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Panel mural de la sala de control |
En el espacio abierto al desierto, las parábolas de las antenas se
tiñen de un blanco tostado por la luz anaranjada de la tarde que
parece desangrarse despacio hasta disolverse en la oscuridad de la
noche. El coche aparca frente a la fachada del edificio, tan blanca y
cálida como las antenas que se recortan con el horizonte. Las tres
personas, uniformadas con los polos blancos y los pantalones crema,
bajan y se dirigen charlando a la entrada, de la que les separan
apenas una decena de pasos.
—...entonces
habría que ver si alguna de las dos especies está en peligro de
extinción o no. La verdad, no sé si el pulpo lo estará, por la
pesca y eso, pero supongo que el águila tiene más papeletas. ¿Acaso
no lo están todas las rapaces en el mundo?
—Sí,
ese es un factor a tener muy en cuenta —Pablo coincide con el
razonamiento de Amalia—. Pero yo creo que fue una cuestión
patriotera. Ya sabéis como son estos americanos con sus símbolos, y
el águila calva…
—Creo
que en realidad se llama pigargo —apostilla Amalia ajustándose la
gafas con el índice.
—Lo
que sea, pigargo, águila calva, en fin. ¿No es la que aparece por
todos lados en gorras, emblemas, banderas, carteles, …?
—Si
hubieran sido gallegos —tercia Gerardo—, el águila esa se
salvaba. Pero el pulpo… je, je, je.
—Yo
no podría comerme a un bicho inteligente como el pulpo.
—Pues
el águila no se planteó eso. ¿O crees tú que un hambriento
tiburón blanco que te encontrara nadando en la playa iba a respetar
tu intelecto?
—No
puedes comparar. —Amalia se dirige a Gerardo en tono paternalista—
Estás hablando de dos depredadores irracionales. Pero los humanos sí
nos paramos a pensar, y si lo que nos vamos a comer tiene algo
parecido a una mente inteligente, pues no sé yo. Da cosa.
—Anda
ya. Con su pimentón y sus cachelos. Ese aceitito… uhmmm.
Ja, ja, ja. Habría que preguntarle a la jefa, que es de allí.
Joder, esa si que está para comérsela, ¿qué no?
—¡Lo
llevas claro! —espeta Pablo.
—¿No
me crees capaz?
—¿Capaz?
¿Capaz de qué?
—¡De
ligármela, coño!
—Ya
te lo he dicho, lo llevas claro.
—Ja,
ja, ja. Sí, claro clarinete. Como se nota que llevas poco tiempo
aquí —confirma Amalia.
—¿Es
de las tuyas o qué?
Amalia
no soporta el tono en que dice las cosas el operador, pero sabe
sobrellevarlo.
—No
lo sé. Nadie lo sabe. Sabemos que Silvia vive sola y cuando se habla
de familia y tal, ella solo menciona a sus padres, que los tiene allá
en su tierriña, y a Agapito.
—
¿Agapito? Ja, ja, ¿un noviete gallego?
—Que
no, pesado. Su agapornis —aclara Pablo echándole un capote a
Amalia—. Este sí que lo tiene en casa. Pero nunca ha hecho mención
ni a novios ni a novias.
—Y
no solo eso. En una cena de navidad de hace dos años, Laura, la de
administración…
—No
la conozco.
—Bueno,
pues también la puedes tachar de tus objetivos —la sonrisa de
Amalia le deja claro que ella sí podría intentarlo con la
administrativa—. Total, que en aquella cena, cuando andábamos ya
midiendo las calles entre garito y garito, Laura parece que intentó
algo. No sé muy bien, fueron a mear entre dos coches y en algún
momento intentó besarla, meterle mano o algo de eso. Cuando
volvieron, la jefa se despidió y se largo en un taxi. Laura nunca
nos explicó los detalles, pero nos aconsejó que nadie lo volviera a
intentar. Estuvieron unos días un tanto tensas, pero luego nada.
Verás que son muy buenas amigas. Bueno, la jefa en realidad, es tan
buena jefa como amiga de todo el grupo prácticamente. Eso sí, nunca
te pases un pelo con ella.
Tras
dar el relevo al turno de tarde se sientan, rodeados por dos o tres
monitores en cada puesto y frente al gran panel audiovisual de la
pared. Allí se muestran un mapa estelar, un plano con la disposición
de las antenas y un apartado con varias representaciones diferentes
de un mismo espectrograma con apariencia plana y anodina.
—Bueno,
vamos allá. Pablo ¿Qué objetivo tenemos hoy?
—Pues
para empezar —explica consultando la programación—, tenemos una
primera ventana de escucha entre las 22:13 y las 03:27. Apuntaremos a
la estrella de Luyten a ver si nos responde alguien. O algo.
—Ok.
Gerardo, introduce las coordenadas, nos quedan 10 minutos para
posicionar las antenas. ¿Y luego?
—Analítica
de grabaciones, vamos por las de septiembre de 2031. Y mientras,
darle respaldo al hemisferio sur que les toca… sí, la secuencia
331 hacia el Sistema Ran y las lunas de Aegir.
—¿Qué
tiene la 331? ¿Algo que podamos escuchar o tendremos que tirar de
nuestras listas de reproducción? Como sea así te aviso, Pablo, nada
de étnica. —Advierte la radioastrónoma y jefa de turno.
—Deberías
mostrarle más respeto a la música étnica. Al fin y al cabo, de ahí
proviene todo lo que emitimos a las estrellas. —justifica el
técnico de sonido.
—Sí,
sí. Pero eso que tu llamas étnica no son más que pastiches
modernos metidos a la fuerza en el negocio aquel de la new age desde
los 80 del siglo pasado. Y si es algo puro y ancestral de verdad, no
hay dios que lo escuche.
Pablo
vuelve los ojos en blanco en signo de rendición y lee la lista de
reproducción 331.
—A
ver, tras la intro, hay un motete alemán del s.
xiii...
—¡Maravilloso!
—dice con sorna Amalia.
—Biiieeen
—lanza una exclamación susurrada Gerardo.
—...las
danzas góticas de Satie…
Gerardo
contesta con la imitación de un ronquido —Zzz...—, y Amalia con
un claro y sonoro —¡No jodas!
—Esperad, Esta es buena. La música nocturna en las calles de
Madrid de Boccherini.
Amalia
asiente con la cabeza.
—Me
vale para empezar. No viene mal para acompañar un cafelito, que la
noche es larga.
—Yo
me apunto, pero que sea carajillo —responde animoso Gerardo—, que
a mi el barroco no me entra sin condimento.
—Pues
ya sabes. A mi me pones uno solo bien cargado. Pablo, ¿tú?
—Con
leche sin lactosa y calentito, gracias —indica este con una
sonrisilla a su compañero.
—
Mancha de cabrones— balbucea el operador de sistemas, mientras se
dirige al rincón junto al extintor, donde tienen instalado un
modesto office con la cafetera, el microondas, la pequeña
nevera y el armario donde guardan las viandas y chucherías.
—Y,
obviando que es renacentista y no barroca, ¿qué más tenemos?
Pablo
se traga una carcajada para no mofarse del error de su compañero
que, aunque está ocupado con la cafetera, podría ver herida su
susceptibilidad. Y continua revisando la playlist.
—Pues
a ver, del s. xx
tenemos algo de The Smiths y... ¡Ey!¡Quizás te guste esta
antigualla de 1979!
—¿No
será algo de aquello de, cómo lo llamabas, «la movida»?
—¡No!
Joder, Amalia. Algo que al final resultó premonitorio. Deberías
tener muy en cuenta este grupo. Si no recuerdo mal compusieron esta
canción porque el local donde ensayaban, o el apartamento donde
alguno vivía, estaba a las orillas del Támesis. Tenían miedo a una
gran inundación. Así que ya preveían los efectos del calentamiento
global.
—Y
tanto. Con el nivel actual, ese sitio debe ser el reino del cangrejo.
—Pues
seguro —indica mientras selecciona la pista y la pasa a los
altavoces de sala. —Bueno, escucha esto.
El
London Calling de The Clash invade con ritmo marcial
las instalaciones del observatorio, fluyendo desde la sala de control
por pasillos y despachos vacíos en aquellas horas nocturnas.
Pisando
fuerte al modo militar y al ritmo de la canción, Gerardo regresa a
las consolas portando las bebidas, que reparte a sus destinatarios.
Luego se sienta en su puesto e informa del posicionamiento correcto
de las antenas para iniciar, según sus palabras textuales «otra
tediosa escucha de la estrellita de marras».
Se
refiere a GJ273, la Estrella de Luyten. Primera hacia la que se
emitieron las señales del Sonar Calling en 2018 y
seleccionada por tener un planeta, GJ273b, orbitándola en su zona de
habitabilidad. A 12’4 años luz, aquellas señales alcanzaron su
objetivo en 2030. Pablo siempre había pensado de aquel germen del
actual programa que emitieron fragmentos demasiado experimentales. Si
alguna inteligencia con órganos auditivos respondía a aquello no
dudaba que lo haría con una declaración de guerra, por torturarles.
Cuando
en los años 20 el programa pasa a manos de Unión Mundial de
Radioastronomía, se desarrolla el protocolo de contacto. Cada
emisión consta de una introducción en sistema binario con las
secuencias matemáticas habituales para indicar que en las
coordenadas de la Tierra existe una civilización de casi tipo I, y a
continuación, una selección de músicas de todos los tiempos y
culturas. Se seleccionan sistemas solares susceptibles de albergar
vida y con edad suficiente para que esta se haya desarrollado hasta
una etapa tecnológica capaz de escucharnos y, sobre todo,
respondernos.
—Ok.
Alineación afirmativa —colaciona Amalia—. Escucha activa en
tres, dos, uno.
Durante
la cuenta regresiva, Amalia dirige su mirada hacia Gerardo, quien
tiene preparado el dedo frente a la pantalla para pulsar el botón de
grabación. A la cuenta de uno, Amalia da la orden con sus rubicundas
cejas, Gerardo toca la pantalla y un testigo rojo aparece junto a los
espectrogramas del panel mural indicando la grabación de la escucha.
Inmediatamente, los espectrogramas cobran vida, se excitan dibujando
valles y crestas, franjas de colores que se corresponden con
intensidades nunca antes observadas.
—¡Wow!
—clama Gerardo, asombrado y paralizado frente a su puesto, sin
dejar de mirar al panel.
Pablo
reacciona con rapidez poniéndose los cascos y accediendo a la
aplicación del ecualizador, mientras Amalia se gira para echarse las
manos a la cabeza ante lo que ve en el panel.
—Es…,
es…, ¿qué es eso? —los balbuceos de Amalia son de
incredulidad—. No puede ser una señal inteligente. Decidme que es,
no sé… una supernova o algo. ¿Verdad?
La
música se detiene. Pablo se levanta bajándose los cascos para
dejarlos abrazando su cuello.
—¡Parad!
Parad, parad, parad —grita atropellando sus palabras—. Tenéis
que escuchar esto. Lo pongo por los altavoces.
La
sala se inunda con un extraño sonido orgánico. Parece medio
sintético, medio gutural. Aunque es difícil imaginar un ser vivo
con semejante garganta o un aparato fonador capaz de emitir esos
sonidos. Suenan más de dos tonos a la vez, complementándose
mediante armónicos y secuencias rítmicas.
—¿Son
varias voc…? —Amalia rectifica antes de terminar, sus filtros
racionales no le permiten expresar la idea que azota su mente—
Varios instrumentos, ¿verdad?
—Os
diré a lo que me suena a mí —Pablo habla con autoridad, el sonido
es su especialidad. Comprende mejor que cualquiera de ellos todo lo
que engloba la música, la armonía, la rítmica, las melodías y los
matices. Y las voces—. Me suena al khöömii,
la técnica de canto de los chamanes de las estepas de Asia. Para muchos pueblos indígenas como los Tuva
de Siberia, los Xhosa
de Sudáfrica o los Inuit del
Polo, el canto de
armónicos
equivale al lenguaje de la naturaleza. Es como un ADN sonoro que
comparten y comprenden los espíritus de todos los seres vivos. Los
chamanes de esas tribus ancestrales cuentan
que cantando
son capaces de transmitir imágenes directas a la mente de otra
persona o animal.
Creen que
la espiritualidad de los ríos o las montañas se manifiesta mediante
los sonidos que producen y
que
hasta el eco de una roca rebotando
en un desfiladero está
impregnado de su espíritu.
»Y ahora, compañeros,
estamos oyendo el eco de una lejana roca. Una
roca que sin duda está poblada por almas, o
conciencias si lo preferís. Seres conscientes e inteligentes que
están respondiendo a nuestra música con la suya. A nuestros
espíritus con los suyos.
»El
filósofo Schopenhauer dijo
que la música puede ser comparada a una lengua universal, cuya
claridad y elocuencia supera a todos los idiomas de la tierra. Y tal
vez —sentencia señalando
al panel—, a cualquier otro
lenguaje en cualquier rincón del universo.
Gerardo,
nervioso,
expresa en alto
un deseo.
—Solo
espero que no les guste el
pulpo.
* * * F I N * * *
Este relato participa en el #OrigiReto2019, el reto de escritura creado por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo de objetivos y objetos que realicé, en diciembre debía escribir un relato con el objetivo 03; que la música tenga un papel relevante, y los objetos ocultos 16; una persona ACE (Silvia, la jefa) y 08; un extintor.
Estadísticas según https://www.contadordepalabras.com/
2018 Palabras
11713 Caracteres
(con espacios)
9760 Caracteres
(sin espacios)
68 Párrafos
169 Oraciones