Foto de Anat Eshed Goldberg, en Pinterest |
Sobre las dunas, los curiosos se asomaban distantes sin atreverse a bajar por la llanura que continuaba hasta la orilla. Solo algunos jovenzuelos, hijos de pescadores, armados de la arrogancia de creerse herederos de los secretos del mar, o bien de la inocencia y curiosidad juvenil, osaban acercarse un poco más. Quizás azuzados por sus padres, que preferían guardar las distancias con los efectivos policiales. Suplementar los escasos ingresos de la pesca con algo de estraperlo y contrabando exige precaución, por mucho morbo que suscite un muerto orillado.
Todos observaban entre murmullos al pequeño grupo que rodeaba al extraño cuerpo. Extraño, porque ese era el rumor que había corrido de boca en boca desde primeras horas de la mañana cuando un mariscador dió aviso al puesto de la recién creada Guardia Nacional Republicana.
Ahora, ya entrada la tarde, un pequeño círculo de gendarmes de la GNR hacía de barrera. Dentro, el jefe de policía, el notario, su secretario y el profesor Salgado, profesor de oceanografía en la universidad de Lisboa, levantaban acta del hallazgo antes de que los dos operarios municipales trasladaran el cuerpo.
Estos últimos eran quienes mejor resistían las náuseas, acostumbrados a ejercer de enterradores ocasionales. Sin embargo, el secretario tuvo que parar de anotar las indicaciones del notario para contener en un buche los restos del almuerzo. Los demás disimulaban, pero el horror y el asco se intuía en sus rostros encogidos en muecas de contención.
Un carro tirado por bueyes se acercó desde el camino de la costa hasta la arena húmeda y compacta para trasladar al extraño cadáver. Los operarios lo envolvieron en unas sábanas para cargarlo. En aquel momento todos pensaron, aunque nadie se atrevió a expresarlo de viva voz, que la forma que dibujaba el envoltorio de tela blanca se asemejaba aún más a una persona. O al menos, al cadáver de una persona.
La comitiva abandonó la playa entre los murmullos de los curiosos, dirigiéndose hacia el cementerio de San Brás do Mar, dónde se había dispuesto que el profesor se encargaría de un primer examen detallado del cuerpo durante esa tarde. Fue casualidad que se encontrase visitando a sus padres esa semana y el comisario lo designó asesor especialista tan pronto vio el aspecto del hallazgo. Si descubriera algo de humanidad entre tanta podredumbre y deformidad, pasaría el testigo al forense de la capital, quién, entre aviso y traslado, tardaría dos días en llegar hasta la localidad.
Salieron al camino de la costa por un terregal, pasando junto a una choza de pescadores. Mauro, uno de los operarios municipales, notó que les observaban desde la choza y que la puerta se mantenía entreabierta. Conocía a la persona que vivía ahí; Lourdes Corvo, viuda de Fernando Sembrança, amigo de la infancia. Viuda desde que el mes pasado Fernando desapareciera faenando entre el continente y las Azores y ningún pesquero, mercante o navío hubiera hallado o avistado nada, ni de él ni de su barca, la Andorinha do Mar.
Cuando se iban alejando camino del pueblo, Mauro volvió la vista y vio a Lourdes asomada al quicio de su puerta. Ella le hizo un gesto con las manos y Mauro asintió levemente. Escrutó a sus acompañantes pero nadie pareció haberse dado cuenta ni tan siquiera de la presencia de la mujer.
Caía la tarde tras montañosas nubes, entre doradas y plateadas, y en la sala de duelo la luz eléctrica de las pocas y pobres bombillas instaladas era deficiente. Para el análisis que el profesor iba a comenzar, había pedido reforzarla mediante velas, un material del que el cementerio estaba bien surtido en cantidad y formato, y que almacenaba para los velatorios y los oficios de la iglesia que colindaba con el recinto. No sin algunas dudas y protestas del párroco, que quedaron acalladas con un improvisado donativo a escote entre el jefe de policía, el profesor y el notario, consiguieron dos portavelas de capilla y varios candelabros que fueron dispuestos alrededor de la mesa. En cada esquina de la misma, encendieron cuatro grandes velones separados a una distancia suficiente para que el profesor pudiera moverse alrededor del objeto de su trabajo; el cuerpo difunto de aquel, aún no dilucidado, hombre o pez.
El aroma de la cera ardiendo, de las maderas nobles y las pesadas telas que se usaban en los velatorios, impregnadas de décadas de incienso y rezos, no lograba imponerse sobre el olor a salitre, algas y marisma que desprendía el cadáver, acentuando el hedor de la materia carnal en descomposición, reblandecida e hinchada por la acción de las aguas marinas.
El profesor fue anotando los caracteres externos que apreciaba en un exhaustivo examen ocular antes de abrir nada.
Parecía que el individuo, así había decidido denominarlo mientras no consiguiera clasificarlo adecuadamente, solo tenía una extremidad inferior bastante dañada. Multitud de laceraciones probablemente causadas por el golpear contra rocas y arrastrar por los fondos marinos merced a las corrientes, hinchazón por la podredumbre y pérdida de masa por mordiscos de peces de toda talla y pellizcos de cangrejo, hacían asemejarse aquello a una cola de pez más que a una pierna, careciendo de pie y cualquier otro tipo de terminación. Estaba seccionado a unos dos tercios de su longitud estimada, por donde asomaba lo que parecía ser un hueso fracturado en pico de flauta, gracias a lo cual podía observarse la estructura semihueca dónde habría existido tuétano en vida. Aunque se veía algo más delgado y se intuía más liviano, quedaba claro que no pertenecía a ningún pez condríctio. Aquello estaba bien osificado, por lo que se descartaba su origen cartilaginoso; nada de tiburones o rayas, ni incluso algún esturión, peces de los que es conocida la enorme talla que pueden alcanzar.
Eso apuntaba cuanto menos a un teleósteo, si finalmente conseguía clasificarlo como pez, o por contra, algún tipo de foca o una cría de ballena. Había muchas opciones aún antes de casar aquellos restos de forma humanoide con un verdadero difunto.
A la altura de la posible cadera, un gran destrozo impedía examinar los caracteres sexuales que ayudarían a determinar si era un cetáceo. Para hurgar en la vida sexual de un pez habría de esperar a indagar en las entrañas. Fuera macho o hembra, si los desgarros y boquetes en la zona pélvica hubieran dejado algo que ver, la opción mamífera hubiera ganado probabilidades.
En general, la piel parecía algo escamosa en la extremidad estudiada, cosa que ya había apuntado en el lugar del hallazgo, trató de extraer alguna escama pero tan pequeñas y apretadas estaban que le fue imposible hacer pinza.
Continuó el examen hacía la zona superior. Aquí, la piel perdía las escamas o se hacían tan minúsculas que no se apreciaban a simple vista. La iluminación de velatorio, amarillenta y oscilante, tampoco ayudaba a apreciar los pequeños detalles. Le frustró pensar en que abrir ahora, para comenzar la necropsia interna, iba a ser complicado y se planteó dejar esa parte para la mañana siguiente.
Acabaría con el examen visual externo y anotaría las hipótesis preliminares. Le fastidiaba dejar la redacción íntegra del informe para el final. Pensaba también en sus padres, con los que debía aprovechar el poco tiempo del que disponía, ya que por la edad de estos y sus largas campañas embarcado, temía que fuera la última vez que los viera.
Salgado cubrió con la sábana al individuo, salió de la sala y pidió a los guardas que cerraran. Mañana continuaría. Se alejó acompañado por el jefe de policía, quien le aguardaba para conocer los resultados y quedó defraudado al saber que no sería hasta el día siguiente cuando acabaran con esta parte de las pesquisas. Los guardas apagaron una a una las velas, cerraron la sala y, viendo como se alejaban jefe y profesor, decidieron que nadie iba a cotillear esa noche por allí. Uno dormiría juntando dos bancos alargados y acolchando con unas telas de cortinaje hasta mitad de la noche, mientras el otro haría guardia en un sillón .
La idea era lógica, la noche larga y el silencio aburrido. El del sillón no tardó en echar una cabezada y el tiempo corrió para ambos entre ronquidos.
Ahí acabó la historia de la sirena de San Brás.
A la mañana siguiente, los guardas fueron a preparar la sala antes de que llegaran los demás y descubrieron sorprendidos que el cadáver había desaparecido. Fueron amonestados y el castigo los envió a un destino en la brigada fiscal de Azores. Las investigaciones solo pudieron concluir que durante la noche, alguien que conocía bien el sitio había robado el cuerpo, sacándolo por un ventanuco que permanecía oculto entre sillas apiladas al fondo de la sala. No hubo rastro alguno, pero era lo único que cabía pensar. Hipótesis que puso en el punto de mira a los operarios, quienes finalmente fueron exculpados por tener suficientes testimonios que los situaban en la taberna del puerto durante toda la noche.
El pueblo pronto convirtió en leyenda el caso, dijeron que había resucitado y huido por las alcantarillas. O que la sirena muerta se había disuelto al secarse, evaporándose y dejando una costra de sal. La prensa le dedicó algunas páginas durante un tiempo, pero fue perdiendo interés a medida que los trámites de la nueva constitución avanzaban con el verano. Acabó cayendo en el olvido, y los aficionados a lo esotérico, a las leyendas y lo oculto, tuvieron un nuevo foco de interés en las sugerentes noticias sobre la ciudad perdida de los incas que un norteamericano había hallado en el Perú.
Justo a partir de aquella mañana, Lourdes Corvo comenzó a sentarse en la bocana del muelle mirando al mar. Al principio acudía varias veces al día, pero poco a poco fue pasando más tiempo hasta que, finalmente, abandonó la choza de la playa y malvivía en el espigón, como una permanente vigía del horizonte, con la mirada perdida en el océano más allá de la puesta de sol.
En el pueblo acabaron por llamarla loca, la loca del muelle. Comprendían su dolor por la pérdida de Fernando y que se agarrara a la esperanza de volverlo a ver retornar, por imposible que fuera. Hasta que la fueron abominando, sucia, despeinada, vestida con harapos cubiertos de salitre, rodeada de gatos y violenta con los pescadores de caña que intentaban sentarse cerca en «su» espigón.
Todo el pueblo la creyó loca y puede que acabara así. Pero una persona se preocupó siempre por ella. Le llevaba comida, a veces ropa, una manta cuando hacía falta, madera para la pequeña fogata que mantenía encendida al socaire del rompeolas.
Ese fue Joaquim, el hijo mayor de Mauro. A veces, cuando las faenas de la pesca le dejaban, se sentaba a observarla en su eterna espera. Recordaba entonces como Mauro llegó a casa aquel día y le preguntó si había visto el cadáver de la playa, el que él mismo había llevado al cementerio. Le preguntó si creía que podría cargarlo solo. A ambas contestó que sí. Entonces le contó que Lourdes, la viuda de su amigo, le había pedido que robara el cuerpo, que ella lo esperaría al final del espigón, que había acordado con una sirena devolverle los restos de su amor, asesinado por el hechicero de su cardumen, obsesionado con ella y despechado porque amaba a otro tritón. La sirena le había jurado que si lo hacía, buscaría por el océano a Fernando y se lo traería vivo o muerto. Mauro no creía en sirenitas, jamás vio una en su vida, pero le debía el favor a su amigo. Si podía hacer algo por su viuda lo haría, aunque fuera una locura. Sabía que sospecharían de él pero no de su hijo. Le explicó como entrar y salir sin ser visto y le encargó que llevara el cuerpo a lomos de una mula hasta el espigón, donde esperaría Lourdes.
Lo que Joaquim nunca contó a nadie es que cuando Lourdes y él arrojaron el cadáver desde allí, creyó ver la cola de un gran pez que se sumergió, como hacen los cachalotes, empujando aquel cuerpo hacía el abismo.
Lourdes dijo que ya solo le quedaba esperar.
*** FIN ***
Este relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes de agosto;
Objetivo primario: Basado en una canción (03)que en este caso es El muelle de San Blas, de Maná (San Brás, en portugués). Enlace a Soundcloud.
Primer objetivo secundario: La sirenita (E)
Segundo objetivo secundario: Brujas/Hechiceros (II)
Objetos ocultos: Cangrejo (18) y Ballena (04)
Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/
2020 Palabras
11848 Caracteres (con espacios)
9854 Caracteres (sin espacios)
28 Párrafos
87 Oraciones
PD: Me quedé sin hueco para empezar el relato ubicando la acción en unas coordenadas espaciotemporales. Sin embargo, si os gusta indagar cosas, en el relato hay al menos tres pistas para calcular un marco temporal en el cúal pudo haber sucedido la historia. El lugar (aunque el pueblo es imaginario) creo que está bastante claro que es en la costa continental de Portugal.