martes, 25 de agosto de 2020

Frente al mar espera

  

Foto de Anat Eshed Goldberg, en Pinterest
Foto de Anat Eshed Goldberg, en Pinterest


  Sobre las dunas, los curiosos se asomaban distantes sin atreverse a bajar por la llanura que continuaba hasta la orilla. Solo algunos jovenzuelos, hijos de pescadores, armados de la arrogancia de creerse herederos de los secretos del mar, o bien de la inocencia y curiosidad juvenil, osaban acercarse un poco más. Quizás azuzados por sus padres, que preferían guardar las distancias con los efectivos policiales. Suplementar los escasos ingresos de la pesca con algo de estraperlo y contrabando exige precaución, por mucho morbo que suscite un muerto orillado.

  Todos observaban entre murmullos al pequeño grupo que rodeaba al extraño cuerpo. Extraño, porque ese era el rumor que había corrido de boca en boca desde primeras horas de la mañana cuando un mariscador dió aviso al puesto de la recién creada Guardia Nacional Republicana.

  Ahora, ya entrada la tarde, un pequeño círculo de gendarmes de la GNR hacía de barrera. Dentro, el jefe de policía, el notario, su secretario y el profesor Salgado, profesor de oceanografía en la universidad de Lisboa, levantaban acta del hallazgo antes de que los dos operarios municipales trasladaran el cuerpo.

  Estos últimos eran quienes mejor resistían las náuseas, acostumbrados a ejercer de enterradores ocasionales. Sin embargo, el secretario tuvo que parar de anotar las indicaciones del notario para contener en un buche los restos del almuerzo. Los demás disimulaban, pero el horror y el asco se intuía en sus rostros encogidos en muecas de contención.

  Un carro tirado por bueyes se acercó desde el camino de la costa hasta la arena húmeda y compacta para trasladar al extraño cadáver. Los operarios lo envolvieron en unas sábanas para cargarlo. En aquel momento todos pensaron, aunque nadie se atrevió a expresarlo de viva voz, que la forma que dibujaba el envoltorio de tela blanca se asemejaba aún más a una persona. O al menos, al cadáver de una persona.

  La comitiva abandonó la playa entre los murmullos de los curiosos, dirigiéndose hacia el cementerio de San Brás do Mar, dónde se había dispuesto que el profesor se encargaría de un primer examen detallado del cuerpo durante esa tarde. Fue casualidad que se encontrase visitando a sus padres esa semana y el comisario lo designó asesor especialista tan pronto vio el aspecto del hallazgo. Si descubriera algo de humanidad entre tanta podredumbre y deformidad, pasaría el testigo al forense de la capital, quién, entre aviso y traslado, tardaría dos días en llegar hasta la localidad.

  Salieron al camino de la costa por un terregal, pasando junto a una choza de pescadores. Mauro, uno de los operarios municipales, notó que les observaban desde la choza y que la puerta se mantenía entreabierta. Conocía a la persona que vivía ahí; Lourdes Corvo, viuda de Fernando Sembrança, amigo de la infancia. Viuda desde que el mes pasado Fernando desapareciera faenando entre el continente y las Azores y ningún pesquero, mercante o navío hubiera hallado o avistado nada, ni de él ni de su barca, la Andorinha do Mar.

  Cuando se iban alejando camino del pueblo, Mauro volvió la vista y vio a Lourdes asomada al quicio de su puerta. Ella le hizo un gesto con las manos y Mauro asintió levemente. Escrutó a sus acompañantes pero nadie pareció haberse dado cuenta ni tan siquiera de la presencia de la mujer.

  Caía la tarde tras montañosas nubes, entre doradas y plateadas, y en la sala de duelo la luz eléctrica de las pocas y pobres bombillas instaladas era deficiente. Para el análisis que el profesor iba a comenzar, había pedido reforzarla mediante velas, un material del que el cementerio estaba bien surtido en cantidad y formato, y que almacenaba para los velatorios y los oficios de la iglesia que colindaba con el recinto. No sin algunas dudas y protestas del párroco, que quedaron acalladas con un improvisado donativo a escote entre el jefe de policía, el profesor y el notario, consiguieron dos portavelas de capilla y varios candelabros que fueron dispuestos alrededor de la mesa. En cada esquina de la misma, encendieron cuatro grandes velones separados a una distancia suficiente para que el profesor pudiera moverse alrededor del objeto de su trabajo; el cuerpo difunto de aquel, aún no dilucidado, hombre o pez.

  El aroma de la cera ardiendo, de las maderas nobles y las pesadas telas que se usaban en los velatorios, impregnadas de décadas de incienso y rezos, no lograba imponerse sobre el olor a salitre, algas y marisma que desprendía el cadáver, acentuando el hedor de la materia carnal en descomposición, reblandecida e hinchada por la acción de las aguas marinas.

  El profesor fue anotando los caracteres externos que apreciaba en un exhaustivo examen ocular antes de abrir nada.

  Parecía que el individuo, así había decidido denominarlo mientras no consiguiera clasificarlo adecuadamente, solo tenía una extremidad inferior bastante dañada. Multitud de laceraciones probablemente causadas por el golpear contra rocas y arrastrar por los fondos marinos merced a las corrientes, hinchazón por la podredumbre y pérdida de masa por mordiscos de peces de toda talla y pellizcos de cangrejo, hacían asemejarse aquello a una cola de pez más que a una pierna, careciendo de pie y cualquier otro tipo de terminación. Estaba seccionado a unos dos tercios de su longitud estimada, por donde asomaba lo que parecía ser un hueso fracturado en pico de flauta, gracias a lo cual podía observarse la estructura semihueca dónde habría existido tuétano en vida. Aunque se veía algo más delgado y se intuía más liviano, quedaba claro que no pertenecía a ningún pez condríctio. Aquello estaba bien osificado, por lo que se descartaba su origen cartilaginoso; nada de tiburones o rayas, ni incluso algún esturión, peces de los que es conocida la enorme talla que pueden alcanzar.

  Eso apuntaba cuanto menos a un teleósteo, si finalmente conseguía clasificarlo como pez, o por contra, algún tipo de foca o una cría de ballena. Había muchas opciones aún antes de casar aquellos restos de forma humanoide con un verdadero difunto.

  A la altura de la posible cadera, un gran destrozo impedía examinar los caracteres sexuales que ayudarían a determinar si era un cetáceo. Para hurgar en la vida sexual de un pez habría de esperar a indagar en las entrañas. Fuera macho o hembra, si los desgarros y boquetes en la zona pélvica hubieran dejado algo que ver, la opción mamífera hubiera ganado probabilidades.

  En general, la piel parecía algo escamosa en la extremidad estudiada, cosa que ya había apuntado en el lugar del hallazgo, trató de extraer alguna escama pero tan pequeñas y apretadas estaban que le fue imposible hacer pinza.

  Continuó el examen hacía la zona superior. Aquí, la piel perdía las escamas o se hacían tan minúsculas que no se apreciaban a simple vista. La iluminación de velatorio, amarillenta y oscilante, tampoco ayudaba a apreciar los pequeños detalles. Le frustró pensar en que abrir ahora, para comenzar la necropsia interna, iba a ser complicado y se planteó dejar esa parte para la mañana siguiente.

  Acabaría con el examen visual externo y anotaría las hipótesis preliminares. Le fastidiaba dejar la redacción íntegra del informe para el final. Pensaba también en sus padres, con los que debía aprovechar el poco tiempo del que disponía, ya que por la edad de estos y sus largas campañas embarcado, temía que fuera la última vez que los viera.

  Salgado cubrió con la sábana al individuo, salió de la sala y pidió a los guardas que cerraran. Mañana continuaría. Se alejó acompañado por el jefe de policía, quien le aguardaba para conocer los resultados y quedó defraudado al saber que no sería hasta el día siguiente cuando acabaran con esta parte de las pesquisas. Los guardas apagaron una a una las velas, cerraron la sala y, viendo como se alejaban jefe y profesor, decidieron que nadie iba a cotillear esa noche por allí. Uno dormiría juntando dos bancos alargados y acolchando con unas telas de cortinaje hasta mitad de la noche, mientras el otro haría guardia en un sillón .

  La idea era lógica, la noche larga y el silencio aburrido. El del sillón no tardó en echar una cabezada y el tiempo corrió para ambos entre ronquidos.

  Ahí acabó la historia de la sirena de San Brás.

  A la mañana siguiente, los guardas fueron a preparar la sala antes de que llegaran los demás y descubrieron sorprendidos que el cadáver había desaparecido. Fueron amonestados y el castigo los envió a un destino en la brigada fiscal de Azores. Las investigaciones solo pudieron concluir que durante la noche, alguien que conocía bien el sitio había robado el cuerpo, sacándolo por un ventanuco que permanecía oculto entre sillas apiladas al fondo de la sala. No hubo rastro alguno, pero era lo único que cabía pensar. Hipótesis que puso en el punto de mira a los operarios, quienes finalmente fueron exculpados por tener suficientes testimonios que los situaban en la taberna del puerto durante toda la noche.

  El pueblo pronto convirtió en leyenda el caso, dijeron que había resucitado y huido por las alcantarillas. O que la sirena muerta se había disuelto al secarse, evaporándose y dejando una costra de sal. La prensa le dedicó algunas páginas durante un tiempo, pero fue perdiendo interés a medida que los trámites de la nueva constitución avanzaban con el verano. Acabó cayendo en el olvido, y los aficionados a lo esotérico, a las leyendas y lo oculto, tuvieron un nuevo foco de interés en las sugerentes noticias sobre la ciudad perdida de los incas que un norteamericano había hallado en el Perú.

  Justo a partir de aquella mañana, Lourdes Corvo comenzó a sentarse en la bocana del muelle mirando al mar. Al principio acudía varias veces al día, pero poco a poco fue pasando más tiempo hasta que, finalmente, abandonó la choza de la playa y malvivía en el espigón, como una permanente vigía del horizonte, con la mirada perdida en el océano más allá de la puesta de sol.

  En el pueblo acabaron por llamarla loca, la loca del muelle. Comprendían su dolor por la pérdida de Fernando y que se agarrara a la esperanza de volverlo a ver retornar, por imposible que fuera. Hasta que la fueron abominando, sucia, despeinada, vestida con harapos cubiertos de salitre, rodeada de gatos y violenta con los pescadores de caña que intentaban sentarse cerca en «su» espigón.

  Todo el pueblo la creyó loca y puede que acabara así. Pero una persona se preocupó siempre por ella. Le llevaba comida, a veces ropa, una manta cuando hacía falta, madera para la pequeña fogata que mantenía encendida al socaire del rompeolas.

  Ese fue Joaquim, el hijo mayor de Mauro. A veces, cuando las faenas de la pesca le dejaban, se sentaba a observarla en su eterna espera. Recordaba entonces como Mauro llegó a casa aquel día y le preguntó si había visto el cadáver de la playa, el que él mismo había llevado al cementerio. Le preguntó si creía que podría cargarlo solo. A ambas contestó que sí. Entonces le contó que Lourdes, la viuda de su amigo, le había pedido que robara el cuerpo, que ella lo esperaría al final del espigón, que había acordado con una sirena devolverle los restos de su amor, asesinado por el hechicero de su cardumen, obsesionado con ella y despechado porque amaba a otro tritón. La sirena le había jurado que si lo hacía, buscaría por el océano a Fernando y se lo traería vivo o muerto. Mauro no creía en sirenitas, jamás vio una en su vida, pero le debía el favor a su amigo. Si podía hacer algo por su viuda lo haría, aunque fuera una locura. Sabía que sospecharían de él pero no de su hijo. Le explicó como entrar y salir sin ser visto y le encargó que llevara el cuerpo a lomos de una mula hasta el espigón, donde esperaría Lourdes.

  Lo que Joaquim nunca contó a nadie es que cuando Lourdes y él arrojaron el cadáver desde allí, creyó ver la cola de un gran pez que se sumergió, como hacen los cachalotes, empujando aquel cuerpo hacía el abismo.

  Lourdes dijo que ya solo le quedaba esperar.


*** FIN ***



Este relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes de agosto;

Objetivo primario: Basado en una canción (03)que en este caso es El muelle de San Blas, de Maná (San Brás, en portugués). Enlace a Soundcloud

Primer objetivo secundario: La sirenita (E)

Segundo objetivo secundario: Brujas/Hechiceros (II)

Objetos ocultos: Cangrejo (18) y Ballena (04)

Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/

2020 Palabras

11848 Caracteres (con espacios)

9854 Caracteres (sin espacios)

28 Párrafos

87 Oraciones


PD: Me quedé sin hueco para empezar el relato ubicando la acción en unas coordenadas espaciotemporales. Sin embargo, si os gusta indagar cosas, en el relato hay al menos tres pistas para calcular un marco temporal en el cúal pudo haber sucedido la historia. El lugar (aunque el pueblo es imaginario) creo que está bastante claro que es en la costa continental de Portugal.


domingo, 26 de julio de 2020

Alineamiento




Isla Dragónstena, En mitad del Océano Meridional
Día del Alineamiento.
Al poco de amanecer.

 La población mantiene la esperanza. La mayoría de los propietarios se encuentra a varias millas náuticas de distancia a bordo de sus lujosos yates de recreo. Incluso los terratenientes menores, en embarcaciones menos espectaculares pero que siguen sirviendo para la ostentación de su estatus, han conseguido formar una pequeña escuadra que sigue la estela de los buques mayores; el Ambiciones II y el Bribonazo VII. Podría decirse que son los navíos insignia. 

 Entre la escuadra de propietarios menores y estos dos, aún hay media docena de lanchas con más brillo y comodidades (para el pasaje, no así para la tripulación que trabaja en ellos) que verdaderas formas náuticas.

 Por mucha esperanza que tengan, tienen mejores motores y en el peor de los casos, a esa distancia prudencial, confían en que podrán meter más distancia a tiempo si las cosas se ponen feas, como es habitual, y no perecer bajo el más que probable tsunami.

 Mucho más cerca de la costa, algunos cooperativistas tratan de alejar de la costa sus maltrechas barcazas maniobrando torpemente. La torpeza no viene estrictamente de las pocas habilidades de navegación de los cooperativistas, sino más bien del deplorable estado de mantenimiento de las mismas. Emplean las barcazas de carga con el que transportan el mineral de lucte a los buques factoría que solo pueden acercarse, por cuestiones de calado, a los alrededores del Banco de Morana a unas 12 millas al norte de la isla. De hecho, allí queda uno de estos buques que no quiere perderse… el espectáculo. Y si todo acaba rápido y no es muy desastroso, será el primero en  cargar la nueva remesa de Lucte, una vez este se enfríe en unos días y los supervivientes reanuden el trabajo de extracción, aliviados por no formar parte del Escorial; el monte de escorias de lucte mezclado con huesos que oficialmente tiene la dudosa categoría de Monumento a las víctimas.

 Sus espíritus deben estar explotando una y otra vez en el lago de lucte fundido bajo la isla, ya que, en realidad, solo es eso: el lugar donde amontonar la escorias.

 Algunos tratan de hurgar entre los restos para conseguir algo de lucte con demasiadas impurezas (incluidos huesos) de estraperlo, cosa prohibidísima y que pagan con el lanzamiento a la caldera del Monte Dragonstino. La ley así lo dice, justificándolo en que así se incrementan las posibilidades de que en el próximo alineamiento, la isla reviente con menos fuerza. En realidad, todo el mundo sabe que las escorias se guardan allí, apartadas para que no molesten mientras se extrae el lucte de la temporada, a fin de aprovecharlas si en algún momento las reservas comienzan a escasear, tras una largo proceso de refinado.

 Los futuros supervivientes, o no, se apiñan en las orillas de Dragónstena implorando que la montaña escupa hacia otro lado que no sea en el que se agolpan. Claro que, eso pasa en todo el perímetro de la isla. Todos empujan mentalmente para que lo que vaya a caer lo haga para el lado opuesto, y todos saben que es muy posible que hayan elegido el peor sitio para estar ese día.

 Aun así, todos los presentes, desde el último picapedrero de la playa hasta los directivos del consorcio Garmon, a bordo al completo del Ambiciones II, prestan atención a la retransmisión del evento por Ondaglob.

 —¡Gorbitos! Deliciosos y recién fritos. Pida sus Gorbitos a su proveedor local. Llegarán con chrisschrisschisporroteo de su rebozado en menos que explota una isla. ¡Gorbitos, Gorbitos, Gooorbiiitosss!

 La sintonía del informativo suena tras el último de los cuarenta y siete anuncios comerciales de las firmas patrocinadoras de la transmisión, para todo el planeta y las tres lunas no alineadas.

 —¡Bienvenidos en esta luminosa y cálida mañana de Alineación! Un magnífico día, con una visibilidad grandiosa que nos permitirá, pase lo que pase, ofrecerles unas apabullantes imágenes del reventón. Soy Maruc Katanni y me acompaña Casiri Esporgo, tan radiante como siempre.

 —¡Hola, hola, hola! ¿Qué tal, Maruc? ¿Cómo están ustedes? Bien, tengo que señalar que habrá imágenes apabullantes, como bien dices, solo si es que hay Reventón.

 —Ja, ja, ja. Claro, claro. Por supuesto, Casiri, pero… ¿acaso lo dudas? Ja, ja, ja.

 —Bueno, en esta ocasión puede que haya buenos aspirantes a la Detención, ¿no crees? —Guiña un ojo a su compañero mientras señala el panel— Veamos como van las apuestas. En las generales, un 97’8 % de los apostantes cree que habrá Reventón, como en cada ciclo. ¡Qué aburridos! Van a lo seguro.

 —Oh, sí. Es normal, pero fijate en ese 2’2 % de incons…, digo, valientes que apuestan a que no lo habrá. —Las salpicaduras se desprenden de los orificios fonadores de Maruc que está partiéndose de risa ante la asombrosa existencia de un minúsculo grupo que apuesta a favor de algún cambio.

 Sí, en el fondo, todo el mundo desea que lo haya. Esperan que alguno de los pretendientes de este ciclo venza y acabe con la tradición, que rompa el ciclo de acúmulos y reventones. Y, de paso, que deje de morir tanta gente. Este, sobre todo, es el principal interés de los mineros de la isla.

 Esto último es lo que más les preocupa, al menos a las masas de mineros que se amontonan a los bordes de la isla sin posibilidad de escapar si es que les toca en el trayecto de los flujos de Lucte. En tal caso, formarán parte de las rocas que sus propios compañeros picarán para ganarse la vida. Sus huesos, lo único que quedaría de ellos, claro.

 —Sí, es sorprendente que el número de ilu…, ejem… De “optimistas” que han apostado este año contra todo supere el cerocoma.

 —Suelen ser los equipos de pretendientes los que apuestan así, ¿cierto, Casiri?

 —Efectivamente, Maruc.

 —¿Y, a quienes tenemos esta vez? ¿Algún grupo tan sub…, numeroso… Sí, numeroso que justifique ese alto porcentaje?

 —Me alegra que me lo preguntes, Maruc. Veamos los equipos pretendientes.

 Casiri se desplaza en dos brincos hasta el panel donde aparecen cuatro imágenes borrosas. Cuando toca una, esta se agranda cobrando definición y mostrando los datos del pretendiente.

 —Comencemos. En primer lugar tenemos al Sascucuat Mosslii, procedente de la luna Eptoria Meg. Recordemos que es una de la cuatro lunas que no influyen en el alineamiento en ningún momento. —recuerda Casiri para los visitantes, sobre todo.

 Al fin y al cabo, quién no conoce en el planeta y su área de influencia que cuando Mádura Meg, la quinta luna, se alinea entre el sol de mediodía y la superficie justo sobre Isla Dragónstena, la montaña entrará en erupción. Así ha sido desde que el mundo es mundo. Unas veces con un simple eructo geológico y apenas daños menores en las estructuras mineras y otras, como en el caso de la Alineación 4357 (hace exactamente 47 ciclos atrás), de forma devastadora causando la renovación total de la isla que quedó convertida en un ombligo de roca que borboteaba lucte en medio del océano y lanzando varias olas gigantes que asolaron las costas de Ecomía, Sarol y Demúrida.

 —Si hubiera que apostar algo —señala el presentador—, sin duda ese sería mi ganador. Su empresa es la que durante generaciones ha apagado los pozos de Férmica y estabilizado la falla de Berrina cuando se ha vuelto inestable por su resonancia con Dragónstena en los peores alineamientos.

 —Correcto —corrobora la presentadora con el rubor perlado de sus mofletes croantes de risa—, una experiencia amplísima le precede. Aun así, hay que recordar que nunca se logró evitar el flujo de lucte en los más de mil ciclos que se lleva intentándolo, justo desde que comenzaron las labores de minería para aprovechar tan beneficioso, y a la vez maldito, mineral.

 —¿Y a quién más tenemos?

 —Oh, pues tenemos una sorpresa de lo más peculiar. El otro pretendiente es… —Casiri mira con todos sus ojos entrecerrados y mofleteando en color zafiro, señal de que está a punto de explotar de la risa, pero trata de contenerse en pantalla. —Bueno, no te lo vas a creer, pero es un… ¡humano!

 Los globulares ojos de Maruc se inflan como si le hubieran comprimido todo el cuerpo y estuviera hecho de gelatina. La cornamenta vibra en espasmos de sorpresa absoluta.

 —¡¿Cómo?! ¿Un despojo…? ¡Perdón! —la corrección en pantalla debe ser exquisita según manda el manual de estilo de Ondaglob, especialmente con las minorías alienígenas. —Me he dejado llevar por tan sorpresiva noticia. ¿Qué me dices? ¿Un terrícola ha venido hasta aquí? ¿como pretendiente en el Festival de la Alineación? ¡Insólito!

 —Pues allí está. Lo intentará por el flanco Oeste, el opuesto a Mosslii.

 —Vaya, vaya. ¿Y qué sabemos de la experiencia curricular o el método de este humano? Por cierto, no has mencionado su nombre.

 —Cierto, Se llama Jorge Montoya.

Really, George? —canturrea Maruc imitando el idioma humano lo mejor que puede, lo que suena particularmente irónico y gracioso, haciendo estallar de risa a toda la audiencia.

 —¡Maruc! Por lo que más quieras, deja de hacer el mismo chistecito con las personas de ese planeta azul. Hace siglos (en la cuenta terrestre) que dejó de tener gracia. —A pesar de ello, los mofletes palpitantes de Casiri muestran un carrusel de colores, señal infalible de que no puede aguantarse más.

 —Perdón. Creo que será mejor ir a los anuncios…

 Suena la sintonía del programa y vuelven a anunciarse los sabrosos Gorbitos mientras, fuera de emisión, ambos presentadores estallan en el jolgorio más estruendoso.

 —En serio, Casiri ¿Cómo va a intentarlo ese montón de neuronas inactivas?

 —Pues por lo que he logrado averiguar, va a emplear un tejido laminar que se emplea en las células solares del cinturón de satélites generadores, los más cercanos a nuestra estrella, que como deberías saber —la mirada reprobatoria de Casiri sugiere que Maruc es solo una cara atractiva, pero que nunca se entera de nada—, están fabricadas esas placas con el propio lucte por un método que los humanos empleaban para fabricar sus utensilios de cocina. Casualidades del universo.

 —Uhm, ¿no me digas?

 —Parece que su intención es forrarse con ese tejido, como si se metiera en un preservativo de su tamaño. Con él, cree que podrá soportar el calor del flujo de lucte por no sé qué fenómeno físico…

 —¡Los terrestres no manejan más que física básica! Eso lo sabe todo el mundo.

 —Oh, vamos, no seas…

 En ese momento, el flujo de información de la agencia gubernamental vomitó avisos de alerta interrumpiendo todas las emisiones con la señal ATPC.

 —¡Madre del honorable Squishto! —gritó Maruc.

 —¿Nadie estaba vigilando al Pedrusco? —lamentó Casiri.

El Pedrusco, como comúnmente lo llama la población, es un tercer elemento de la Alineación. Un asteroide atrapado en una órbita extremadamente difícil de calcular y seguir, alterable por una infinidad de factores. Cuando coincide más allá de la quinta luna en la alineación en un cierto rango de distancia, provoca las mayores erupciones. Se sabía que en cualquier momento se acabaría desestabilizando del todo para caer sobre el planeta.

 En el observatorio de Masoon Meg, los calculadores Varianos, ajustan a tiempo real los cálculos orbitales, pues sus prodigiosas mentes aún no han sido superadas por los computadores más potentes que se conozcan en esa región del Universo, que es como decir en todo él.

 Pero, atentos cómo estaban a la emisión por Ondaglob, el sorprendente anuncio de que un simple humano iba a intentar la detención los ha distraído en el peor momento. Justo cuando lo peor sucedía. El Pedrusco ha perdido la órbita y se dirige en rumbo de colisión contra el planeta.

 El aplastante peso del desastre es capaz de curvar la mirada que Maruc y Casiri lanzan al panel, donde el humano, ajena a lo que se les viene encima y con el casco abierto, muestra una sonrisa decidida mientras trepa por la ladera cubierto por el traje de protección.

 Lamentablemente, para Jorge Montoya, segurísimo de su método, (Really, George?) tampoco será su día de gloria.

* * * * * FIN * * * * *

Este relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes
Objetivo primario: Que involucre un volcán o cataclismo (10)
Primer objetivo secundario: San Jordi (D)
Segundo objetivo secundario: Espíritus (I)
Objetos ocultos: Preservativo (2) y Placas solares (12)


Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/


1996 Palabras
11822 Caracteres (con espacios)
9876 Caracteres (sin espacios)
Párrafos 54
Oraciones 124


domingo, 31 de mayo de 2020

Ovarios



Las sombras de las estacas se alargan y, a medida que el sol se alza, señalan como los destellos de oscuridad del negativo de un faro que advirtiera por donde discurre el borde del foso de la vergüenza. Con los prismáticos se alcanzan a ver, sabiendo que señales buscar, los puestos de los hermanos en Irak. Tan hermanos y cercanos como el KRG quiera ese día. Tan lejanos y extranjeros como los intereses de occidente decidan esta semana.

Hoy será difícil verlos. Muchos están reuniendo fuerzas para luchar contra los demonios, en Tall Afar y Sinjar, por donde cada vez se acercan más a la frontera.

Nudem acopla su ojo al tubo de goma. La mira telescópica le coloca el otro lado de la frontera a la aparente distancia de las casas de su vecindario, en su Mabrouka natal. Barre el paisaje despacio, de izquierda a derecha, desde la primera estaca que puede enfocar hasta la curva de la zanja al Sur. Y luego el barrido inverso. El sol comienza a recalentar la tierra y el aire distorsiona la imagen a franjas que hacen bailar los rastrojos lejanos.

Es el único signo de actividad en su recorrido. Curioso que lo único que se mueva sea algo inanimado.

Está acostumbrada a la soledad de su puesto de francotiradora, en aquella habitación ruinosa del edificio destruido. Sola, agazapada delante del hueco donde, en tiempos extrañamente felices e inusuales, hubo una ventana que daba luz a la salita de alguna familia. Quizás fueran yazidíes, como ella. Ahora es un hueco vacío de dintel o jambas, donde hasta el vierteaguas ha desaparecido y la abertura solo esta perfilada por los bruscos acabados de ladrillos rotos de la pared.

Le han repetido hasta la saciedad que debería hacer las guardias con el resto de la brigada, en el control de la carretera. Pero ella insiste en acudir a su deprimente atalaya.

—Un día llegarán y lo harán por el viejo camino. Los demonios no avisan, pero yo sí.

Esa es siempre su contestación.

Nunca se la toman en serio. Le aseguran que las bombas les caerían encima si se acercaran.

—¿Qué bombas? ¿Las americanas? Ellos crearon a los demonios y los usan según les interesa. ¿Las rusas? Solo piensan en por donde pueden hacer pasar el gas y el petroleo. ¿O las de Al-Asad? Claro, él tiene bombas para todos; oposición, islamistas, nosotros… Y le sobra alguna para los demonios. ¿O acaso creéis que les va a llegar una bomba desde Turquía? No, compañeros. Esas solo alcanzan nuestros campamentos, nuestros pueblos. Como todas, solo reafirman que esta tierra es kurda a base de esparcir sobre ella nuestra sangre.

La brigada completa calla. Nudem sabe dejar a todos sin palabra ni réplica posible. Así que la dejan seguir con sus eternas guardias tras la mira de su fusil que cada día le dejan un cerco dolorido alrededor de la órbita del ojo derecho. Hoy podrían decirle que no va a llegar ningún demonio, que bastante ocupados estarán defendiéndose en Mosul, hacía donde se dirigen los kurdos del otro lado, junto con fuerzas de la coalición internacional, esa misma que nunca está junto a ellos cuando se les necesita. Pero en el fondo saben que nunca hay que esperar nada de los fanáticos. Y es mejor que Nudem tenga sus avizores ojos en las ruinas que su lengua protestona en el control de la carretera.

Sin apartarse de la mira PSO, aferra con fuerza su viejo Dragunov cuando percibe unos pasos lejanos y lentos, como si el propietario de esos pies tanteara el terreno antes de dar cada uno. Exhala despacio hasta vaciar sus pulmones y luego toma una bocanada de aire que retiene en silencio para escuchar con atención. Aguza sus sentidos. Los pasos se acercan por detrás, alguien se dirige a la entrada. Nudem se mueve lentamente metiéndose al interior de la estancia. No hay un objetivo que alcanzar desde la ventana sino alguien que llegará a la puerta, tras ella, en solo cinco pasos.

Se gira sin hacer ruido.

«Çar». Cuatro pasos.

Muy despacio, desacopla el ojo del amortiguador engomado de la mira.

«Se». Tres pasos.

Apoya la espalda en la pared bajo la ventana. Está en cuclillas.

«Du». Dos pasos.

Se da cuenta de que aún retiene el aire que tomó, ya casi consumido.

«Yek». Un paso.

Ahora no puede perder el tiempo en respirar. Posa el dedo en el gatillo, la culata en el hombro.

Se prepara, pero el último paso no llega.

En su lugar una voz.

Merheba, Nudem. Soy yo. ¿Puedo pasar?

Nudem exhala el aire agotado y con él su tensión acumulada. Aparta automáticamente el dedo del gatillo al reconocer a su amiga.

¡Tenam! Pasa, Evindar.

Baja el rifle y responde con otra sonrisa al ver asomarse la cara rebosante de simpatía de Evindar.

—¿Sabes que un día de estos, cuando los disparos me dejen sorda del todo, no te escucharé llegar y entonces tendremos una desgracia? —Entorna los ojos tratando de mostrar un gesto de enfado y ferocidad que solo provoca risas en la otra peshmerga.

—Ja, ja, ja —ríe suave, con una peculiar mezcla de camaradería y sarcasmo—. Eso solo pasaría si además yo me volviera tonta. Pero no, cariño. Nunca entraría sin confirmar, primero que estás bien, y segundo que me reconoces.

Evindar se sienta en el suelo junto a Nudem. La mira a los ojos, se sonríen y se abrazan durante unos eternos y reconfortantes segundos durante los que acompasan sus respiraciones hasta que la guerrillera se separa para dirigirse a la francotiradora.

—Te he traído el almuerzo. ¿Puedo quedarme a comer contigo?

Nudem muestra más luz en su sonrisa que la que Melek Taus, el ángel pavo real, muestra en su cola desplegada. La propia iluminación de la divinidad.

Sobre sus pañuelos abiertos en el suelo comparten un frugal almuerzo, contándose las pocas novedades que hay que no tengan que ver con guerra, muerte y destrucción. El nacimiento del hijo de una amiga común, la carta que el primo de Evindar envió desde Alemania contando lo bien que le iba en sus estudios de violoncelo mientras miran la foto del muchacho sonriente mientras interpretaba alguna pieza que no escucharán nunca, la buena cosecha de trigo que se está dando al noroeste. Acaban por hablar sobre el bombardeo en el que cuatro compañeras de las YPJ, las fuerzas de las Yekîneyên Parastina Jin (Unidades Femeninas de Protección), murieron hace dos días en el asaish de la carretera Este de Safa al kebir. Lo que da por acabada la comida con un silencio mutuo y las devuelve a la realidad de sus circunstancias.

Se levantan y se dan una abrazo de despedida.

Evindar se detiene en la puerta antes de marcharse. Observa como Nudem se coloca su pañuelo azul en la cabeza de forma cuidadosa para recogerse la melena y que no la moleste en su paciente espera. La sempiterna rutina. Agarra el rifle y se lo coloca, la culata esquelética de madera en el hueco entre los huesos de la clavícula y el hombro, la mano izquierda en el agarre interior de la misma, el guardamanos de madera sobre la correa desenganchada para acolchar el apoyo mientras barre el panorama de la frontera con el ojo sobre la mira. Se aposta en la ventana de nuevo, preparada para otra larga espera, cuando de repente ve algo.

—¡Eh! —susurra con asombro— Ahí hay…

Evindar, sobresaltada, de un paso atrás para volver a entrar en la habitación y se agacha. —¿Qué has visto? —pregunta en voz baja.

Nudem ajusta su puntería, ni contesta ni apenas respira. La sensación de parálisis pulmonar vuelve, el corazón late con fuerza pero, aunque lo siente en las sienes apretadas por el pañuelo, el pulso no se transmite a las manos. No se lo puede permitir, debe mantener la cruceta de la mira lo más estable posible.

Entonces cree reconocerlo. Una tela negra comienza a ondear mientras quien la porta asciende por la pared de la zanja. Una mano surge del borde, agarrándose a una de las estacas de este lado, levantando una leve polvareda en la arena del foso. Nudem mueve levemente a ambos lados el rifle, viendo por la mira que varios bultos oscuros avanzan desde el otro lado. Se pasa la lengua por los labios y apunta a la mano. Espera la cabeza del portaestandarte, segura de que va a aparecer. No oye a Evindar preguntando, no siente sus propias pulsaciones, la visión periférica desaparece centrándose en ese único punto; la estaca, la mano, lo próximo va a ser la cabeza de un demonio y entonces; disparará.

Justo donde la cruceta auguraba, otra tela negra comienza a elevarse despacio, cautelosa, al borde del foso. Deja que asome unos centímetros, hasta que un leve cambio de color le da la señal. Los ojos del demonio. Dispara y…

El aire de la estela de una bala enemiga roza su cabeza mientras el proyectil se estrella contra la pared. Nudem, reacciona tan despacio como solo alguien como ella puede hacerlo. Sabe que al otro lado, otro francotirador la ha localizado y esperado el destello de su propio disparo para confirmar su blanco; ella. No tiene excesiva prisa para retirarse. Conoce como funcionan las cosas. El otro, al igual que ella, tendrá que recargar y reposicionarse. Un segundo es una eternidad a los ojos de los francotiradores.

Se retira y sonríe con aparente tranquilidad y sospechoso buen humor a Evindar. Los nervios viajan a toda velocidad por dentro de su cuerpo, pero sabe controlarlos para que no se muestren.

—Os lo avisé. Los demonios del califato han venido. Y voy a tener la suerte de despachar a unos cuantos mientras tú avisas a los demás. Corre.


* * * FIN * * *

Este relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes de
Objetivo primario: 12, dar visibilidad a un colectivo minoritario, en este caso al pueblo kurdo y sus guerrilleras, únicas capaces de plantarles cara a los yihadistas del ISIS, y dentro de este colectivo a la minoría yazidí.
Primer objetivo secundario: C, Pedro y el lobo
Segundo objetivo secundario: VI, ángeles y/o demonios. Aunque los demonios aquí son los del califato, Melek Taus, el ángel pavo real de la religión yazidí vale por ambos. Investigadlo si os interesa.
Objetos ocultos: Arena (10) y Estaca (01)

Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/


1624 Palabras
9212 Caracteres (con espacios)
7631 Caracteres (sin espacios)
44   Párrafos

123  Oraciones


La historia está inspirada en parte en la imagen que acompaña el relato, siendo Nudem y Evindar los nombres reales de esas dos peshemergas o guerrilleras kurdas. Y en parte en el video de esta francotiradora, sobre el que podeis leer más aquí.

El pueblo kurdo es una minoría étnica ignorada por muchos, fragmentado en varios países cuyas fronteras no han dejado de ser nunca el capricho de los avatares de la historia y los intereses de otros.


domingo, 26 de abril de 2020

Camino claro

ATENCIÓN
Este microrrelato es parte del objetivo personal en mi participación dentro del OrigiReto2020 y está enlazado al relato de la compañera Dani de marzo, por lo que es necesaria su lectura previa (ir al relato) para comprender en que se basa.

¿No lo habéis leído?

¡Que es justo y necesario, querides!

Anda. Id al relato y luego volveis. Se va por aquí. No os perdáis en los cruces.

¿Ya?

Vale, pues ahora sí. Os dejo mi microrrelato.





   Es una pareja joven, poco más que adolescentes. Visten ropas humildes y desgastadas pero algo, en su diseño y sus colores, les otorgan cierto tipo de elegancia o pose que llama la atención, cierta dignidad.
   Llegan caminando con lo puesto, portando cada uno un zurrón que no abulta demasiado. El de ella, tiene una mancha aceitosa en el cierre. Las botas polvorientas indican que han caminado en tiempo de lluvia por terrenos enfangados, y que han seguido caminando en tiempo soleado hasta que la costra de barro se ha ido endureciendo y desprendiéndose en trozos. Ya solo queda la mancha terrosa y los salpicones secos.
   Paran secándose el sudor y observando alrededor. Están en un cruce de caminos, sin indicaciones, sin marcas.
   Vienen del Este, pueden elegir continuar o ir a cualquiera de los otros puntos cardinales. Parece que dudan.
   El chico hurga en su bolsa, saca un objeto pequeño, musita unas palabras mientras lo observa y acaba por señalar una dirección. Es un camino como cualquier otro pero a sus ojos ahora parece brillar como si alguien hubiera esparcido la polvorienta arena de fuego del lejano desierto Chöl-Dai. La chica asiente con un gesto adusto que desfigura una media sonrisa y ambos retoman la marcha por la senda que saben certera.
   Van dejando atrás la encrucijada y el bosque, sus huellas y el cansancio. Sus fuerzas reviven porque adivinan la proximidad de la venganza.


* * * * * FIN * * * * *

Este microrrelato pertenece a mi objetivo personal dentro del #OrigiReto2020, la iniciativa organizada por Katty (ver blog) y Stiby (ver blog).

Las estadísticas según el contador de palabras oficial son;
235   Palabras
1392 Caracteres (con espacios)
1163 Caracteres (sin espacios)
6       Párrafos
15     Oraciones

domingo, 19 de abril de 2020

Cailleach

   


Baytal observa por el rabillo del ojo hasta donde la escafandra le permite para comprobar si Pasquale le da la señal. El sudor flota en el interior de su minúsculo hábitat en forma de traje pero se resiste a desprenderse de su cuerpo, formando una sustancia persistente sobre su piel que molesta y cosquillea. Lo contempla ajustando uno de los taladros en medio de una lluvia de confeti helado que centellea al contraluz de las luces de trabajo. Pasquale trabaja envuelto por su obra, una nebulosa en miniatura en el centro del propio universo formado por roca helada y vacío. Hasta parece poseer un aura iridiscente alrededor del cuerpo como si un arcoíris rotulara el contorno del Creador.

   A tres millas del asteroide, la piloto Mariluz Ruíz-Ponce mantiene en espera al remolcador MT-Alcotán-IV siguiendo la misma órbita que el pedazo de roca. Quedan doce minutos para que las novedades que radió lleguen al control de misión; el equipo de captura salió hace veintisiete minutos hacia el objetivo, Cailleach-1812.

   Las prospecciones con radar de la sonda Goya han dado resultados alentadores; el núcleo de coltán tiene un 23’64 % de tantalita de alta pureza con un 58 % de óxido de Tantalio. Casi cinco millones de gloyuanes vale la piedra.

   En la soledad de la nave, Mariluz se asegura de que los dos equipos de amarre, Gothelsson con Souza y Rajakumaran con Pasquale, siguen trabajando en la superficie y que la computadora mantiene fija la órbita de seguimiento, de persecución prefieren llamarla a bordo, acoplada al giro del asteroide sobre su eje de traslación. Al no trabajar en EVA, ella no lleva pañales y el mono de faena es suficiente.

   Evacuar, eso es lo que necesita y el baño se encuentra en el módulo polivalente, al final del túnel F, tras la cabina. Pulsa la radio.

   —Equipos de anclaje para Alcotán-IV. Dejo el puesto un momento.

   —Alcotán, aquí Gothelsson. Recibido.

   —Alcotán, Rajakumaran. Afirma.

   Continuarán trabajando en su ausencia extremando las precauciones. Durante unos minutos estarán solos ahí afuera.
Se suelta del puesto de pilotaje y se lanza con seguridad hacia el túnel, calcula bien y flota por él sin apenas rozar las paredes. Está acostumbrada a moverse en ingravidez y le tiene cogidas las medidas a la nave minera tras ocho meses de servicio en ella.

   De repente ve una pieza oscilante que se interpone en su camino. Trata de maniobrar, se encoge y estira tratando de girar para apartarse de la trayectoria, topa contra un armario, su cuerpo rebota descontrolado y la pieza le impacta en un ojo. Retorciéndose, como una sábana azotada por un viento inexistente o poseída por un fantasma improbable, con una mano trata de reconfortar el ojo dolorido, con la otra atrapa la pieza en fuga. Con el culo rebota hacia la pared de enfrente aunque consigue aminorar el impacto con los puños. Desprotege el ojo para agarrarse con esa mano y, cuando lo logra, mira lo que ha atrapado, el arma contusiva que nadie le lanzó, no ahora, no a ella, pero que allí estaba buscando sin buscar un cuerpo que detuviera su danza espacial.

   —¡Maldito Miguel! ¡Mira tu mierda-muñeco!

   Mariluz se refiere al anterior piloto, español como ella. Lo recuerda del relevo, demasiado retro para su gusto, demasiado flamenco. Seguro que ahora tiene un ojo morado por culpa del «carrofary» que su predecesor colgaba como indicador de gravedad. Lo único que ahora tendría cierta gravedad sería ese ojo, pero entonces una alarma suena en la consola de mando.

   —Tracking lost. Recalculating orbital synchronous…

   La voz de la computadora de vuelo informa que se ha perdido el «enganche» que mantenía sus posiciones fijas, a la vez que la voz de Rajakumaran entra con fuerza y preocupación.

   —Alcotán, Baytal. Algo passa. Alcotán, responde. Responde Marilús, no veo remolcador.

   La piloto reacciona, se impulsa veloz de vuelta al asiento.

   —Marilús, los amarres se arrastran. Estoy taratando de llegar al patín de...—la voz queda tapada por sonidos de respiración agitada y ruidos de vibraciones.

   Mariluz se incorpora al asiento atrapando los cascos en el aire, ese aire que silba por las conducciones de ventilación pero que se está haciendo denso, recalentado y viciado por momentos en vez de llegar renovado y fresco. Habla antes de acabar de colocárselos y de situarse a los mandos.

   —Rajakumaran, Alcotán a la escucha. Te copio, pero repite lo último.

   La radio solo son ruidos.

   —Rajakumaran, aquí Alcotán. Responde Baytal, soy Mariluz —la preocupación se evidencia en el tono de la piloto.
Sigue sin respuesta, continúan los ruidos.

   Mariluz teclea instrucciones a toda velocidad; cámaras haciendo zoom al asteroide, ordenador a calcular trayectoria de acercamiento, datos en pantalla.

   El asteroide no está donde debería, por lo que la imagen que se muestra tarda unos instantes en centrarse, mientras las cámaras lo rastrean para fijarlo en objetivo. El cinturón de asteroides recibe suficiente luz para obtener visión directa de un cuerpo solitario pero poca para localizarlos rápido dada la ausencia de referencias espaciales. Cuando queda centrada Cailleach-1812 parece un tiovivo girando en al menos dos ejes. En el infrarrojo se ve que está expulsando gases como una maldita olla a presión y parece acelerarse más y más.

   —Target locked, on route —anuncia la añeja voz sintética.

   —Command; localizar: patines, estibadores. Go! —lanza la orden vocal a la computadora para ahorrar tiempo y vuelve a emplear la radio para llamarles—. ¿Alcotán para Gothelsson? ¿Rajakumaran? ¿Souza, Pasquale? Alcotán para estibadores —Silencio humano y ruido de fondo—. ¿¡Me escucha alguien!?

   —Located stevedore Rajakumaran —es un anuncio frío que constata un hecho, pero lo dicho por la computadora de a bordo no dejan de ser buenas noticias. Espera que lo sean.

   Pulsa un botón y la pantalla principal muestra lo que aparenta ser un pequeño amanecer cuando un objeto brillante aparece por detrás del asteroide, elevándose sobre su superficie. Es un cuerpo o al menos un traje de astronauta con la forma de un ser humano. Amplia la imagen y se horroriza. Falta un brazo, el cuerpo está girando, pasa un brazo, la espalda con la mochila de vuelo y… Ahora debería verse el otro brazo pero es el pecho, la escafandra brilla, y en seguida el brazo que ya había visto y se repite el ciclo. Le extraña no ver una gran mancha de sangre. Su cerebro está en shock y no cae en la cuenta de la rápida descompresión ni del inmediato congelamiento, solo imagina escenas de películas viejas, vampiros y desmembramientos. No, sabe que ese brazo ha sido amputado pero no piensa en que apenas ha habido tiempo para sangrar. Tampoco se fija en un segundo satélite humano que inicia su propio amanecer.

   —JjJjJuiii...tán? ¿Alcotán me escuchas? —la radio ha escupido la voz de Rajakumaran tras una chirriante y gangosa interferencia.

   —¡Baytal! —Mariluz comprende que el primer cuerpo era el de Pasquale —. ¡Estás vivo, Baytal!

   —¡Marilúss! De momento ssí. —El tono no termina de ser alegre.

   —Command; Approach. Go! —grita a la nave tocando la imagen en pantalla— Baytal, ¿Los demás?

   —No sé que ha passado. Souza gritó y la superficie vibró. Nadie contesta por radio. Y las cinchas empezaron a moverse, a arrastrarse rápido como cobras —habla acelerado, al borde de la hiperventilación.

   —Estoy llegando, Baytal. Tranquilizate. Cailleach está girando y tú con él. Informe de oxígeno —Mariluz le da la orden para que deje de pensar. Los protocolos no siempre sirven solo para lo que están diseñados. Espera que así se centre en una tarea concreta ya que lo nota agitado en exceso.
Baytal respira hondo y se fija en los indicadores. Estos, los únicos que indican vida, se replican en la consola del remolcador pero Mariluz ha sido astuta.

   —Oxigeno 84 %. No hay fugas. Presión OK. —Baytal va relatando diversos datos a la vez que su respiración se normaliza.

   —Baytal, ¿Puedes ver al Alcotán? Estamos a tus doce. Una milla.

   A diferencia de Pasquale, el estibador vivo tiene control de vuelo en su traje y no gira descontrolado. Se mantiene usando algunas referencias en la superficie del asteroide, al igual que hace la computadora de la nave de un modo más eficiente. Él debe rectificar continuamente para mantener la posición. Es un alivio que a su alrededor no haya ningún paisaje que ver; sería consciente de que todo el universo gira desbocado alrededor del asteroide y él. El vértigo sería insoportable y nadie quiere vomitar dentro de la escafandra.

   Maniobra para observar el vacío sobre su cabeza. Le cuesta un buen rato distinguir un tenue punto, diferente al de las lejanísimas estrellas. Pero allá, a lo lejos, ve aquel remolcador acercándose como la torre perdida de algún ajedrez desperdigado. Poco a poco, muy poco a poco, aquella torrecilla va aumentando su tamaño.

   Fragmentos de roca, gas helado y polvo de regolito atraviesan su visión. El astronauta deduce que la suciedad se está arremolinando alrededor del asteroide, que se fragmenta a medida que gira, en una escombrósfera.

   —Alcotán, voy a salir al encuentro. Esto se está poniendo peligorosso.

   Antes de acabar la frase incluso, Baytal se da impulso tomando como referencia y objetivo al remolcador que aún queda a más de media milla.

   —Copiado —La situación da la razón al compañero—. Afirmativo, no voy a poder acercarme mucho más. Demasiados cascotes.

   Las rocas más grandes colisionan desintegrándose en fragmentos pequeños, lanzados como metralla sideral hacia todos lados.

   —¡Lánzzame un cable!

   Mariluz comprende automáticamente la súplica. Ella no puede acercar el remolcador, un blanco demasiado grande para los desechos. Baytal no alcanzará demasiada aceleración y la distancia es aún demasiada. Deben acortar distancias y tiempo. Debe pescarlo, como a un salmón, en una maniobra extrema. Debe intentarlo, será su campanu, piensa. Activa una esclusa de la bodega de proa.

   —Command; Estacionario a Rajakumaran, Obviar distancia. Go!

   Deja a la computadora que se encargue de mantener la posición y se lanza hacia la bodega por los túneles de servicio con una sola cosa en mente; el arpón.

   Avanzando entre la bruma sucia que le acompañaba en su alejamiento del asteroide, Baytal solo piensa en otra cosa, diferente pero igual.

   «Vamos Ruiponche, vamos. Lánzale tu trenza al prinzzipe», se repite a sí mismo el viejo chiste con el que ha bromeado con Mariluz una y mil veces.

   Y entonces ve relampagueos, como las toberas correctoras de una nave, todavía lejos para discernir el objeto del que emanan. Cree adivinar lo que es, desea que sea lo que cree que es, pero no puede acelerar más.

   —Baytal, he disparado el arpón. El conector de aprovisionamiento va hacia ti. Tendrás que pillarlo al vuelo y agarrarte con todas tus fuerzas.

   —¡Roger! —Deja de dar impulso de avance, necesita salvaguardar todo el combustible posible para maniobrar. La cosa no va a ser sencilla.

   Usa los espejitos de las mangas para comprobar como va la cosa por los alrededores y detrás de él. La mayoría de los escombros grandes se están alejando, pero una especie de géiser va a apuntar en su dirección en cuanto Cailleach de un cuarto de vuelta más.

   «Vamoss, vamoss» Suplica. Ordena. Ruega.

   Como una escúter de grande, el enganche se acerca rápido y va a tener que «montarse en la moto en marcha». Como un portero de hockey sobre hielo trata de imaginar el pequeño rectángulo a defender. Pequeños toques, arriba, arriba, derecha, abajo, para parar el gol. Aquí llega, centrado, un disco gigante directo al pecho que le atropella.

   —¡Tira! ¡Tiiiraaa! —grita y el grito entra galopando en el remolcador a través de la radio.

   Mariluz recupera manguera «a toda hostia».

   Baytal ve como el chorro que estaba a punto de devorarlo deja de acercarse, aparentemente hasta se frena. Parece un muro de purpurina flotante que comienza a alejarse despacio.
A ido por los pelos pero está siendo pescado.

   —Ya está, Baytal. Estás a salvo. Si supieras que podría no haber llegado por culpa de El Fary.

   —Ssí, Ruiponche. Me salvaste, amiga. Pero... ¿Qué es «elfary»?

   Las lágrimas de Mariluz se mezclan con sus carcajadas.

   —Eso ahora no tiene importancia, compañero. Ninguna importancia.

* * * * * FIN * * * * *

Este relato participa en el OrigiReto2020, el reto de escritura creado por Katty (ver blog) y Stiby (ver blog). En el sorteo, para el mes de abril me tocaron los siguientes;

Objetivo principal; (4) que suceda en el espacio.
Primer objetivo secundario; (B) Rapuntzel
Segundo objetivo secundario; (VII) Vampiros/licántropos
Objetos ocultos; (14) Un personaje conocido y (03) el arcoíris.

Las estadísticas según el contadordepalabras oficial.


1999     Palabras
12185   Caracteres (con espacios)
10066  Caracteres (sin espacios)
125       Párrafos
172       Oraciones