Me
protege con su cuerpo, las manos sobre su pecho guardando la
faltriquera bajo su ropa. Corre sin mirar atrás. Sabe que si lo hace
morirá. Y con ella, yo.
No
puede perder tiempo calculando si lleva ventaja suficiente o el
margen disminuye de modo fatídico.
Por
detrás solo nos persiguen las nubes amenazantes sobre las que
cabalga una tormenta que brama, aún lejana. Pero también la jauría
de asesinos que aúllan para darse fuerzas e infundir pánico en su
presa. No los oye, pero eso no quiere decir que sigan lejos. El
murmullo insistente de los truenos, aún llegando mermado por la
lejanía y amortiguado por los árboles, puede que camufle sus gritos
en el aire del atardecer.
La
noche viene de frente. Las sombras se alargan ante nosotros,
desvaneciéndose un poco más a cada instante, perdiendo fuerza como
si estuvieran tan cansadas de correr y huir como ella.
De
repente, un fogonazo aviva esas sombras muertas y alumbra por un
instante el camino que resta por delante. Ve la colina cercana y a la
vez casi inalcanzable, a juzgar por el dolor que penetra en sus
pulmones agotados con cada bocanada de aire que devora al compás de
cada zancada.
El
relámpago se apaga y la oscuridad parece haberla adelantado. Todo se
vuelve opaco y solo con la última imagen grabada en sus retinas,
superpuesta en negativo sobre la penumbra que la acaba por rodear,
consigue trazar el recorrido que la lleva a la cima. Tropieza con
rocas, piedras, ramas y raíces, se frena arañándose con arbustos y
trota insegura, como la evanescente imagen por la que se guía.
Y
la alcanza el estampido del trueno al mismo tiempo que corona por
instinto la colina. Más allá solo hay negrura.
El
tremor se va apagando y es sustituido por el rumor de salvajes
gargantas, indignas de adjudicarlas a nada parecido a personas. La
están alcanzando.
Se
agarra con fuerza entre los pechos. Apretándome contra su cuerpo
sudoroso y exhausto. Balanceándome con la agitación de una
respiración al límite de su capacidad. Noto esa humedad, siento su
calor.
Se
lleva una mano a la cintura y agarra la daga de cristal de sílex. El
terror impide que se de cuenta del corte en los dedos al agarrarla.
A
su alrededor, los alaridos salen de la noche recién llegada. No
puede ver nada ya, solo intuir las formas de los arbustos que dejó
pocos metros más abajo. Vuelve a aferrarse a su propio pecho, con la
daga en la mano ensangrentada que mancha y penetra entre los dobleces
del cuero que me acuna. Siento el sabor de esa sangre, la vida que
palpita en ella.
Otro
relámpago y el contraluz es aterrador.
Le
da tiempo a contar al menos cinco figuras recortadas contra el fulgor
de la tormenta. El miedo se intensifica cuando se da cuenta de que
ya no los oye. El silencio le indica que la están rodeando y que son
muchos más.
Blande
la daga, apuntando al vacío nocturno trufado de amenazas.
—¡Ha
acabado! —grita una voz profunda y entrecortada. Ellos también
deben estar agotados. —¡Devuélvenosla!¡Es nuestra!
Durante
un instante, la tormenta guarda silencio y el viento cae hasta
desaparecer. La noche respira fatigada con decenas de pulmones
repartidos a su alrededor. Y aunque sea una vana ilusión, sentirlos
la hace pensar que aún vive.
—¡Estás
muerta! —atruena la sentencia seguida por un par de relámpagos en
ráfaga. Y casi a la vez, el cielo se resquebraja sobre la colina,
con un doble crujido apabullante y ensordecedor. La lluvia,
repentina, diluye toda esperanza de huida.
—¡No
os pertenece! —grita, más que por coraje o ira, para oírse ella
misma sobre el estruendo de la tormenta desatada sobre sus cabezas.
El resplandor parpadea insistentemente, dando una iluminación
dubitativa pero suficiente para verlos estrechando el círculo a su
alrededor, avanzando entre rocas que parecen colocadas de un modo
extraño y antinatural. Todos portan lanzas de asta o puñales de
hueso. Quien menos armado va, lleva piedras en sus manos.
Sus
rostros son fieros. Mientras ella retrocede, dando pasos atrás sin
dejar de apuntar a uno u otro con la daga lavada ya de su sangre por
la lluvia, que la arrastra mezclada con regueros de barro por las
lomas de la colina, esos rostros transforman su expresión.
Da
un paso más, tanteando el terreno para no meter el pie en una
madriguera de alguna alimaña o tropezar con cualquier otro desnivel.
Al retroceder, es su espalda la que topa con algo que la frena. Se
sobresalta pensando que uno de ellos la ha asaltado por detrás y se
revuelve con violencia, lanzando una puñalada ciega sin discernir a
quién o a qué.
Ahora
su rostro debe reflejar una expresión similar a la que tenían los
asesinos un momento antes.
Mezcla
de asombro y veneración, mira sorprendida como la daga ha quedado
clavada en la corteza suave y oscura de un árbol.
—No…
No puede ser… —balbucea incrédula mientras eleva la mirada y
trastabillea tomando cierta distancia para contemplarlo en toda su
magnitud. Tendrá unos tres metros de fuste abriéndose en multitud
de ramas en todas direcciones. Y en el tronco de más de un metro de
ancho, su puñal brilla reflejando la energía de los cielos, tanto
en su estructura cristalina como en la savia que chorrea lenta y
densa, como la sangre de un gran herbívoro alcanzado por las lanzas
de los cazadores.
Se
recupera de la sorpresa sumiéndose en otro temor. Deja atrás el que
le infundían sus perseguidores. Ahora su preocupación es la herida
que involuntariamente le ha infringido al árbol. Un árbol que ya no
debería existir sobre la tierra.
Un
árbol que era sagrado para su pueblo que incluso les proporcionaba
frutos en la carestía. Alimento durante las épocas de abundancia de
caza, pues con su madera fabricaban las mejores armas. Sombra y
refugio. Señalaba su hogar y desde la altura de sus ramas, otorgaba
una visión global de su territorio. Y su resina elevaba el alma de
los chamanes durante el sueño con los antepasados, quienes guiaban
la vida en el poblado.
Ese
árbol ya no existía. Los invasores lo habían destruido. Devastaron
todo cuanto encontraron en su ataque. Masacraron a su pueblo, matando
de niños a ancianos. Quemaron las cabañas, los huertos, el árbol
sagrado.
Ese
árbol ya no existía. Este árbol no debería estar aquí.
Nunca
habían hallado otro ejemplar más que el que cubría su poblado,
mucho más grande y viejo que este, herido ahora por su mano.
¿Cuánto
tiempo había estado huyendo? Muchísimo para poder contar los días.
Había visto cambiar de luna varias veces. ¿Cuanta distancia habían
recorrido ella y sus perseguidores?
El
árbol de su pueblo, la milenaria alzabuj, que solo daba unas pocas
semillas cada muchos años, había muerto.
Ella,
heredera del chamán era la custodia de la última semilla viable. La
única esperanza de que una generosa alzabuj volviera a crecer sobre
la tierra.
Por
eso la persiguen ellos.
Quieren
apropiarse de la herencia. Someter a la futura alzabuj a los
intereses de su pueblo maldito, avasallador con toda forma de vida.
Aquel
pueblo había desarrollado métodos para cultivar huertos enormes.
Forzaban las plantas a dar mucho más fruto del que naturalmente
podían producir. Tenían animales cautivos y en vez de cazar los que
pudieran según la época, los forzaban a multiplicarse y crecer en
terrenos condenados a ser su cárcel. Cuando querían carne solo
necesitaban sacrificar a cuantos quisieran.
A
partir de la última semilla, podrían conseguir esclavizar a la
nueva alzabuj. Quizás le forzaran a dar más frutos de los posibles
y acabaría como las especies que ya cultivaban, produciendo en
exceso por unos años para morir, aún joven y agotada.
Incluso
puede que consiguieran obtener más semillas fértiles.
Sería
terrible.
Repartirlas
por el mundo colonizando nuevos territorios, todos sometidos bajo la
expansión de ese maldito pueblo. Sería el fin del mundo, exprimido,
parasitado, consumido.
Y
ahora ella ha clavado la daga en la corteza que nunca se debe tocar,
salvo con los instrumentos adecuados y solo por la mano del chamán
más experimentado. La última alzabuj viva sangra.
Al
calor de su cuerpo, la humedad de su sudor, el sabor y la vitalidad
de su sangre, ahora se une una sensación nueva. La de su culpa. La
siento embargando todo mi ser, aún oculto en la bolsa, bajo su ropa,
entre sus pechos.
Se
funde en un abrazo con el tronco, con los pies enterrados casi como
raíces mientras sus lágrimas se funden con la lluvia que baña su
rostro desencajado, desaguándose a un terreno mancillado por el
barro brillante y resbaladizo. Otros agresivos pies resbalan hacía
ella todo lo rápido que la muerte logra avanzar en medio de la
tormenta.
Entonces
todo se inunda de luz. Blanca, penetrante, cegadoramente dolorosa.
Insoportable y fustigadora como el estruendo seco y pesado de un
látigo inmenso que ha alcanzado la colina en ese instante.
El
rayo ha caído justo sobre el árbol que estalla lanzando llamaradas
hacia todas direcciones. Una nube surge de inmediato y se eleva
girando sobre sí misma.
Todos
mueren, despedazados y arrojados sus pedazos sobre las lomas,
estrellados sobre las rocas que nos rodean. Si el instante que separa
la vida de la muerte durara lo suficiente, habrían podido ver que
aquellas piedras formaban círculos concéntricos cuyo núcleo
irradiador era el milenario alzabuj. Que cada roca lucía grabada una
marca.
La
potencia de la explosión ha sido tal, que bajo cada piedra los
muertos se han sacudido en sus tumbas.
Un
cementerio. El lugar es el último vestigio de un pueblo que también
vivió y honró a su árbol. En este territorio vivieron gentes
similares a mi custodia. Antepasados suyos que florecieron gracias al
alzabug que ahora ha muerto.
Mi
custodia se ha fundido con el tocón de mi ancestro y entre ellos, la
faltriquera donde mi salvadora me portaba, ha quedado aprisionada
junto con el aroma de su fracaso, con la humedad de su sudor y el
agua de lluvia atrapada y empapándome, con su sangre cautiva y
bañándome, encapsulado todo por la savia cristalizada sobre la
daga.
El
último alzabuj ha muerto, pero yo, la última semilla de la estirpe
solo duermo, latente, encerrada dentro de una burbuja de un mundo y
un tiempo que acaba.
*
* *
—Fascinante.
—El exobiólogo limpia con cuidado aquella piedra terrosa que
brilló cuando la paleta rozó su superficie.
—Ya
te dije que no podía serlo. No en este terreno. —confirma la
geóloga. Estaba examinando una roca, de la muchas que habían
llamado su atención y que parecían formar círculos bajo los
sedimentos, cuando su compañero le pidió que se acercara a ver lo
que pensó que podría ser una geoda.
—En
seis meses de excavaciones, todo apuntaba que este planeta estaba
muerto. — señala por el intercomunicador la comandante desde el
orbitador.
—Y
lo está. Desde al menos hace 7000 años, si su geología funciona
como la terrestre. —La emoción de la geóloga es patente en su voz
radiada—. 7000 años hasta esta capa de fósiles. Aquí acabó
todo.
—Bueno,
quizá no.
Si
el exobiólogo quería captar la atención de toda la misión con
aquellas palabras, lo ha conseguido.
Alza
la mano, tratando de decidir al contraluz de cuál de los dos soles
se verá mejor.
—Esto
parece una especie de vitrificación. Algo parecido al ámbar. —La
forma redondeada, ahora limpia, brilla a la luz en un tono rojizo.
Parece un rubí pulido que llenaría el hueco formado por dos manos.
—¿Ven eso? Algo quedó atrapado. El escáner preliminar indica que
en el interior hay lo que podría ser una semilla vegetal del tamaño
de una nuez.
—¿Estás
insinuando…?
—Bueno,
las estructuras internas están intactas. Si ha actuado como una
cápsula del tiempo… —la frase queda sin acabar. Ni él ni ella
se atreven a expresarlo.
—Podríamos
germinarla. —es la comandante la que la completa con un tono de
asombro.
Ambos
miran hacia el cielo, como buscando la mirada de su jefa más allá
de la atmósfera, desde donde contempla un nuevo mundo que la
humanidad podrá ocupar.
* FIN *
Este relato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en septiembre debía escribir un relato con el objetivo 9; un cementerio como escenario, y los objetos ocultos 32; árbol sagrado y 1; espada o daga de cristal.
Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/
2015 Palabras
11722 Caracteres (con espacios)
9763 Caracteres (sin espacios)
Párrafos 61
Oraciones 150
Buenas! Excelente relato. Me ha gustado mucho la prosa poética en varios pasajes del texto, así como el narrador o narradora que vendría a ser la última semilla del árbol sagrado o alzabuj.
ResponderEliminarDeduzco que la historia protagonizada por cavernícolas que perseguian a la mujer guardiana de la milagrosa simiente no ocurrió en la Tierra.
Espero que los descubridores le hayan dado un buen uso a la semilla. Saludos.
Oh, gracias. Sí, he tratado de construir alguna frase más compleja en ese sentido (de la prosa poética). Necesitaba practicar y experimentar algo diferente, y me alegro que lo hayas notado y te haya gustado.
EliminarY efectivamente, no es el planeta Tierra. Los exploradores sí son terrícolas. Quizá hayan llegado allí porque han explotado al planeta natal al máximo. Quizá lo vuelvan a hacer.
¡Hola!
ResponderEliminarMe encanta cómo está escrita la primera parte, sobre todo el final, justo antes de que entre en escena el exobiólogo. También tengo que admitir que me ha costado un poco seguir la historia a veces en esa primera parte, no sé si por la abundancia de descripciones o porque no terminaba de ubicarme, pero más adelante sí se aclara dónde sucede la escena, así que luego no he tenido tanto problema.
Eso sí: me parece una historia muy original, tanto la persecución en sí y el final con la germinación de la semilla como el hecho de que la protagonista sea una semilla en sí. Muy curioso.
Nos leemos :)
¡Gracias! También explore buscando un punto de vista un tanto insólito, no quería que la voz narradora fuera la típica tercera persona, y busqué darle un papel; qué mejor que una semilla, la última, de un árbol sagrado.
ResponderEliminarJo, me recuerda un poco a mi propio proyecto del año pasado, me ha parecido estupendo, lleno de tensión y magia y muy bien narrado, te hae empatizar completamente y a pesar de que el final es esperanzador, me deja un regusto a perdida y a pasado perdido. Muy chulo la verdad, muy místico y se lee muy bien, enhorabuena ^^
ResponderEliminar.KATTY.
Gracias. Tendré que buscar eso del año pasado tuyo, si es que el proyecto fructificó.
EliminarBuenos días
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este relato. Muy curioso el giro del final y trata un tema que, aunque encerrado en metáforas, es de bastante actualidad. Quizá, como las cosas no cambien, ese mundo en el que, de pronto, la vida dejó de existir, sea la Tierra.
Me pregunto como será el nuevo mundo al que dé lugar la semilla que sobrevivió.
Un saludo.
Juan
Me ha cautivado la huída de la ¿mujer? en algunos pasajes hasta he dudado de que fuera humana, puesto que tanto instinto me estaba recordando a algún tipo de simio o chimpacé prehistórico, cuyo poblado estaba regido por un árbol sagrado, todo me cuadraba pero finalmente he pensado que lo más lógico es que fuera humana. Y me ha cautivado por tu forma de narrar con musicalidad y poesía pero manteniendo la intriga para que el deseo de saber como siguie la historia no decaiga hasta la última frase.
ResponderEliminarEl contenido de la historia me aterra a la vez que me fascina. Me parece una idea visionaria de lo qeu podemos llegar a vivir como no espabilemos un poco, aunque quizá es lo que estamos viviendo ahora con tanta investigación abierta en todos los frentes, también en el geo-bio-histórico (o como se diga).
El giro final es magistral. Solo espero a que continúe la historia, cosa que me suele pasar con tus relatos, que me dejan con ganas de más.
Genial relato!