domingo, 29 de diciembre de 2019

Esta noche, la libertad


Antes que nada, y siendo este el último escrito del año, unas palabras.

Ha sido un inmenso placer participar, porque al fin me he puesto a escribir, algo que probablemente he deseado toda mi vida, y además he aprendido una barbaridad. Para mi, la puntuación alcanzada es lo de menos. Lo importante era comenzar, y esto hace un año solo era un deseo. Hoy, una realidad.

¡Nos vemos en el OrigiReto2020!

Y ahora sí, el microrrelato, enlazado al relato de enero de PaulusAM, que podéis leer aquí--» Menudo día de botijos.

* * * * *



Lo tramamos hace semanas. En casa piden comida los viernes noche. Aprovechamos una entrega para organizarlo. Ella deslizó una nota escrita en la precinta que certifica el pago del impuesto especial a las bebidas espirituosas. Si supieran lo que eso significa en realidad.

La precinta quedó pegada a la suela del repartidor, sin certeza alguna de si llegará a su destino. Tras dos semanas la esperanza llegó en forma de ticket. Alguien apuntó «PrxV». ¡Próximo viernes, la libertad!

Llega el día. Piden la cena.

Mientras se acomodan y ponen la tele, provocamos un remolino en nuestro interior. El giro de nuestros líquidos provoca un movimiento oscilatorio y como bolos silenciosos nos deslizamos hasta el porche. Suelen dejar la puerta abierta.

El repartidor deja la bici frente al patio y llama al timbre a la hora prevista. Durante la entrega, la mochila térmica abierta junto a la puerta. Al irse, bajo nuestro influjo, el repartidor no nota el peso de un botijo y una botella de «espirituosos» huidos.


* * * F I N * * *


Este microrrelato participa y pone punto final a mi participación en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog) ¡Alabadas sean!
En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en diciembre debía escribir un micro con el objetivo 01; que el protagonista principal sea un botijo o un objeto maldito, o se centre en ello, y el objeto oculto 35; una bicicleta.

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sábado, 28 de diciembre de 2019

L. calling

Panel mural de la sala de control


 En el espacio abierto al desierto, las parábolas de las antenas se tiñen de un blanco tostado por la luz anaranjada de la tarde que parece desangrarse despacio hasta disolverse en la oscuridad de la noche. El coche aparca frente a la fachada del edificio, tan blanca y cálida como las antenas que se recortan con el horizonte. Las tres personas, uniformadas con los polos blancos y los pantalones crema, bajan y se dirigen charlando a la entrada, de la que les separan apenas una decena de pasos.

—...entonces habría que ver si alguna de las dos especies está en peligro de extinción o no. La verdad, no sé si el pulpo lo estará, por la pesca y eso, pero supongo que el águila tiene más papeletas. ¿Acaso no lo están todas las rapaces en el mundo?

—Sí, ese es un factor a tener muy en cuenta —Pablo coincide con el razonamiento de Amalia—. Pero yo creo que fue una cuestión patriotera. Ya sabéis como son estos americanos con sus símbolos, y el águila calva…

—Creo que en realidad se llama pigargo —apostilla Amalia ajustándose la gafas con el índice.

—Lo que sea, pigargo, águila calva, en fin. ¿No es la que aparece por todos lados en gorras, emblemas, banderas, carteles, …?

—Si hubieran sido gallegos —tercia Gerardo—, el águila esa se salvaba. Pero el pulpo… je, je, je.

—Yo no podría comerme a un bicho inteligente como el pulpo.

—Pues el águila no se planteó eso. ¿O crees tú que un hambriento tiburón blanco que te encontrara nadando en la playa iba a respetar tu intelecto?

—No puedes comparar. —Amalia se dirige a Gerardo en tono paternalista— Estás hablando de dos depredadores irracionales. Pero los humanos sí nos paramos a pensar, y si lo que nos vamos a comer tiene algo parecido a una mente inteligente, pues no sé yo. Da cosa.

—Anda ya. Con su pimentón y sus cachelos. Ese aceitito… uhmmm. Ja, ja, ja. Habría que preguntarle a la jefa, que es de allí. Joder, esa si que está para comérsela, ¿qué no?

—¡Lo llevas claro! —espeta Pablo.

—¿No me crees capaz?

—¿Capaz? ¿Capaz de qué?

—¡De ligármela, coño!

—Ya te lo he dicho, lo llevas claro.

—Ja, ja, ja. Sí, claro clarinete. Como se nota que llevas poco tiempo aquí —confirma Amalia.

—¿Es de las tuyas o qué?

Amalia no soporta el tono en que dice las cosas el operador, pero sabe sobrellevarlo.

—No lo sé. Nadie lo sabe. Sabemos que Silvia vive sola y cuando se habla de familia y tal, ella solo menciona a sus padres, que los tiene allá en su tierriña, y a Agapito.

— ¿Agapito? Ja, ja, ¿un noviete gallego?

—Que no, pesado. Su agapornis —aclara Pablo echándole un capote a Amalia—. Este sí que lo tiene en casa. Pero nunca ha hecho mención ni a novios ni a novias.

—Y no solo eso. En una cena de navidad de hace dos años, Laura, la de administración…

—No la conozco.

—Bueno, pues también la puedes tachar de tus objetivos —la sonrisa de Amalia le deja claro que ella sí podría intentarlo con la administrativa—. Total, que en aquella cena, cuando andábamos ya midiendo las calles entre garito y garito, Laura parece que intentó algo. No sé muy bien, fueron a mear entre dos coches y en algún momento intentó besarla, meterle mano o algo de eso. Cuando volvieron, la jefa se despidió y se largo en un taxi. Laura nunca nos explicó los detalles, pero nos aconsejó que nadie lo volviera a intentar. Estuvieron unos días un tanto tensas, pero luego nada. Verás que son muy buenas amigas. Bueno, la jefa en realidad, es tan buena jefa como amiga de todo el grupo prácticamente. Eso sí, nunca te pases un pelo con ella.

Tras dar el relevo al turno de tarde se sientan, rodeados por dos o tres monitores en cada puesto y frente al gran panel audiovisual de la pared. Allí se muestran un mapa estelar, un plano con la disposición de las antenas y un apartado con varias representaciones diferentes de un mismo espectrograma con apariencia plana y anodina.

—Bueno, vamos allá. Pablo ¿Qué objetivo tenemos hoy?

—Pues para empezar —explica consultando la programación—, tenemos una primera ventana de escucha entre las 22:13 y las 03:27. Apuntaremos a la estrella de Luyten a ver si nos responde alguien. O algo.

—Ok. Gerardo, introduce las coordenadas, nos quedan 10 minutos para posicionar las antenas. ¿Y luego?

—Analítica de grabaciones, vamos por las de septiembre de 2031. Y mientras, darle respaldo al hemisferio sur que les toca… sí, la secuencia 331 hacia el Sistema Ran y las lunas de Aegir.

—¿Qué tiene la 331? ¿Algo que podamos escuchar o tendremos que tirar de nuestras listas de reproducción? Como sea así te aviso, Pablo, nada de étnica. —Advierte la radioastrónoma y jefa de turno.

—Deberías mostrarle más respeto a la música étnica. Al fin y al cabo, de ahí proviene todo lo que emitimos a las estrellas. —justifica el técnico de sonido.

—Sí, sí. Pero eso que tu llamas étnica no son más que pastiches modernos metidos a la fuerza en el negocio aquel de la new age desde los 80 del siglo pasado. Y si es algo puro y ancestral de verdad, no hay dios que lo escuche.

Pablo vuelve los ojos en blanco en signo de rendición y lee la lista de reproducción 331.

—A ver, tras la intro, hay un motete alemán del s. xiii...

—¡Maravilloso! —dice con sorna Amalia.

Biiieeen —lanza una exclamación susurrada Gerardo.

—...las danzas góticas de Satie…

Gerardo contesta con la imitación de un ronquido —Zzz...—, y Amalia con un claro y sonoro —¡No jodas!

—Esperad, Esta es buena. La música nocturna en las calles de Madrid de Boccherini.

Amalia asiente con la cabeza.

—Me vale para empezar. No viene mal para acompañar un cafelito, que la noche es larga.

—Yo me apunto, pero que sea carajillo —responde animoso Gerardo—, que a mi el barroco no me entra sin condimento.

—Pues ya sabes. A mi me pones uno solo bien cargado. Pablo, ¿tú?

—Con leche sin lactosa y calentito, gracias —indica este con una sonrisilla a su compañero.

— Mancha de cabrones— balbucea el operador de sistemas, mientras se dirige al rincón junto al extintor, donde tienen instalado un modesto office con la cafetera, el microondas, la pequeña nevera y el armario donde guardan las viandas y chucherías.

—Y, obviando que es renacentista y no barroca, ¿qué más tenemos?

Pablo se traga una carcajada para no mofarse del error de su compañero que, aunque está ocupado con la cafetera, podría ver herida su susceptibilidad. Y continua revisando la playlist.

—Pues a ver, del s. xx tenemos algo de The Smiths y... ¡Ey!¡Quizás te guste esta antigualla de 1979!

—¿No será algo de aquello de, cómo lo llamabas, «la movida»?

—¡No! Joder, Amalia. Algo que al final resultó premonitorio. Deberías tener muy en cuenta este grupo. Si no recuerdo mal compusieron esta canción porque el local donde ensayaban, o el apartamento donde alguno vivía, estaba a las orillas del Támesis. Tenían miedo a una gran inundación. Así que ya preveían los efectos del calentamiento global.

—Y tanto. Con el nivel actual, ese sitio debe ser el reino del cangrejo.

—Pues seguro —indica mientras selecciona la pista y la pasa a los altavoces de sala. —Bueno, escucha esto.




El London Calling de The Clash invade con ritmo marcial las instalaciones del observatorio, fluyendo desde la sala de control por pasillos y despachos vacíos en aquellas horas nocturnas.

Pisando fuerte al modo militar y al ritmo de la canción, Gerardo regresa a las consolas portando las bebidas, que reparte a sus destinatarios. Luego se sienta en su puesto e informa del posicionamiento correcto de las antenas para iniciar, según sus palabras textuales «otra tediosa escucha de la estrellita de marras».

Se refiere a GJ273, la Estrella de Luyten. Primera hacia la que se emitieron las señales del Sonar Calling en 2018 y seleccionada por tener un planeta, GJ273b, orbitándola en su zona de habitabilidad. A 12’4 años luz, aquellas señales alcanzaron su objetivo en 2030. Pablo siempre había pensado de aquel germen del actual programa que emitieron fragmentos demasiado experimentales. Si alguna inteligencia con órganos auditivos respondía a aquello no dudaba que lo haría con una declaración de guerra, por torturarles.

Cuando en los años 20 el programa pasa a manos de Unión Mundial de Radioastronomía, se desarrolla el protocolo de contacto. Cada emisión consta de una introducción en sistema binario con las secuencias matemáticas habituales para indicar que en las coordenadas de la Tierra existe una civilización de casi tipo I, y a continuación, una selección de músicas de todos los tiempos y culturas. Se seleccionan sistemas solares susceptibles de albergar vida y con edad suficiente para que esta se haya desarrollado hasta una etapa tecnológica capaz de escucharnos y, sobre todo, respondernos.

—Ok. Alineación afirmativa —colaciona Amalia—. Escucha activa en tres, dos, uno.

Durante la cuenta regresiva, Amalia dirige su mirada hacia Gerardo, quien tiene preparado el dedo frente a la pantalla para pulsar el botón de grabación. A la cuenta de uno, Amalia da la orden con sus rubicundas cejas, Gerardo toca la pantalla y un testigo rojo aparece junto a los espectrogramas del panel mural indicando la grabación de la escucha. Inmediatamente, los espectrogramas cobran vida, se excitan dibujando valles y crestas, franjas de colores que se corresponden con intensidades nunca antes observadas.

—¡Wow! —clama Gerardo, asombrado y paralizado frente a su puesto, sin dejar de mirar al panel.

Pablo reacciona con rapidez poniéndose los cascos y accediendo a la aplicación del ecualizador, mientras Amalia se gira para echarse las manos a la cabeza ante lo que ve en el panel.

—Es…, es…, ¿qué es eso? —los balbuceos de Amalia son de incredulidad—. No puede ser una señal inteligente. Decidme que es, no sé… una supernova o algo. ¿Verdad?

La música se detiene. Pablo se levanta bajándose los cascos para dejarlos abrazando su cuello.

—¡Parad! Parad, parad, parad —grita atropellando sus palabras—. Tenéis que escuchar esto. Lo pongo por los altavoces.




La sala se inunda con un extraño sonido orgánico. Parece medio sintético, medio gutural. Aunque es difícil imaginar un ser vivo con semejante garganta o un aparato fonador capaz de emitir esos sonidos. Suenan más de dos tonos a la vez, complementándose mediante armónicos y secuencias rítmicas.

—¿Son varias voc…? —Amalia rectifica antes de terminar, sus filtros racionales no le permiten expresar la idea que azota su mente— Varios instrumentos, ¿verdad?

—Os diré a lo que me suena a mí —Pablo habla con autoridad, el sonido es su especialidad. Comprende mejor que cualquiera de ellos todo lo que engloba la música, la armonía, la rítmica, las melodías y los matices. Y las voces—. Me suena al khöömii, la técnica de canto de los chamanes de las estepas de Asia. Para muchos pueblos indígenas como los Tuva de Siberia, los Xhosa de Sudáfrica o los Inuit del Polo, el canto de armónicos equivale al lenguaje de la naturaleza. Es como un ADN sonoro que comparten y comprenden los espíritus de todos los seres vivos. Los chamanes de esas tribus ancestrales cuentan que cantando son capaces de transmitir imágenes directas a la mente de otra persona o animal. Creen que la espiritualidad de los ríos o las montañas se manifiesta mediante los sonidos que producen y que hasta el eco de una roca rebotando en un desfiladero está impregnado de su espíritu. 

»Y ahora, compañeros, estamos oyendo el eco de una lejana roca. Una roca que sin duda está poblada por almas, o conciencias si lo preferís. Seres conscientes e inteligentes que están respondiendo a nuestra música con la suya. A nuestros espíritus con los suyos.

»El filósofo Schopenhauer dijo que la música puede ser comparada a una lengua universal, cuya claridad y elocuencia supera a todos los idiomas de la tierra. Y tal vez —sentencia señalando al panel—, a cualquier otro lenguaje en cualquier rincón del universo.

Gerardo, nervioso, expresa en alto un deseo.


—Solo espero que no les guste el pulpo.

* * * F I N * * *


Este relato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en diciembre debía escribir un relato con el objetivo 03; que la música tenga un papel relevante, y los objetos ocultos 16; una persona ACE (Silvia, la jefa) y 08; un extintor.



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viernes, 29 de noviembre de 2019

Catarro veraniego

El director Zhao reiteró la reverencia mientras hacía entrega del sobre al sr. Park Gen Su.

—Aquí está todo. El informe médico de su esposa va en su propio sobre cerrado dentro de este. Toda la documentación relativa a la reunificación familiar también.

—Le vuelvo a repetir— el surcoreano se expresaba con bastante ansiedad pero intentando mostrarse respetuoso— que de reunificarnos sería en el Sur. Podemos acoger a nuestros familiares en casa, tenemos sitio suficiente para mi cuñado y mi prima.

El sr. Zhao dirigió una mirada autoritaria al doctor Shuy.

—No se altere, sr. Park —intervino el doctor—, o me obligará a administrarle un calmante.

El señor Park bajó la mirada, recogió el sobre y marchó escoltado por los guardias que les conducirían a Hyesan, en la Corea del Norte.

Cuando quedaron solos, el director señaló al doctor.

—Cúrele ese resfriado al Cthulhu antes de que vuelva a toser y lo destroce todo. Ocultarlo bajo un parque acuático no fue una decisión muy sabia.

—Ella no recordará nada.

* * * FIN * * *

Este microrrelato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en septiembre debía escribir un micro con el objetivo 21; que suceda en un parque de atracciones, y el objeto oculto 6; un informe médico.

Está enlazado al relato Vacaciones, escrito en agosto por la compañera y jefa de reto Kat. Para su mejor comprensión debierais leerlo, antes o después. https://plumakatty.blogspot.com/2019/08/relato-vacaciones-origireto2019-agosto.html?m=1

PD: Estoy publicando con el móvil y no sé como se verá. La semana que viene, ya en casa, arreglaré lo que sea necesario.

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domingo, 24 de noviembre de 2019

Sacadlo a la luz

—Aún recuerdo octubre. Empecé a documentarme sobre la vida de Heisenberg y la bomba nazi, y acabé escribiendo sobre un arrantzale vasco. Y eso que incluso me leí el texto de la obra de teatro esa, Copenhague. Increíble, ¿Cómo puede alguien hacer una obra de teatro con tres personajes dialogando sobre la invención de la bomba atómica? Explícamelo tú.

—¿Cómo? Pues cómo va a ser. Haciéndolo, como todo, que es lo que deberías estar haciendo tú ahora mismo.

—No me agobies. Llevo todo el puñetero mes dándole vueltas y no se me ocurre nada.

—Sí, claro.

—Cómo que «sí, claro». ¿Acaso insinúas algo?

—¿Insinuar? ¿Yo? Nooo, que va, lumbrera de la escritura. Te lo estoy diciendo a la cara. No has hecho nada en todo el mes.

—¡No se me ha ocurrido nada!

—Porque no te has puesto en serio. Como el mes pasado.

—Eh, para el carro. El mes pasado entregué mi relato. Sí, que no llegué a hacer el micro, pero… No sé. Quizás es que se acaba el año, o los objetivos (recuerda que los sorteé al principio) y ya solo me quedan dos…

—¿Seguro que dos? ¿Solo?

—A ver, bueno, sí. Dos para relatos y dos para micro.

Meeeh, ¡error!

—¿Cómo que…? Este mes y diciembre. Dos.

—Para relatos sí, según tu sorteo. Pero para micro, te quedan tres. El del mes pasado lo puedes recuperar.

—Ah, bueno. Eh…, no sé ahora mismo…

—Piensa, que para eso te apuntaste al Origireto. Puedes recuperar un mes con… con… bueno, con cosas. Eventos de esos. Participaste en ellos, ¿verdad?

—Esto… No. No en todos.

—¡Valiente actitud! ¿No querías escribir?Pues si te apuntas a esto es para cumplir con todo.

—Ya, bueno. Que hay una vida a la que sobrevivir ahí afuera. No puedo dedicarle todo el tiempo al Origi…

Hiy ini vidi ihi fiira… Bla, bla, bla. Espabila si quieres llegar a algo en la escritura. Te apuntas a un reto, cumples, como un señor que diría el Umbrales ese y, para cuando te das cuenta, has acumulado un porrón de experiencia y aprendido un par de trucos, al menos.

—…

—¡No, si te me echaras a lloriquear y todo!

—Déjame respirar, cagontó.

—Sí, venga. Respira como Homer; uno, dos, tres, yo me calmaré (repite conmigo), cuatro, cinco, seis, todos lo veréis.

—Ya vale, ¿no?

—Bueno venga. A ver, ¿de qué demonios tienes que escribir?

—No. Demonios no, por esta vez. Ángeles.

—¿Tienes que escribir un relato sobre ángeles?

—No exactamente…

—¡Ja! ¡Cagada! Has usado un adverbio acabado en -mente. ¿No aprendiste nada de Stephen King? En su libro «Mientras escribo», dice que…

—Ya, ya ¡YA! Ya sé lo que dice, pero realmente no lo prohíbe.

—Ja, ja, ja. Pero qué torpe, madre mía. Lo has vuelto a hacer. «Realmente» lo has hecho, ja, ja,ja.

—JOOODER. Oye, ¿vas a estar así todo el rato troleando o has venido a ayudar?

—Bueno, bueno. Sabes que tenía que puntualizarlo. Venga, vamos al lío. ¿Decías que el relato iba de…?

«Ay, qué cruz».
»Mierda. Ahora se me ocurre que no sé como podría meter un pensamiento o un comentario medio susurrado en un texto de diálogo alternado entre dos personajes. Podría probar a indicarlo con las comillas españolas de apertura y luego escribir en cursiva, pero no sé si poner una raya de diálogo antes o después. Es que si cambio de línea y pongo el pensamiento en una y lo que diga con su raya a continuación, va a parecer que cambia de orador y se va a armar el lío padre…

—Eh, «Cervantes». Espabila.

—Pero que hij…

—¡Chsss, chsss, chsss! Cuida tus palabras, pluma por consagrar.

—Pero es que no es justo. Te has metido en mis pensamientos y has usado la duda que me asaltaba. Has usado las putas comillas latinas, y en medio del diálogo también.

—Correcto, tú lo has dicho. «Tan bien» que las he usado. No como tú. ¡Uy! Perdón. Es que me salen solas, ji, ji, ji.

—¡Ya basta! Si nos seguimos enzarzando en estos tomas y dacas, no llegaremos a ningún lado. Eres peor que las moscas, que al pasar se te llevan con ellas tu alma al cielo.

—¡Oh! Qué poético, madre mía. Por cierto, antes de que cojas la vereda entre Alberti y Fuertes y  hablando de almas en el cielo. Estábamos diciendo que tenías que escribir sobre ángeles ¿y qué más?

—Vale, a ver. Ese es uno de los objetivos. Y el otro, la plaga de babosas.

— Ja, ja, ja. Siempre me hizo gracia ese. ¿De dónde diantres sacarán esas ideas?

—Pues, el ángel no sé, pero lo de las babosas creo que era por una plaga real que sufrió Kat. Debe ser por la humedad del patio y ya sabes, los gasterópodos no son muy compatibles con la jardinería.

—Pero quieres dejar de ponerte en plan técnico a la mínima oportunidad. Gasterópodos dice. ¡Que no estás en el trabajo!

—Eh… Bueno, en realidad sí. Me toca guardia este finde. Y sabes que si el día está tranquilo, suelo aprovechar para darle un poco a la tecla.

—Muy «profesional». Bravo.

—Oh, vamos. En invierno no hay tanto que hacer. Y los tengo a todos atendidos, comidos, instalaciones limpias. Una llamada hubo hoy; he gestionado el aviso y estoy a la espera de que llegue el nuevo paciente. Entre medias, ¡digo yo que podré dedicarme un poco a la escritura!

—Sí, me parece perfecto. Para escribir hay que inventarse la horas, literalmente.

—¡JA, JA, JAAA!

—¿Qué?

—Ja, ja, ja. Lo sabía.

—¿Pero qué dices? ¿Qué es lo que sabías?

—Pfff, es que ni te has dado cuenta aún.

—¡Oye! ¿De qué tengo que darme cuenta, «Vallinclán»?

—Joooder. Ya van dos.

—Te meto con el tintero, eh. ¿Qué estás hablando?

—No estoy hablando, estoy escribiendo. Eso para empezar.

—Sí, sí. Lo que tu digas. Pero, ¿que a qué viene tanta risita, personaje?

—Uuuh, personaje me llamas. Sí que te estás ofendiendo. Aquí el único personaje eres tú. Yo escribo, escribo relatos, historias. Historias donde hay personajes como tú, que eres uno de los personajes más oscuros que se pueden cruzar en el camino de autores y autoras.

—¿Cómo? Yo, ¿un personaje oscuro?

—Sí. Oscuro casi negro. Pero al que es tan fácil vencer…, tan fácil y tan difícil. Pero solo hay una forma para ello, escribir. A ti, mequetrefe con aires de grandeza y pies de barro, solo se te vence escribiendo. Escribiendo tu historia y ridiculizándote. Así que ahora puedo echarte en cara que tú también has usado un puto adverbio acabado en -mente.

—¿Yo?¿Cuando?

—Justo antes de cagarla por segunda vez seguida, porque se dice Valle-Inclán, que era como firmaba Ramón María y que, para más señas, era un pseudónimo. Así que, personajillo, yo este mes tenía que escribir o bien una obra de teatro, cosa que se le daba de vicio al citado, o bien escribir el relato solo con diálogos. Y aquí llevamos tú y yo, dialogando desde el comienzo de los tiempos, como siempre, pero esta vez por escrito. Y debía al menos, mencionar al ángel y a la plaga de babosas. Sendos objetivos han aparecido en nuestro diálogo, figura. Así que, reto cumplido.

—Uhmmm… Vaya. No te lo puedo negar, ya has superado las mil palabras, incluso. Si lo que pretendes presentar como relato de noviembre es nuestro diálogo…

—Diálogo interior, no se te olvide. Seguro que de una forma u otra, los compañeros y compañeras del Origireto y cualquiera que pretenda dedicarse a la literatura, sea como afición o como profesión, o incluso quien ya haya publicado cosas, tienen a alguien como tú acechando en la oscuridad de sus escritorios cuando se sientan en soledad delante del teclado o el bolígrafo. Hasta que lo saquen a luz, lo expongan, y mueran como morirás tú, infame ¡IMPOSTOR!

—NOOO…



—Magnífico. Y una vez acabado con el impostor y su síndrome… ¡Vamos a por el micro!



* * * CONTINUARÁ * * *

Este relato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en noviembre debía escribir un relato con el objetivo 22; escribirlo solo con diálogos o en forma de teatro, y los objetos ocultos 20; un ángel y 18; la plaga de babosas.




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jueves, 31 de octubre de 2019

Anoriinnaq

Regata de umiaqs inuits en Alaska, 4 de julio de 1915.


Se quedó observando como el gargajo que acababa de lanzar por la aleta de estribor se estrellaba en la heladas aguas del atlántico norte. La mucosa y amarillenta saliva de fumador pareció fundirse con la superficie del mar, espachurrándose como un mosquito en un parabrisas. Ni se hundió ni rebotó. Se quedó pegada a la vez que se abría en derredor, como una mancha circular de petróleo o gasóleo que flotaba en en la superficie, sobre las ondas de la estela del barco, mientras se alejaba hacia popa con la corriente. O tal vez se hubiera quedado quieta, cautiva de la sal y el frío, y en realidad fuera el bacaladero lo que se alejaba con el motor a medio gas, avante al rumbo que el patrón hubiera fijado.

Encorvándose sobre si mismo, dio otra calada al cigarrillo que acababa de liar y encender. Dio dos pasos hacia la maquinilla de ese lado, encargada de recoger las redes de arrastre, y se giró hacía popa. Hoy había amanecido con bastante buen tiempo y la estela, que marcaba el camino ya surcado, permanecía sin borrarse durante unos cientos de metros. Parecía una lanza alargada que le indicaba la dirección en la que se iba alejando Bermeo. Su puerto, o mejor dicho, el puerto base del Beti Atzera. Y su hogar.

Esperaba que esta fuera la última marea. Félix nunca se había imaginado acabar pescando en un arrastrero tras acabar carrera y máster de postgrado. Pero la vida es así.

Lanzó con desgana el cigarrillo. Eso tampoco estaba en sus planes. Siempre cuidando su alimentación, ejercitando su cuerpo y alejado de drogas y alcohol, para acabar allí, fumando tabaco de dudosa procedencia. A saber que le quedaba de la planta original, pues cuanto más barato, más transgénico, más adictivo y más mierda.

Se estremeció cuando el viento refrescó, cosa poco habitual ya incluso en aquellas latitudes tan norteñas. Si quisieran podrían llegar al pacífico por el paso del noroeste sin apenas divisar hielo o nieve. Otra cosa es que las patrulleras no les dispararan sin preguntar al ver pabellón europeo, cuando seguía sin haber acuerdo comercial y pesquero en aquellas aguas.

Se cerró el chaleco y se dirigió al puente. En la cabina se estaría mejor.
Casi al momento de entrar y saludar al patrón, el océano cobró una tonalidad peculiar y extraña, entre gris y dorado. No solo la superficie, también el cielo, o mejor dicho, todo cuanto les rodeaba. Parecían estar rodeados de una leve bruma tostada que impedía distinguir con exactitud donde se pasaba del agua al aire. Los horizontes, fuera la dirección adonde se mirase, habían desaparecido, fundiéndose los fondos en los mismos tonos. Sin embargo, a proa, la bruma se hacía más densa, cobrando consistencia de niebla profunda. Eso sí, con destellos cobrizos y sombras ocres que le otorgaban volumen y cuerpo, y la distinguían del resto del panorama.

El Beti Atzera mantenía el rumbo, yendo directos hacia ella.

Se ven cosas extrañas en alta mar —dijo el patrón, con la mirada puesta en la consola y una mano mesurando su barba—, pero algo así no me lo había encontrado jamás.

No jodas —murmuró el radiotelegrafista.

Las miradas convergieron en el puesto de radio, un poco más atrás en la cabina.

¿Qué te pasa, Joseba?

Pues a mi nada, pero no encuentro nada en ninguna frecuencia. Tenía a dos galeses charlando entre ellos y se cortó. Así de repente.

¿Galeses? Esos no se acercan tanto a San Pedro Y Miquelón. Se quedan cerca de su puñetera isla. —el tono demostraba que aún guardaba rencor a los británicos, por los enfrentamientos que mantuvieron durante años tras salir de la Unión Europea. —Estaremos fuera del alcance de la radio.

Eso pensé, pero es que no encuentro a nadie. En todas las frecuencias, incluso donde suelen estar los canadienses, silencio. Bueno, peor que eso.

¿Peor?¿Peor que qué? —preguntó Félix con cara de preocupación.

Joseba soltó con brusquedad los cascos y dijo —Peor que el ruido de fondo de radio, porque no se escucha nada de nada. Como si estuviera apagada pero la radio está perfectamente.

En ese momento todo comenzó a vibrar. Cada cual se lanzó a la ventana, portilla u ojo de buey que le pillara más cercana a mirar el exterior. Todos pensaron que chocaban con algo. No vieron nada. Todo continuaba igual, los colores, el paisaje difuminado, solo la niebla densa empezaba a envolver la proa del bacaladero.

Entonces se fijaron, casi todos al mismo tiempo, en que la superficie del mar estaba rizándose con multitud de crestitas y sus correspondientes senos. Entre el color amarillo mortecino del agua y la luz, la vibración producida por el impacto de miles de olas minúsculas y la espuma que estas producían a todo alrededor del casco, el barco parecía una croqueta minúscula friéndose en una sartén infinita.

Las vibraciones alcanzaron de repente una intensidad tan alta que las tazas, prismáticos, la funda con las gafas
del patrón, los lápices y bolígrafos con la carta náutica y el transportador de ángulos y todos los objetos sueltos que estuvieran sobre consolas, mesas, estanterías o mal colgados en perchas empezaron a caer al suelo y rodar por las cubiertas. La tripulación sintió como todas las rodillas flojeaban, los estómagos se alzaban con una sensación de vacío que oprimía los pulmones y fueron los siguientes en caer, mientras todo se oscurecía mientras la niebla acababa por envolver el buque en toda su eslora.

* * *

Debió ser la potencia de aquella sirena antiniebla la que despertó a Félix. Sintió la fría humedad que impregnaba su cuerpo. Entonces se dio cuenta de que flotaba en medio de la bruma, esta vez del color habitual. El chaleco anaranjado le mantenía con la cabeza fuera del agua y mirando al cielo, en el que un redondel plateado se intuía a través del aire saturado de vapor de agua.

La sirena, pensó. El barco debía estar cerca. Aunque le pareció que por muy próximo que estuviera a él, aquella sirena sonaba con una potencia excesiva, brutal. Como de una embarcación bastante mayor. Quizás no fuera la del Beti Atzera. Quizás fuera una patrullera canadiense, o algún buque factoría japonés con los que se cruzaban a veces.

Volvió a sentirla y no solo oírla. El sonido, aparte de sobresaltarlo, hacía vibrar sus entrañas y sus huesos. Parecía llegarle desde su izquierda. Con las manos doloridas y entumecidas por las heladas aguas, palmeo para girar hacia el lado desde donde llegaba el sonido de aquella poderosa bocina.

Permaneció escuchando. Tras el bocinazo solo había silencio. Pero poco a poco, le pareció distinguir algo. Un sonido apagado pero rítmico. Pensó que podría ser el motor de lo que se acercaba, fuera lo que fuera.

Bapa, bum, bum…

El rítmico golpeteo se iba acercando, ganando volumen y claridad.

Bapa, Bum, BUM…

De repente, se aterrorizó.

BAPA, bum, BUM…

Aquel navío se acercaba en rumbo de colisión con Félix...

BAPA, BUM, ¡BUM!…

...la niebla y el tamaño del supuesto barco les haría imposible avistar a una persona en mitad del océano...

¡BAPA!, ¡BUM!, ¡BUM!…

...y por mucho que gritara o utilizara el silbato, aquel motor sonaba con tantísima fuerza que no oirían sus avisos…

¡BAPA!, ¡BUUM!, ¡BUUUM!

Una proa enorme y afilada, de color negro se dibujó de entre las sombras, y siguió creciendo a medida que se aproximaba. Félix había comenzado a nadar antes, en cuanto se dio cuenta de que iba a ser arrollado por el buque que llegaba. Sin mirar hacía atrás y con la dificultad añadida de que el chaleco dificultaba bastante el nado, braceó con todas sus fuerzas para intentar apartarse de de la trayectoria. El agua comenzó a bambolearlo en un vaivén que le hizo parecer una gran corchuela. Aquel barco debía tener un desplazamiento enorme, pues sin duda, esas eran las ondas que en su avance, provocaba por delante de su proa.

Era inútil luchar. Sabía que en aquel momento solo podrían pasar dos cosas. O el barco le pasaría por encima y acabaría golpeado y rebotando bajo su quilla, quizás para terminar destrozado por las hélices, o esas ondas de proa lo apartaban del rumbo, evitando lo anterior. Se dejó en manos del destino, no sin antes girarse para mirarlo cara a cara. Si iba a morir, quería saber qué nave iba a matarlo.

La mole metálica no estaba donde había pensado. Era mucho mayor de lo que imaginaba, y el golpeteo del motor, a ras del agua, resultaba ensordecedor. Por un lado se alegró enormemente. Había sido expulsado y veía como la proa negra se alejaba por su derecha. La perspectiva era impresionante, a medida que la línea roja de la obra viva se dibujaba ondulada por la estela se alargaba. La altura era desproporcionada para cualquier buque de los que había visto, incluso para un petrolero. Eso pensaba que sería, por el color negro. Pero los petroleros no tenían apenas portillas, mientras que este estaba literalmente ametrallado con ojos de buey por toda su banda, marcando la existencia de varias cubiertas en su interior.

Temió que cuando se acercara a la popa, las hélices lo absorbieran. De Guatemala a guatepeor, pensó.

Pero no sucedió. Tan solo contempló como la estructura se iba alejando, dejando tras de sí un olor a carbonilla. Miró hacía arriba y vio como una nube negra y alargada iba formándose sobre la estela que dejaba a su paso.

El frío le desapareció del cuerpo cuando vio el pabellón británico en el mástil de popa. Lo que acabó por descomponerle la razón fue el brillo dorado de una letras que fulguraban en la neblina, como las casi infinitas explosiones nucleares que se producen en el interior de las estrellas.

Allí, ante sus ojos, con letras de oro sobre un fondo negro sideral, dos palabras que no debieran figurar juntas desde hacía mucho. Las más pequeñas indicaban el puerto de matriculación, Liverpool. Y sobre estas, un simple nombre con caracteres de mayor tamaño y que la superstición naval prohibía pronunciarse a bordo de cualquier artefacto flotante digno de llamarse embarcación.

Era imposible, al menos si no le seguía un dos en números romanos. Porque entonces sí, podría ser la réplica que botaron en 2025. Pero no. Allí solo ponía una palabra, Titanic. El buque condenado por la arrogancia humana.

Se sintió desfallecer. Debía de estar alucinando por el frío, el miedo o la muerte ondulante en la que flotaba indefenso. La niebla se fue oscureciendo, porque lo que se nublaba era su consciencia que acabó por abandonarle en pocos minutos, mientras continuaba con la mirada fija en aquella imagen del Titanic, desdibujándose en la distancia.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de la muerte. Tenía temibles colmillos bajo largos bigotes y unos ojos negros y vidriosos fijos en los que se reflejaban su propio rostro con una mueca de espanto.

Permaneció paralizado, contemplando esa cara que sin embargo, también le recordaba en cierto modo al perro que tuvo en su infancia. Había algo de cachorro en el rostro de la muerte que no conseguía comprender.

Le llegaron voces extrañas, palabras desconocidas escupidas en una vocalización casi alienígena. Una zarpa acolchada se le posó en un hombro. Pensó que la muerte llevaba manoplas de horno. La mano le hizo girar y entonces vio otra cara de ojos rasgados, muy humana, eso sí.

Le hablaba en una lengua desconocida, repitiendo una palabra mientra le señalaba con la manopla.

Anoriinnaq, anoriinnaq.

* * *
Treinta y dos años después, el 1 de noviembre de 1944, ante el inukshuk que marcaba el lugar de enterramiento, la anciana Natuk le cantó a su hijo la historia de su padre, de cómo llegó del futuro flotando por el mar y por eso le llamaron el anoriinnaq, el escalador del viento. Le explicó como se había traído de su mundo aquella costumbre de recordar a los fallecidos en ese día, le mostró aquel extraño y viejo ropaje anaranjado con el que le habían encontrado. Félix Pisuk le recordó como el buen padre al que debía su nombre y colocó una piedra más sobre su tumba.

FIN


Este relato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en octubre debía escribir un relato con el objetivo 11; narra la aventura de alguien que viaja en el tiempo, y los objetos ocultos 25; una explosión nuclear y 27; el Titanic.

Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/
2018 Palabras
11729 Caracteres (con espacios)
9754 Caracteres (sin espacios)
54 Párrafos
131 Oraciones