05/01/1950
Diario de a bordo del buque Hänsel und Gretel, matriculado en Hamburgo, perteneciente a la Grimmgebrüder Reederei.
Los problemas persisten. La cavitación de la hélice de estribor se agrava. Hemos perdido el compás. En realidad, creemos que llevaba días fallando, por lo que la derrota se ha ido desviando del rumbo previsto.
No podemos ubicarnos con seguridad ya que las cartas náuticas están obsoletas y el sextante roto.
Un cálculo probable nos sitúa a unas tres mil millas al SW de Yakarta. Quizás, en las proximidades de la Isla Amsterdam, quizás en medio de la nada.
Nos tememos que esta vez no regresemos. Tantas dificultades y averías apuntan, de nuevo, al sabotaje.
Cap. V. Brumberg
Al acabar de redactar el apunte en
el diario, tocaron a la puerta de la cabina del capitán. Ludwig, su
hermano y segundo de a bordo, apareció con el agotamiento en su
rostro tatuado por negras líneas de sudor y carbonilla.
—Hemos detenido la máquina de
estribor. Las vibraciones eran tremendas. Compensamos la deriva como
podemos. Por fortuna, las corrientes no son fuertes.
Miró a su hermano negando con la
cabeza.
—Han sido ellos, Ludwig. Nos
consideran un lastre, tanto al buque como a nosotros. Nunca pensaron
que saldríamos de la última. Imagino las caras, cuando arribamos a
Roterdam y no hubo seguro que cobrar. Si hubiéramos comunicado
nuestro regreso, habrían sido capaces de enviar a alguien a
hundirnos. Qué ironía que perdiéramos también la radio.
—Eres la mejor piloto de la flota,
Victoria, mal que les pese. Si la naviera invirtiera en el buque o
adquirieran uno nuevo, contigo al mando tendrían beneficios en
cualquier ruta a la que te destinaran. Podrían olvidarse de intentar
boicotearnos esas sabandijas.
El amor y respeto que su hermano le
profesaba impelían su rabia interna, preguntándose cuando tiempo
pasaría antes de que hubiera mujeres trabajando en cualquier oficio,
incluidos los de la marina mercante. Ambos fantaseaban con ese
futuro. Pero él era consciente de que incluso entonces, personas como
Victoria serían discriminadas y mal vistas en ciertos sectores,
incluso por otras mujeres. Para la historia nunca constaría que la
primera mujer en tener mando a bordo de un buque comercial fue su
querida hermana pequeña.
Solo entre hermanos y en la
intimidad de la cabina, ella podía ser tratada como lo que era. Para
el resto del mundo era el capitán Victor Brumberg y debía seguir
mostrando un aspecto varonil, barba poblada y voz recia. Perpetuar el
estereotipo del capitán de la mercante, con gorra blanca de visera
negra, abrigo tres cuartos de paño azul y con formas autoritarias
para con su tripulación.
Ludwig la respetaba por eso, por no
renunciar nunca a su vocación aunque para ejercerla tuviera que
vivir de cara a la sociedad como una persona con quien no se
identificaba. También se preguntaba cuantas otras habrían pasado
por la misma falsedad a lo largo de la historia con tal de
sobrevivir.
El teléfono de cabina sonó.
Victoria contestó, conversando brevemente y colgó.
—Han avistado una luz intermitente
—anunció con esperanza.
—Si es que estamos cerca, creo que
ni Isla Amsterdam ni Saint Paul tienen
habitantes —pensó en voz alta Ludwig—. ¿Otro buque?
—Ahora lo averiguaremos. Subamos,
pero antes— Alcanzó una pequeña bolsa de cuero y se la tendió a
Ludwig—, enciéndemela, por favor.
Ludwig sonrió, cogió la bolsa y la
pipa. La cazoleta, de espuma de mar, estaba tallada en forma de
cabeza barbuda con turbante.
—¿Nunca acabarás aficionándote?
—dijo con la boca torcida mientras daba largas chupadas para
prender las virutas de tabaco que había metido a pellizcos en el
hornillo de la pipa.
—Lo odio, no soporto el olor. Esta
mezcla de Virginia con una pizca de Latakia es bastante aparente,
pero procuro siempre tener el viento del través.
—Se te da bien —dijo Ludwig,
mientras le devolvía la pipa ya encendida.
—No me trago el humo.
—Sortear las dificultades —aclaró
su hermano abriéndole la puerta.
Victoria asintió dando una chupada
a la pipa y lanzando el humo ya fuera del camarote. El capitán
Brumberg estaba dispuesto a ejercer de nuevo como tal.
—Hay que sobrevivir a toda costa,
Liebling —le dijo a Ludwig.
* * * * *
Tras subir al puente, comprobaron
que la tripulación había avistado un faro, instalado sobre los
escarpes de sotavento de un islote. Casi al ocaso y con la radio
funcionando a rachas, se aproximaron a una distancia prudente para no
topar con posibles bajíos. Emplearon varias pitadas para avisar de
su presencia y el reflector de señales para comunicarse con la isla,
confiando en que alguien les viera. La moral de los veintiocho
tripulantes se elevó cuando desde la isla una luz les respondió en
morse, señalándoles que podían aproximarse por el extremo opuesto.
Allí existía una rada de aguas
tranquilas donde pudieron fondear. Desembarcaron un bote y cuatro
marineros al mando de Ludwig remaron hacia la playa. Tras la varada,
pudieron ver como alguien se acercaba caminando con un farol de mano.
Dos marineros quedaron al tanto de
la barca, mientras Ludwig y los otros dos se dirigieron hacia quien
portaba el farol, descubriendo a un delgaducho y desarrapado
hombrecillo, que se dirigió a ellos con fuerte acento francés y
tono alegre.
—¡Válgame el cielo! ¡Es cierto
que están ustedes aquí! Creía que soñaba cuando oí sus pitadas,
y al asomarme a la ventana, ahí estaba su barco. Naturalmente, me he
fijado en el pabellón. Alemanes ¿verdad? Je, je, je. Bienvenidos,
bienvenidos.
—Afirmativo. Soy el contramaestre
Brumberg, del mercante Hänsel und Gretel. Bien
hallado, señor… —Ludwig observaba con recelo aún al
hombrecillo, de quien no conocía siquiera su nombre.
—Oh,
discúlpeme,
je, je. La
soledad ha oxidado mis modales, je, je. Jean Perrault. Farero de
Île Féerique desde hace…
Bueno, de toda la vida, ja, ja, ja.
—No tenemos constancia de estas
tierras en nuestras cartas. ¿Territorio francés?
—Oh,
por supuesto Monsieur
Brumberg. Desde
1793. De toda la vida, se
puede decir —la boca del farero, exhalaba con cada palabra un
pútrido hedor a mojama mal curada, y el panorama de los pocos y
sucios dientes que
quedaban al aire entre sonrisas, hacía difícil mantenerle la
mirada—. ¿Y
ustedes? ¿Qué les hace por aquí? Esto no está cerca de las rutas
comerciales habituales, ¿cierto?
—Así
es, Herr
Perrault. Hemos sufrido
diversas adversidades, entre ellas la perdida funcional del
compás. Temíamos
acabar lejos de cualquier ruta transitada, como parece que así ha
sido. Por fortuna, hemos topado con su isla de forma milagrosa, casi
mágica diría
yo, cuando estábamos
a punto de perder toda esperanza.
—Ah,
monsieur,
eso mismo pensaron los primeros compatriotas que pusieron sus pies
aquí. De ahí el nombre.
Pero en fin, aquí
podrán fondear tanto tiempo como requieran, mientras arreglan lo que
tengan que arreglar.
—Magnífico,
Herr
Perrault. Tendremos que examinar una de nuestras hélices
y rectificarla. Un
mantenimiento general de los motores. Asimismo,
si tuviera un compás y
un sextante de
sobra, nos sería de gran utilidad.
—Oh,
no tengo nada que les pueda servir, monsieur,
pero debo decir que soy muy hábil.
Tal vez con algunas piezas consiga arreglarlos
y calibrarlos.
La isla tiene su propio magnetismo, hay que calcular la declinación.
Me
llevará un tiempo. Mientras tanto pueden dedicarse a los demás
arreglos. También
puedo ayudarles con ellos.
Perrault se quedó pensativo,
mirando fijamente a Ludwig, con una mano sobre su boca quizá para
contener un hilo de baba que comenzaba a caer por la comisura de sus
labios.
—Monsieur,
permítame
preguntarle. ¿Tienen
suficientes provisiones? La isla es rica en pesca.
Pueden abastecerse de cuanto quieran y desayunar como reyes. Una
docena de gambas por cabeza y día. Dos. Las que quieran. Langostas
para almorzar. Ostras y almejas. ¿Pero carne? No, señor. Carne no
hay en la isla. Daría lo que fuera por un suculento guiso de carne
fresca bien jugosa.
Y ni las dos manos pudieron contener
la fuga salivar por entre sus mellas.
—Perdón,
Monsieur,
pero solo de pensarlo… Aborrezco ya tanta gamba, Neptuno me
perdone.
El
alemán
simuló una sonrisa para ocultar las náuseas que le había provocado
contemplar tan baboso discurso.
—No se preocupe. A bordo tenemos
carne enlatada. Haremos trueque, servicios por provisiones.
—Oh, sí. —Aunque afirmaba, la
mueca del farero era un tanto forzada, como de disgusto. Haremos
trueque. Faltaría más.
* * * * *
Llevaban
ya una semana en la isla. El motor funcionaba, con la hélice
rectificada, sin el menor problema. El farero les había suministrado
alguna carta náutica
en vano,
ya que eran antiquísimas.
Pero faltaba el compás, que el señor Perrault se había llevado a
su taller y que afirmaba no tener aún arreglado.
—Ludwig,
no podemos quedarnos mucho más. La marinería
holgazanea, una vez que han arreglado todo cuanto se requería.
Comienzan a engordar con tanto marisco — Victoria se mesaba las
barbas con una mano, mientras con la otra, se palmeó la panza de
modo satírico—. Van a terminar como los reyes franceses de la
antigüedad, orondos y con gota.
—Lo
sé. Herr
Perrault sigue enseñándome
piezas de antiguos aparatos con
los que dice que ha probado pero
que no terminan de encajar en el sextante. Y del
compás, nada.
Hoy
le volveré a preguntar. Es
más, visitaré su taller. Me ha invitado a acompañarle a recoger
unas nasas y luego iremos al faro.
—Y
averigua si Conrad anda por allí. Ayer fue
a por más marisco y no le han vuelto a ver. No podríamos
irnos sin cocinero.
—De acuerdo. Es raro que se
ausente pero, ¿donde iba a ir? Es una isla. Quizás haya tenido
algún accidente.
* * * * *
De
nuevo en tierra, Ludwig acompañó al farero en su rutina de pesca.
Levantaron cinco
nasas
cargadas de crustáceos,
algunos peces y un pulpo. Luego se dirigieron al faro, donde el
francés había construido una pequeña cetárea donde mantenía
vivas las capturas hasta el momento de su cocinado.
Aunque
Ludwig le pidió ver el estado actual de la reparación del sextante,
el farero le insistió en que le ayudara primero a preparar el
cocedero, donde había dispuesto una enorme
olla con
agua al fuego.
—Para
esa cantidad, eche cinco
kilos de sal, por favor. Poco a poco para que vaya disolviéndose.
Ludwig cogió un saco y subió tres
peldaños de una pequeña escalerita, se inclinó sobre el borde de
la olla y comenzó a verter la sal. Le extrañó que el agua ya
estuviera turbia.
—Utilizo algunas hierbas para
aderezar la cocción, amigo —dijo el farero.
Pero
Ludwig vio
algo sospechoso. El cocinero Conrad siempre llevaba un pañuelo
blanco de lunares rojos anudado al cuello. Entre el borboteo del agua
le pareció verlo surgir y hundirse.
—Herr
Perrault ¿Ha visto a nuestro cocinero?
Perrault
contestó mohíno
que no creía
conocer
a ese hombre.
—Es extraño. Ayer parece que vino
a por marisco. Y no ha vuelto.
—Por aquí no vino nadie. Quizás
esté pescando en el otro lado de la isla.
—Sí, es posible. Oiga, podría…
En ese momento sonó un disparo y
algo empujo a Ludwig, que cayó de la escalerilla.
Por
la ventana de la estancia asomó el marinero Necker.
—¿Está
usted bien, contramaestre?
El francés le iba a atacar con un cuchillo por la espalda y he
tenido que disparar.
Ludwig,
en el suelo, comprendió que el empujón
se lo había dado el
cuerpo de
Perrault, abatido por el disparo de Necker. Afortunadamente, nunca
confió
en aquel tipejo y había traído
una discreta escolta de dos hombres que les habían seguido a
distancia.
Cuando vaciaron la olla, el cabo
Smichdt vomitó. Dentro estaban los restos descuartizados del
infortunado Conrad.
* * * * *
El
Hänsel
und Gretel
volvía
a navegar rumbo a Hamburgo.
Ludwig contaba a Victoria como
habían encontrado más restos humanos en un estercolero junto al
faro. El maldito Perrault guardaba multitud de piezas e instrumentos
de otros barcos, seguramente llegados por casualidad a la isla y
luego hundidos por él, tras asesinar y devorar a las tripulaciones.
—La
desgracia de unos, la suerte de otros. Ahora contamos con cartas
correctas, compases y sextantes que funcionan. Vuelves a lograrlo,
schwesterchen.
Volvemos
a casa. Lástima
de Conrad.
—Siempre
lo llevaremos
con nosotros. Hay
que sobrevivir a toda costa, liebling.
* * * FIN * * *
Este
relato participa en el #OrigiReto2020, el reto de escritura creado
por Stiby (ver blog) y Katty (ver blog). En sus respectivos blogs
podéis ver las normas del reto. En este caso, en el sorteo que
realicé, estos son los objetivos y objetos que tocaron para el mes
de enero:
Objetivo primario:
Historia marítima o que involucre un faro (7)
Primer objetivo secundario:
Hansel y Gretel (A)
Segundo objetivo secundario:
Hadas (V) nota: île Féerique puede traducirse del francés como
Isla de Hadas.
Objetos ocultos: Gamba (15)
y Una docena (7)
Estadísticas
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