaban buscando por todo el condado. Incluso creo que ayer se acercó uno de los guardabosques para desaconsejar la celebración. Un baile tan concurrido no era el mejor evento para llevar a cabo con ese loco suelto por ahí.

  Las voces le llegaban con sordina mientras permanecía con los ojos cerrados aún.

  —No, desde luego. Pero ¿quien iba a imaginarlo? Se presupone que el asilo de Renfields guarda a buen recaudo a sus lunáticos incurables, como al parecer es ese tipo…

  Le costó empezar a identificar. Esa parecía la voz de la señora Stoker.

  —Seee…, Seward, sí. El pobre desgraciado se llama Martin Seward.

  Y esa la de lord Eldric.

  —Estaba fuerte. Excesivamente fuerte para lo que aparentaba. Nos costó bastante reducirlo entre cinco, mientras gritaba esas cosas sobre el fluido vital que necesitaba y no sé que más.

  Esa voz no la reconoció. Era otro varón.

  —Afortunadamente, querido, estáis todos bien. Suerte de que aquel criado le diera un buen golpe y que trajera la cuerda.

  Volvió a reconocer a la señora Stoker, por lo que supuso que la otra voz pertenecía a su esposo, a quien no había conocido todavía.

  —Bueno, todos bien menos mi Berny. Porque es de natural bueno y se lanzó sin pensarlo. Pero no está en condiciones para batirse ni con el deán. El pobre se llevó el primer golpe incluso antes de acabar de llegar.

  Meredith se sobresaltó al escuchar por encima de su cabeza a lady Sarah y comprender que hablaba de lord Bernard.

  —Oh, lady Sarah —se lanzó a decir intentando levantarse—, ¿está bien lord Bernard?

  —Oh, tranquila Meredith —La sujetó su señora, llamándola por su verdadero nombre, lo que provocó que la falsa italiana se ruborizara y la mirara con extrañeza y más preocupación de la que hasta ahora sentía por el prometido de ella—. Está bien. Todo está bien, tranquila. Berny solo tiene un buen golpe en el labio y tal vez se le afloje un diente, al pobre. Le están atendiendo. Y no te preocupes por Marcella, estamos entre amigos. Todo bien.

  Meredith se acabó de incorporar con un poco de ayuda de su lady y vio que lord Eldric estaba sentado a los pies del diván donde la habían acomodado durante el desmayo. Tras él, el matrimonio Stoker, él de pie junto a su esposa, con las manos sobre el vientre y medio recostada en uno de los sillones de mimbre donde se habían conocido.

  —Hola, bienvenida al «club» de nuevo, señorita Marcella—dijo sonriente lord Bernard, guiñándole un ojo y cogiéndole gentilmente la mano para posar delicadamente sus labios sobre el dorso—. Estando como estamos, entre buena gente y dado lo sucedido, hemos puesto al corriente a los señores Stoker. No podía ser de otro modo.

  —Encantado, señorita Meredith. Me llamo Abraham. Ya me ha contado Charlotte que es usted una compatriota nuestra. Y me emociona saber que su señora la aprecie hasta el punto de orquestar esta artimaña. Por fortuna, y discúlpenme la expresión, no todos los ingleses son unos chupasangre… Oh, vaya. Lo siento, lo he dicho sin pensar en ese pobre loco. —Se lamentó el señor Stoker, que incluso en aquellos momentos tenía en su pensamiento al conflicto entre propietarios ingleses y campesinos irlandeses, sin caer en la cuenta de las circunstancias de esa noche.  —Lamentablemente, el baile no ha acabado como debería. Pero sin duda, al menos ha propiciado una bonita… amistad —pronunció la palabra silabeándola de determinada manera, como si quisiera dar a entender algo más—, sí, con el joven Eldric. Seguro que eso compensará en buena parte la desgraciada celebración.

  Meredith sonrió. Sonrió al señor Stoker, sonrió en general a todos los congregados en aquel cuarto y a lady Sarah, y sonrió particularmente a lord Eldric, correspondiéndole con la suya al reconfortante estrechamiento de su mano, que ya no la soltaba.

  —Bueno, ¿gracias? La verdad es que no sé que decir. No sé, en realidad, que ha pasado. Recuerdo… oh, recuerdo imágenes de horror. Sangre y…

  —No se altere de nuevo, querida niña —intervino la señora Stoker—. Es cierto. Todos hemos contemplado imágenes que ninguno olvidaremos en la vida. Creo que incluso al pobrecito Bram, pueden haberle causado semejante trauma, pues mis entrañas se retorcieron de angustia, que no sería raro que naciera enfermo, criaturita mía.

  La noche finalizó en petit comité mientras Meredith acababa de recuperarse, entre comentarios sotto voce de lo sucedido, paralelismos con la situación política entre las islas. Pero sobretodo, las jóvenes parejas ya tenían un mañana en el que pensar plagado de esperanzas; los Stoker con una boca y un cerebro más que alimentar, lady Sarah y lord Bernard con una boda en vistas, y Meredith con muchas reflexiones que madurar y un bondadoso lord Eldric que quizás pudiera compartirlas con ella.

* * * * *

EPÍLOGO

  El 8 de noviembre de 1847, «el negro 47» como se recuerda en Irlanda aquel año por ser el peor de los de la hambruna que azotó la isla, nació en Clontarf, Dublín, el tercer hijo del matrimonio formado por Abraham C. Stoker y Charlotte Mathilda Blake Thornley.

  Para diferenciarlo de su padre, su diminutivo y nombre por el que pasó a la historia fue Bram.

  Durante sus siete primeros años de vida padeció de ciertos males no aclarados, que lo postraron en cama.

  Su madre, además de educarle proporcionándole un destacable nivel cultural, para entretenerlo se dedicó a contarle historias góticas de fantasmas y misterio, mezcladas con sus propias vivencias como las que recordaba de su propia infancia durante la epidemia de cólera de 1832 que asoló el condado de Sligo, de donde ella era natural.

  Y, tal vez, aderezadas con lo sucedido durante aquella noche del baile comarcal en Wedlockshire poco tiempo antes de su nacimiento.

  Quizá todo ello influenciara en Bram para la creación, cincuenta años después, de una obra mítica; Drácula.


* * * FIN * * *

Reto personal 1/6


PD: Los señores que aparecen en la imagen, editada por mi, son los verdaderos padres de Bram Stoker;

- Charlotte Mathilda Blake Thornley. 1818-1901
- Abraham C. Stoker. 1799-1876